La ideología de la supremacía yanqui

Fundamentos religiosos y raciales (Parte 6)

Escribe: César Vásquez Bazán

Constitución de los Estados Unidos de América. En su Artículo I, Sección 2, tercer párrafo, estableció que para efectos electorales, un afroamericano era equivalente a tres quintas partes de una persona blanca.

 

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Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, calculó “en doscientos dólares cada uno” el precio promedio de un afroamericano considerado “como propiedad” o bien mueble.

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Para Thomas Jefferson, quien llegó a ser el tercer presidente de los Estados Unidos, el valor de un afroamericano recién nacido era menor; sólo ascendía a “doce dólares con cincuenta centavos”.

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La identificación propuesta entre la supremacía de la América anglosajona y la superioridad de la raza blanca vino acompañado de un conjunto de argumentos religiosos y raciales.

La maldición de Noé condena a la esclavitud a los pueblos de raza negra

  En primer lugar, se consideraba que la barbarie de pueblos inferiores como negros, indios y mestizos era consecuencia de la maldición pronunciada por Noé en contra de los descendientes de su hijo Cam, padre de Canaán (Génesis 9, 22-25). En el primer libro de la Biblia se relata que Cam, quien era negro, cometió la grave falta para la religión judía de ver a su padre desnudo, tras haberse Noé embriagado con el vino producido por su propia viña. Por ese motivo Noé maldijo a su nieto Canaán, hijo de su hijo negro, a quien condenó a ser “siervo de siervos”, es decir a la esclavitud.

  El anterior argumento bíblico sobre la justicia divina fue utilizado para justificar la esclavitud africana y, por extensión, racionalizar el genocidio de los pueblos americanos nativos. Este sustento religioso también sirvió para afirmar la idea de la supremacía de la raza blanca, la que a su vez permite entender las menciones raciales incluidas en la Constitución de los EE.UU. (Artículo I, Sección 2, tercer párrafo). Específicamente, para efectos de determinar la representatividad electoral de los diversos estados, la Constitución estableció que un afroamericano era equivalente no a un ser humano de raza blanca sino sólo a tres quintas partes de dicha persona (1).

  La mayoría de los americanos anglosajones compartió el prejuicio de la inferioridad de la raza negra. Como es sabido, desde su llegada a las colonias inglesas en 1619 y hasta su emancipación en 1865, los africanos y sus descendientes fueron considerados esclavos, es decir como un tipo de bienes muebles. En 1835, George McDuffie, gobernador de Carolina del Sur, insistió que la maldición de Noé constituía expresión de la voluntad divina y que, en cumplimiento de ella, los negros eran deficientes en la práctica de las artes y las ciencias e incapaces de mejorar. McDuffie escribió: “No es menos manifiesto que el negro africano está destinado por la Providencia a ocupar el estado de dependencia servil. Está marcado en el rostro, estampado en la piel y evidenciado por la inferioridad intelectual e imprevisión natural de esta raza. Reúnen todas las cualidades requeridas para ser esclavos y carecen de las condiciones necesarias para ser hombres libres. No tienen la preparación para ejercer la libertad racional ni ningún tipo de autogobierno. En los aspectos físico, moral y político son inferiores a millones de miembros de la raza humana que a través de edades consecutivas arrastraron una existencia miserable bajo un demoledor despotismo político y que están condenados a vivir en esta situación desesperada por las mismas características que hacen que no sean aptos para una condición mejor” (McDuffie 1968, 192-193).

  En 1852, el clérigo Josías Priest recordó la anterior explicación divina de la condición de los afroamericanos. Los negros fueron “creados o producidos en un orden de intelectualidad inferior al de cualquiera de las otras razas... como un acto judicial de Dios”. Siempre estuvieron en una “condición degradada, tanto ahora como en todos los tiempos” y, por esa razón, se les “puso bajo la supervisión de las otras razas” (Priest 1970, 13).

