Nueva representación política para una nueva era Postamericana
Alan Garcia Perez


Por Marco Antonio Flores Villanueva,
Desde Boston, USA


Mientras que en el Perú algunos analistas políticos se ocupan de la episódica subida de los niveles de popularidad del presidente García —que responde fundamentalmente a los últimos eventos en que el mandatario peruano ha sido anfitrión o participante, con inmensa cobertura de los tradicionales medios de comunicación—, el mundo continúa su marcha, aparentemente divorciado de la agenda nacional peruana, para alejarse cada día más de la unipolaridad hegemónica de los Estados Unidos de América, surgida de la caída del muro de Berlín, y adentrarse cada vez más a un mundo llamado Postamericano, con el crecimiento vertiginoso de China y la India, el sólido regreso de Rusia, el surgimiento de los países emergentes (Arabia Saudita, Kuwait, los Emiratos Arabes Unidos, Brasil, Portugal, Irlanda y otros) y, lo más importante, la mayor influencia de las corporaciones sobre los estados nacionales tradicionales, pero con la aceleración del poder de las organizaciones no gubernamentales, internacionales y civiles y la forzada diversificación de los medios de comunicación con la popularidad de los bloggers y, en general, las herramientas de comunicación que ofrece el Internet.


El mundo de hoy no es más el mundo de hace 19 años, casi dos décadas de solitario poderío económico, politico y cultural (pero aún militar) de los Estados Unidos. Nuevos actores internacionales han cambiado el orden mundial y diversificado el poder internacional más allá de los estados nacionales.

Y mientras el mundo internacional cree “reunirse” en un ágora representativa para “decidir” los destinos del planeta (G-7), otros países reciben mejores beneficios económicos que aquellos, producto de un nuevo orden financiero mundial que los hace crecer a niveles mayores que los países tradicionalmente llamados “influyentes”. Las predicciones de Goldman Sachs y el Deutsche Bank para el 2025, que oteaban que el crecimiento económico conjunto de Brasil, Rusia, India y China será dos veces más grande que los países del Grupo de los siete, ya ha empezado a tener resonancias muy tempranas. En un reciente documento el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos urge a su gobierno a organizar una mayor participación de los nuevos actores fuera del Grupo de los Siete para encarar las distorsiones macroeconómicas del mundo.

Este mundo de hoy ha comenzado a moverse de New York, como centro financiero, hacia Londres y, de otro lado, observa la caída sistemática del dólar ante el euro, la libra esterlina y muy pronto la moneda norteamericana declinará en valor contra el yen y otras monedas de Asia. Muchos países del orbe ya han abandonado el dólar como denominador de sus reservas en moneda extranjera.

La declinación americana es mejor interpretada como “el surgimiento de los otros”, en un nuevo (des)orden internacional cuya cuota de poder de los nuevos actores, evidentemente creciente, todavía será compartida con los Estados Unidos de América, líder, aún, en innovación, desarrollo tecnológico, investigación científica, educación especializada y poderío militar.

Esta –“el surgimiento de los otros”- es una interpretación de suyo importante del nuevo contexto mundial, porque desde esa perspectiva propositiva y afirmativa, menos apasionada y más cercana a la realidad, la pregunta que nos impone el panorama mundial de la era Post-Americana es: ¿Por qué el surgimiento de “los otros” y no el surgimiento de “nosotros”?

Todos los estudios económicos sobre desarrollo especializados en la materia han señalado claramente, que las naciones que pasaron de la barbarie a la prosperidad experimentaron primero un cambio profundo y cualitativo de sus estructuras de representación política para, luego, reorganizar sus economías.

De ese modo las herramientas que ofrece el mundo de hoy y que ayudaron a alcanzar el éxito de “los otros”, fueron administradas por una renovada clase política interesada en introducir cambios estructurales y concertados en la economía de sus países y sobre la base de objetivos de largo plazo, es decir con un mapa económico de país, con un plan de desarrollo nacional, elemento, éste último, recientemente ponderado en un enjundioso informe elaborado por la CEPAL.

Así las políticas públicas respondieron a las necesidades nacionales, porque fueron diseñadas por los técnicos que emergieron de la plural dimensión social de esos países, talentos con los que también cuenta el Perú en sus provincias y regiones y en su diáspora de profesionales a lo largo y ancho del planeta, hoy “enfantasmados” por un sistema político obsoleto que deliberadamente los margina.

Y mientras en otras latitudes del planeta las herramientas comúnes que permitieron a otros países desarrollarse funcionan perfectamente en manos de una renovada clase política, en el Perú esas mismas herramientas o no se aplican interesadamente o son administradas por una clase política que las tuerce y las prostituye para su propio y particular beneficio.

La segunda pregunta que nos impone el panorama mundial de la era Post-Americana no es más ¿cómo nos afecta o cómo nos ayuda a progresar la globalización? La pregunta correcta es ¿Cómo prosperar en este mundo Post-Americano, de nuevos y diversos actores que comparten el poder mundial, que clama por propuestas políticas renovadas?

Esta misma inquietud ha resultado ser el tema central de los debates político-académicos en los Estados Unidos, y ya Fareed Zakaria ha anunciado, con sólidos argumentos, la necesidad del gran país del norte de introducir dramáticos cambios en su estructura de poder político, al que ha denominado disfuncional, extremadamente rígido y —lo más importante como lección para el Perú y América Latina— anacrónico y obsoleto, incapaz de diseñar una nueva agenda para una nueva era que, según Zakaria, trasciende las propuestas partidarias porque debe adentrase forzosamente a las propuestas del pueblo americano organizado en sus instituciones civiles, vale decir funcionalmente.

Porque, se ha empezado a entender aquí en América del Norte, al menos entre la los integrantes de la academia, que en esta nueva era Post-Americana de diversificación del poder económico y politico mundial el esfuerzo de concertarlos hacia una tarea común solo puede ser posible con una nueva forma de representación política.

Esa misma diversidad del mundo y nuestra propia diversidad —que nos llevó antes a interrogarnos sobre nuestra propia identidad para pasar precipitadamente, y sin respuesta, a otra pregunta en torno a “nuestro lugar” en un mundo globalizado— nos impone al Perú y a nuestra América Latina la tarea histórica de entender esa diversidad hacia dentro, primero como pueblos, y después en un nuevo espacio común y planetario.

Y esa reflexión debe luego materializarse —porque otros al norte de nuestra América ya empezaron a actuar consecuentemente— con un primer esfuerzo nacional que signifique la incorporación representativa y definitiva a las tareas de un nuevo estado funcional de la dimensión social del desarrollo, es decir las organizaciones civiles del país para que, en lo doméstico, las políticas públicas respondan a nuestras necesidades más urgentes y para que nuestra política exterior tenga coherencia con la nueva realidad diversificada del poder mundial.

Si para los americanos 225 años de estructura politico-representativa, de dominio de sistema bipartidario que los llevó al pináculo del desarrollo mundial, resulta hoy incapaz de enfrentar sus propios desafíos en un mundo cambiante -y por ello planean su renovación cualitativa-, 186, casi 187 años de representación política partidaria y de Perú Republicano que ha producido hambre, pobreza, miseria e infortunio en el país han sido suficientes y, por lo tanto, su renovación resulta una necesidad no solamente contemporánea, moderna y técnica para el Perú sino también un deber moral.

Esa nueva forma de representación política, para una era Post-Americana, es el Congreso Económico Nacional.

Boston, 27 de mayo del 2008

www.marcofloresvillanueva.blogspot.com

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