Héroes de puertas adentro
Pedro Miguel Lamet (*)
En este mundo de flashes y apariencia nunca aparecen. Viven entre las sombras del hogar, subiendo y bajando persianas, levantando cuerpos casi inmóviles, pendientes de la hora de la medicina, limpiando inmundicias y agarrando manos inertes y solitarias. Son los héroes anónimos de esta sociedad que hemos llamado del bienestar y que también podríamos denominar del goce inmediato y el egoísmo consumista.
Los cuidadores, en su mayoría mujeres y miembros de la familia, pero también con frecuencia inmigrantes que ocupan ese puesto admirable en nuestro mundo, viven en una tensión y entrega con frecuencia desconocida y minusvalorada, que merecerían mayor atención por nuestra parte. Su duro trabajo sin horario puede socavar su salud, sobre todo psíquica, dado el carácter claustrofóbico de su vida y las exigencias de los enfermos, por lo general, graves, ancianos o terminales.
La ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia del 14 de diciembre de 2006 es uno de los logros más importantes del anterior Gobierno de nuestro país, ya que reconoce oficialmente la existencia de esta realidad creciente por la prolongación de la vida y la mejora sanitaria. Pero, por desgracia, su aplicación ha contado con enormes dificultades, sobre todo últimamente, debido a la crisis económica. Miles de solicitudes se han quedado en los embudos burocráticos de muchas comunidades autónomas.
Pero esta es solo una parte de este problema. Aquí nos interesamos por el otro lado de esa cara oculta del planeta de la dependencia. La de sus protagonistas más olvidados: los cuidadores. Queremos responder a una pregunta sin respuesta: ¿quién cuida del cuidador? ¿Quién ayuda a esos héroes ocultos que gastan sus vidas al pie de la cama, de la silla de ruedas, de la soledad y el dolor de las personas impedidas, por lo general ocultos en un hogar en penumbra?
Estos nuevos ángeles custodios carecen con frecuencia de alas para liberarse del contagio psíquico y el peso de un trabajo ingente sin ventanas, compensaciones y, sobre todo, liberación para recuperarse y respirar un necesario aire libre que les recobre las fuerzas y el tiempo dedicado a las personas que deben o quieren ayudar.
No se trata solo de una necesidad de recursos económicos para adquirir medicamentos, pañales, profilácticos y las máquinas imprescindibles para su labor. Les falta lo más importante: reconocimiento, apoyo y terapias para poder realizar su misión sin ‘perderse’ ellos mismos como personas en el intento.
Dice un proverbio chino que quien ayuda a un hermano a cruzar el río no tarda en hallarse en la orilla opuesta. Por tanto, a la larga, el cuidador recibe el mayor cuidado, que es realizarse como persona, pues nada nos conduce a tanta plenitud como echar una mano al prójimo, ya que el amor gratuito coincide con el sentido más pleno de la vida humana.
Pero tanto el cuerpo como la mente humana tienen limitaciones. El nadador no puede agotarse mientras salva al náufrago, porque entonces no es uno, sino dos los que acaban ahogándose.
Por ejemplo, existe una Asociación de Cuidadores Familiares que cuenta con un “Centro de respiro”, un lugar donde poder descansar. O foros donde comparten sus experiencias. O artículos serios sobre su problema.
Aunque por lo general en este caso, como en tantos otros, las mejores técnicas brotan del corazón. Pues de los cuidadores se puede decir lo mismo que de los relojes: “los más sencillos se descomponen menos”.
(*) Periodista y escritor, Centro de Colaboraciones Solidarias
www.telefonodelaesperanza.org