Prohibición del mestizaje en Estados Unidos: blancos impedidos de casarse con personas de piel oscura

  Con el fin de prevenir los perjuicios morales y materiales que las razas inferiores no elegidas por Dios podían infligir a los Hijos de Dios, los anglosajones migrantes a Estados Unidos concluyeron que no deberían mezclarse con negros, americanos nativos ni individuos de piel oscura, de la misma manera que los judíos no contraen matrimonio con individuos de otros pueblos. En 1609, Symonds recordó que con el fin de practicar sus obligaciones religiosas. “los descendientes de Abraham no se mezclan con otras razas; se guardan para aparearse entre sí mismos. No podían casarse ni ser entregados en matrimonio a personas no circuncidadas. Y esto es tan claro que de dicha práctica surgió la ley del matrimonio sólo con otros judíos. El incumplimiento de esta regla podría atentar contra los buenos resultados [de las colonias inglesas en Norteamérica]. En cambio, si mantenemos la obediencia a Dios, en poco tiempo los dueños de las plantaciones, por la bendición del Señor, podrían convertirse en una nación formidable ante todos los enemigos de Cristo y ser la alabanza de esa parte del mundo” (Symonds 1968, 35).

  Desde la época colonial, los anglosajones americanos siguieron el consejo bíblico racial e implementaron severas leyes estatales prohibiendo la consagración de matrimonios entre personas blancas y negras (2). A lo largo de su existencia, la América anglosajona se consideró a sí misma como una nación del hombre blanco y como un “crisol de razas”, pero sólo de las variedades de la raza caucásica provenientes de Europa occidental y del norte.

  Esta preferencia puede notarse examinando diversos hechos históricos. Por ejemplo, desde la dación de la Ley de Nacionalización de 1790, los anglosajones americanos legislaron que “personas blancas libres” serían las únicas que podrían naturalizarse como ciudadanos de EE.UU., un principio que se aplicó hasta la adopción de la Decimocuarta Enmienda Constitucional, en 1868. Ese año, los Caballeros de la Camelia Blanca (1968, 140), una sociedad secreta fundada en Nueva Orleans que aspiraba a restaurar la supremacía blanca en el sur de EE.UU., consideró que la tolerancia de la mezcla racial sería la fuente de “la producción de una descendencia degenerada y bastarda, que pronto poblaría estos estados con una población degradada e innoble, incapaz de desarrollo moral e intelectual y no apta para conformar un país grande y poderoso”.

  A finales del siglo XIX, políticos y autores influyentes –el senador Henry Cabot Lodge entre ellos– explicaron en términos similares su oposición al mestizaje y a la inmigración de personas de piel oscura (3). Sin duda pensando que la descendencia de un matrimonio mixto no podría mantener la blancura original del esposo o esposa de raza caucásica, Lodge escribió: “Si personas de raza inferior, en número suficiente, se mezclan con individuos de raza superior, la historia nos enseña que la raza inferior prevalecerá. Cuando las cantidades de individuos de ambas razas sean aproximadamente iguales, la raza inferior absorberá a la superior y no la superior a la inferior. En otras palabras, existe un límite a la capacidad de cualquier raza para  asimilar y elevar a una raza inferior. Cuando se comienza a aceptar un número ilimitado de extranjeros o de personas de razas inferiores, de menor eficiencia social y menor fuerza moral, se está incurriendo en el riesgo más terrible que un pueblo puede correr. La degradación de una gran raza significa no sólo su propia decadencia, pero la de la civilización humana” (Lodge 1968, 91).

  En Alabama, en 1921, el Presidente Harding (1970, 183) concluyó que” no puede haber mestizaje racial” debido a la “diferencia fundamental, eterna e ineludible” entre las razas blanca y negra. En la misma década, el vicepresidente Coolidge (1970, 184) subrayó: “Existen consideraciones raciales demasiado graves como para ser dejadas de lado por razones sentimentales. Las leyes biológicas nos dicen que ciertos pueblos divergentes no se mezclan o combinan. Los países nórdicos se propagan a sí mismos con éxito. Con otras razas, el resultado muestra un deterioro en ambos lados. La calidad de la mente y el cuerpo indica que la observancia de la ley étnica es una necesidad imperiosa para una nación como lo es una ley de inmigración”.

  En 1974, el Ku Klux Klan proclamó el mismo mensaje: “Creemos en Dios y en los principios de la religión cristiana... La religión cristiana se basa en las enseñanzas de Jesucristo... Creemos en la supremacía blanca... El Klan cree que Estados Unidos es un país del hombre blanco y debe ser gobernado por hombres blancos. Desde un inicio el Klan estuvo opuesto a la mezcla de la raza blanca con las razas de piel oscura” (United Klans of  América, Inc. 1995, 139, 141).

