La estupidización de las masas

por Herbert Mujica Rojas

La crónica diaria da cuenta de un ciudadano muerto a balazos en un enfrentamiento en la zona norte de Lima. ¿Cayó aquél en una marcha en protesta por el obsequio cotidiano que hacen malos gobiernos de su patrimonio o riquezas naturales? ¡No, de ninguna manera! El asunto pasa por un palurdísimo enfrentamiento de bandas o hinchas de dos equipos de fútbol locales que, como en el Chicago de los 20, sorteaban sus diferencias ¡a balazo limpio! La estupidización de las masas es todo lo contrario a su rebelión, aquella que Ortega y Gasset, describió en un libro sobresaliente. El opio ese que es el balompié, en un país que NO tiene tradición en ese deporte y sólo derrotas por goleadas humillantes, y que sólo enriquece a bandas de gángsteres de cuello y corbata, ha registrado un pico más de su tenebrosa presencia letal.


El terrorismo violentista cerró, desde años atrás, el círculo de mudez y silencio en las masas aterrorizadas por muertes subitáneas, explosiones por doquier, crímenes insólitos, víctimas de todo jaez, hombres, mujeres, niños y hasta mascotas. Nadie se llama a sorpresa con estos accidentes que aniquilan personas en nombre de simpatías a equipos de fútbol cuyo nivel es casi de letrina. Mientras que todos los países latinoamericanos evolucionaron alimentando mejor a sus jugadores, proveyéndoles de experiencia y severo entrenamiento, aquí se consiguió la involución absoluta pero sí, maldito sí, el enriquecimiento de decenas de forajidos a quienes ni el más violento sismo puede mover de sus tronos dolarizados.

¿Cómo puede aceptar el país que unos adolescentes usen armas de fuego, anden por las calles esparciendo el terror que sus artefactos dan y ejerciendo el insano propósito de buscar víctimas a quienes donarles sus balas? Ayer fue un muerto y siete heridos. ¿Fue real la no intervención policial? ¿para qué sirve, entonces, un cuerpo auxiliar que debería tener una identificación, en su lucha contra el hampa, íntima con la población? Esto hay que averiguarlo y castigarlo severamente.

Una pregunta sencilla: ¿cuántas instituciones se preocupan de este fenómeno urbano que cobra vidas a cada rato? De repente, como las organizaciones de nuevos gángsteres y sus gerencias, sólo se ocupan de temas rentables y que dan dólares o euros, vía tallercitos, fórums y folletería mal hecha, este acápite de que son protagonistas elementos del más bajo nivel, no es interesante y tampoco da recursos, por tanto es deleznable. ¡Y que sigan las balaceras! Hasta que uno de estos plomos nos acerque trágicamente a los sucesos. Tan ocupados están de dar explicaciones y análisis a mil otras cosas, que si los del bajo pueblo se trenzan con revólveres o pistolas, no es un capítulo que pueda conmoverles porque NO trae dinero fresco y a la mano.

En los años 30, el país entero remecía en sus calles y plazas el enfrentamiento de grupos sociales que tenían por banderas el antimperialismo, la nacionalización de tierras e industrias, la protección de los recursos patrios, el nacionalismo como bandera de insurrección perenne y no pocas veces las colisiones fueron violentas, parte de esa violencia institucional en que vive Perú desde el mismísimo 1821 con la independencia de los hijos de los españoles que dejó en su sempiterna esclavitud a vastos sectores mayoritarios del Perú genuino. Acaso, aquello tenía licencia por la justicia de sus ambiciones. ¿Puédese decir eso de lo ocurrido ayer entre bandas de delincuentes que otra cosa no son?

La estupidización de las masas tiene formas y variantes, se usa siempre a través de los miedos de comunicación que obedecen sólo lo que las empresas pagan, normalmente para obtener silencio acrítico, mudez cómplice, aborregamiento masivo e idiotez sempiterna.

¿Hasta cuándo el silencio generalizado? ¡Y absolutamente vergonzoso!

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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