El agro y el "Día del campesino"
Antes del régimen velasquista se celebraba el 24 de junio el “Día del Indio”, cuya conmemoración más destacaba por las bromas, pues la gente felicitaba a alguien ese día, como diciéndole indio. Desde el inicio del gobierno de Juan Velasco Alvarado se le cambió el nombre a “Día del Campesino”, el cual perdió vigencia tras finalizar el gobierno militar.
Antes del régimen velasquista se celebraba el 24 de junio el “Día del Indio”, cuya conmemoración más destacaba por las bromas, pues la gente felicitaba a alguien ese día, como diciéndole indio. Desde el inicio del gobierno de Juan Velasco Alvarado se le cambió el nombre a “Día del Campesino”, el cual perdió vigencia tras finalizar el gobierno militar.
En tiempo de Velasco los medios difundían propaganda sobre la reforma agraria y las bondades de tener cooperativas agrarias, que sustituyeron a los latifundios, expropiados para dar paso a éstas.
La injusticia y la explosión social
Cuando la inequidad se acumula suele concentrar una presión que en algún momento puede brotar en forma violenta. Sin la injusticia en el campo tal vez no hubiese existido un golpe velasquista.
El origen de la explosión fue causado por las condiciones paupérrimas en que los latifundistas mantenían a sus peones agrícolas. Salvo muy raras excepciones, la explotación de los trabajadores agrarios era un mal generalizado en todo el Perú: no tenían beneficios sociales y su pago era exiguo, una miseria que les permitía sobrevivir en una pobreza de casi esclavitud.
No sólo la pobreza era un mal; lo era también el trato despectivo que recibían los trabajadores, además de la frecuente demora en pagarles sus salarios. Sin embargo, los latifundistas no eran pobres que sobrevivían con sus ganancias, sino que el campo les permitía vivir en la riqueza, con buenas residencias en Lima y toda clase de lujos.
Si ahora, después de muchos esfuerzos el ministerio de Trabajo resulta insuficiente para controlar los abusos laborales, ya podemos imaginar la situación en las épocas previas a la reforma agraria: prácticamente no existía, y mucho menos para el campo.
En este panorama se gestó la revolución del general Juan Velasco Alvarado, quien buscando una solución a la explotación extrema expropió los latifundios y los entregó a los campesinos, para que continúen produciendo en cooperativas.
De buena sólo tuvo la intención la reforma agraria, pues buscó un trato más justo para el campesino, pero entregó la propiedad de los latifundios a trabadores con capacidad para trabajar la tierra, pero sin preparación para administrar un latifundio. En adelante estas propiedades serían cooperativas y SAIS (Sociedad Agraria de Interés Social).
El hombre no educado repite la historia
Pasados los años, en las cooperativas era frecuente la reproducción de un esquema de explotación, pero en microescala. Buen número de los nuevos propietarios cooperativistas, que gozaban de una propiedad compartida, con todos los derechos legales, al ver de improviso aumentados sus ingresos y su mejorada forma de vida, decidieron explotar a trabajadores más pobres; ellos descansaban mientras un trabajador sin tierra era llamado de lejos para laborar por un pago mísero.
Pero pasados muchos años más, estas cooperativas agrarias, que no siempre eran sólo tierra, sino un ingenio industrial, como los azucareros, comenzaron a sentir los efectos de la mala gestión. Unas cooperativas subsisten, otras fueron vendidas.
¿Qué hubiese pasado si, en lugar de expropiar los latifundios, Velasco hubiese convertido al ministerio de Trabajo en un verdadero guardián de los derechos de los trabajadores? En ese caso hubiese recibido muchas críticas de parte de los afectados, pero con seguridad la medida hubiese sido mucho más beneficiosa para el país.
El error velasquista no sólo fue ignorar que debían ajustarse las leyes laborales, sino que es necesario dotar de un gran poder de acción a la autoridad de Trabajo. La persona es el fin supremo de la sociedad, según la Constitución, pero en la práctica, la ley castiga más a quien viola una ley tributaria que a quien pisotea una ley laboral. La misma distorsión se produce con la SUNAT, que tiene fabulosos poderes coercitivos: multa, cierra, embarga, poderes que no posee el ministerio de Trabajo.
Esta falta de visión perpetúa condiciones de explotación e inequidad que no sólo atrasan al país, sino que son generadoras de conflicto.