  La oposición al mestizaje de razas no se limitó a prohibir las uniones entre blancos y afroamericanos. En general, se aplicó a cualquier tipo de mezcla entre blancos e individuos de piel oscura. Por ejemplo, discutiendo la validez moral de la guerra contra México, el futuro presidente de Estados Unidos Andrew Johnson subrayó en 1847 que el éxito angloestadounidense en esa guerra fue una expresión del “brazo derecho... de un Dios encolerizado [sancionando a México por su infidelidad racial y usando] a la raza anglosajona... como el medio de su justo castigo” (Sinkler 1971, 83).

  Si bien la prohibición de los matrimonios interraciales fue eliminada en 1967, la idea que las personas blancas no deberían casarse con personas de piel oscura persiste en un muy amplio sector de la sociedad estadounidense, que entiende que el mestizaje racial es indicativo del pecado etnológico de los pueblos. Estados Unidos no pecó pero América Latina –la América Morena de la que hablaba Manuel Seoane– sí lo hizo. En el año 1900, Charles Carroll (1970, 102) explicó que los pueblos mestizos latinoamericanos habían transgredido la prohibición divina de la unión entre blancos y personas de piel oscura. Por tal aberración, estas naciones fueron objeto del castigo divino: “En su ira y disgusto, Dios maldijo a [los pueblos latinoamericanos] con guerras, hambrunas, pestes y enfermedades, ... trajo la ruina a sus civilizaciones y transformó sus países, alguna vez prósperos, en moradas de salvajes, o dejó... que sus civilizaciones decayeran en manos de sus descendientes mestizos, como es el caso de los mexicanos, peruanos, ... etc. Estas criaturas bárbaras son las que poseen esos países hoy en día”.

Discriminación racial en Estados Unidos

  Con el fin de mantener la supremacía de la raza blanca, sería necesario excluir a las personas de piel oscura o, al menos, separar a los americanos anglosajones de negros e indios. Así, escribiendo en 1751, el inventor, estadista y diplomático Benjamín Franklin expresó su deseo de excluir de las colonias de Norteamérica “a todos los negros e individuos de piel bronceada o rojiza” y de aumentar el número de sajones e ingleses, “el principal cuerpo de gente blanca sobre la faz de la tierra”. Puesto que “el número de personas blancas puras en el mundo es proporcionalmente muy pequeño... ¿por qué deberíamos... oscurecer a su gente?”, fue la pregunta planteada por Franklin, el famoso miembro de la Convención Constituyente (Franklin 1968, 493).

  Después de la Guerra Civil, y con el fin de mantener la supremacía de la raza blanca, los antiguos Estados esclavistas aprobaron diversas leyes estableciendo la discriminación racial. Entre ellas, se puede mencionar la legislación que sancionó a los negros con castigos desiguales; la que excluyó a los afroamericanos de poder formar parte de los jurados en los juicios; la que estableció escuelas separadas para los niños afroamericanos; la que afirmó la segregación racial en el transporte público; la que estableció la segregación en la vivienda y zonas de residencia; la que consagró la existencia de cementerios segregados; y la que estableció la discriminación en los bancos de sangre, en las playas, los restaurantes, instalaciones sanitarias, parques públicos, centros de recreación, lugares de entretenimiento, en el deporte y en los juegos, en el uso de campos municipales de golf, en la venta de tierras públicas y en las oficinas del Gobierno Federal.

  El “mantenimiento de la supremacía de la raza blanca” también fue el “objetivo principal y fundamental” de sociedades secretas terroristas como el Ku Klux Klan y los Caballeros de la Camelia Blanca. Estos grupos proclamaron que “la historia de Estados Unidos y la fisiología nos enseñan que pertenecemos a una raza a la que la naturaleza ha dotado de una evidente superioridad sobre todas las otras razas, y que el Creador, en demostración que nos eleva por encima de la norma común de la creación humana, tiene la intención de asignarnos el dominio sobre las razas inferiores, superioridad que ninguna ley humana puede derogar permanentemente. ... Así, se convierte en nuestro deber sagrado, como hombres blancos... hacer todo lo que esté a nuestro alcance para mantener, en esta república, la supremacía de la raza caucásica y frenar la carrera del negro o afroamericano, conservándolo en la condición de inferioridad social y política para la que Dios lo ha destinado” (Caballeros de la Camelia Blanca 1968, 139).

  Finalmente, debe recordarse que incluso el presidente Woodrow Wilson, Premio Nobel de la Paz de 1919, apoyó la separación racial. Reconoció que “la segregación de los empleados de piel oscura en los diversos departamentos [del Gobierno] se inició por iniciativa y a sugerencia de varios jefes de dichos departamentos, en interés tanto de los negros como de cualquier otra razón... Yo apruebo la segregación que se está intentando en varios de los departamentos [del Gobierno]” (Wilson 1970, 182-183).

Notas

(1)  Thomas Jefferson (1829b, 389) autor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, calculó “en doscientos dólares cada uno” el precio promedio de un afroamericano considerado “como propiedad” o bien mueble. Para el tercer presidente de los Estados Unidos, el valor de un afroamericano recién nacido era menor; sólo ascendía a “doce dólares con cincuenta centavos”.

(2)  Sólo en 1967 las leyes contra los matrimonios interraciales fueron declaradas inconstitucionales por decisión de la Corte Suprema de los EE.UU., en el caso conocido como Loving v. Virginia.

(3)  Unas décadas más tarde, en su libro Mi lucha, Adolfo Hitler repitió las mismas creencias acerca de los peligros planteados por el mestizaje racial. El Führer escribió: “En cada mezcla de sangre aria con la de pueblos inferiores, el resultado fue el final de la gente culta. Norteamérica, cuya población en su mayoría se compone, en gran medida, de elementos germánicos que se mezclaron muy poco con los pueblos inferiores de piel oscura, muestra una humanidad y una cultura diferentes a las de América Central y América del Sur, donde los inmigrantes predominantemente latinos se mezclaron en gran escala con los aborígenes. Al considerar este ejemplo, podemos con claridad y distintamente reconocer el efecto del mestizaje racial. El habitante germánico del continente americano, que ha permanecido racialmente puro y sin mezclarse, llegó a ser el amo del continente. Seguirá siendo tal, siempre y cuando no caiga víctima de la contaminación de la sangre” (Hitler 1971, 286).

Obras citadas

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Franklin, Benjamin. 1968. On the Increase of Mankind,  pp. 489-493 enThe Annals of America. 21 vols. Vol. 1, 1493-1754: Discovering a New World, editado por Mortimer J. Adler. Chicago: Encyclopædia Britannica, Inc.

Harding, Warren C. 1970. “Views from the White House”, p. 183 en The Civil Rights Record: Black Americans and the Law, 1849-1970, editado por Richard Bardolph. New York: Thomas Y. Crowell Company, Inc.

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Jefferson, Thomas. 1829.  The Writings of Thomas Jefferson: Memoir, Correspondence, and Miscellanies, from the Papers of Thomas Jefferson. Editado por Thomas Jefferson Randolph. 4 vols. Vol. IV. Charlottesville: F. Carr, and Co.

Knights of the White Camelia. 1968. The Knights of the White Camelia, pp. 137-140 en The Annals of America. 21 vols. Vol. 10, 1866-1883: Reconstruction and Industrialization, editado por Mortimer J. Adler. Chicago: Encyclopædia Britannica, Inc.

Lodge, Henry Cabot. 1968. For Immigration Restrictions, pp. 88-92 en The Annals of America. 21 vols. Vol. 12, 1895-1904: Populism, Imperialism, and Reform, editado por Mortimer J. Adler. Chicago: Encyclopædia Britannica, Inc.

McDuffie, George. 1968. The Natural Slavery of the Negro, pp. 191-197 enThe Annals of America. 21 vols. Vol. 6, 1833-1840: The Challenge of a Continent, editado por Mortimer J. Adler. Chicago: Encyclopædia Britannica, Inc.

Priest, Josiah. 1970. Bible Defense of Slavery, p. 13 en The Civil Rights Record: Black Americans and the Law, 1849-1970, editado por Richard Bardolph. New York: Thomas Y. Crowell Company, Inc.

Sinkler, George. 1971. The Racial Attitudes of American Presidents from Abraham Lincoln to Theodore Roosevelt. Garden City, New York: Doubleday & Company, Inc. Sinkler cita un discurso pronunciado el año 1847 por el futuro Presidente Andrew Johnson.

Symonds, William. 1968. Britain’s Claim to a New World Empire Justified,pp. 32-35 en The Annals of America. 21 vols. Vol. 1, 1493-1754: Discovering a New World, editado por Mortimer J. Adler. Chicago: Encyclopædia Britannica, Inc.

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