Pero la solución para el desarrollo del país no sólo implica medidas económicas y doctrinas políticas. El hombre jamás será libre mientras no posea una buena educación que no sólo le permita aprender conocimientos de ciencias naturales y letras, sino que sea educado en el respeto, en la justicia y en los valores, contenidos que están escaseando en las escuelas. Esperemos que no sólo el gobierno, sino toda la ciudadanía contribuya a transformar de verdad al hombre, antes que intentar transformaciones económicas o políticas; lo primero es requisito de lo segundo. Niguna reforma política o económica traerá desarrollo mientras no se produzca el desarrollo en valores del ser humano.
La injusticia y la explosión social
Cuando la inequidad se acumula suele concentrar una presión que en algún momento puede brotar en forma violenta. Sin la injusticia en el campo tal vez no hubiese existido un golpe velasquista.
El origen de la explosión fue causado por las condiciones paupérrimas en que los latifundistas mantenían a sus peones agrícolas. Salvo muy raras excepciones, la explotación de los trabajadores agrarios era un mal generalizado en todo el Perú: no tenían beneficios sociales y su pago era exiguo, una miseria que les permitía sobrevivir en una pobreza de casi esclavitud.
No sólo la pobreza era un mal; lo era también el trato despectivo que recibían los trabajadores, además de la frecuente demora en pagarles sus salarios. Sin embargo, los latifundistas no eran pobres que sobrevivían con sus ganancias, sino que el campo les permitía vivir en la riqueza, con buenas residencias en Lima y toda clase de lujos.
Si ahora, después de muchos esfuerzos el ministerio de Trabajo resulta insuficiente para controlar los abusos laborales, ya podemos imaginar la situación en las épocas previas a la reforma agraria: prácticamente no existía, y mucho menos para el campo.
En este panorama se gestó la revolución del general Juan Velasco Alvarado, quien buscando una solución a la explotación extrema expropió los latifundios y los entregó a los campesinos, para que continúen produciendo en cooperativas.
De buena sólo tuvo la intención la reforma agraria, pues buscó un trato más justo para el campesino, pero entregó la propiedad de los latifundios a trabadores con capacidad para trabajar la tierra, pero sin preparación para administrar un latifundio. En adelante estas propiedades serían cooperativas y SAIS (Sociedad Agraria de Interés Social).
El hombre no educado repite la historia
Pasados los años, en las cooperativas era frecuente la reproducción de un esquema de explotación, pero en microescala. Buen número de los nuevos propietarios cooperativistas, que gozaban de una propiedad compartida, con todos los derechos legales, al ver de improviso aumentados sus ingresos y su mejorada forma de vida, decidieron explotar a trabajadores más pobres; ellos descansaban mientras un trabajador sin tierra era llamado de lejos para laborar por un pago mísero.
Pero pasados muchos años más, estas cooperativas agrarias, que no siempre eran sólo tierra, sino un ingenio industrial, como los azucareros, comenzaron a sentir los efectos de la mala gestión. Unas cooperativas subsisten, otras fueron vendidas.
¿Qué hubiese pasado si, en lugar de expropiar los latifundios, Velasco hubiese convertido al ministerio de Trabajo en un verdadero guardián de los derechos de los trabajadores? En ese caso hubiese recibido muchas críticas de parte de los afectados, pero con seguridad la medida hubiese sido mucho más beneficiosa para el país.
El error velasquista no sólo fue ignorar que debían ajustarse las leyes laborales, sino que es necesario dotar de un gran poder de acción a la autoridad de Trabajo. La persona es el fin supremo de la sociedad, según la Constitución, pero en la práctica, la ley castiga más a quien viola una ley tributaria que a quien pisotea una ley laboral. La misma distorsión se produce con la SUNAT, que tiene fabulosos poderes coercitivos: multa, cierra, embarga, poderes que no posee el ministerio de Trabajo.
Esta falta de visión perpetúa condiciones de explotación e inequidad que no sólo atrasan al país, sino que son generadoras de conflicto.
Pero la solución para el desarrollo del país no sólo implica medidas económicas y doctrinas políticas. El hombre jamás será libre mientras no posea una buena educación que no sólo le permita aprender conocimientos de ciencias naturales y letras, sino que sea educado en el respeto, en la justicia y en los valores, contenidos que están escaseando en las escuelas. Esperemos que no sólo el gobierno, sino toda la ciudadanía contribuya a transformar de verdad al hombre, antes que intentar transformaciones económicas o políticas; lo primero es requisito de lo segundo. Niguna reforma política o económica traerá desarrollo mientras no se produzca el desarrollo en valores del ser humano.