El terrorista invisible

Por Eduardo González Viaña

“Si le das de comer a un pobre te llaman “santo”, pero si preguntas en voz alta por las causas de su pobreza y trabajas para que éstas desaparezcan, entonces te pueden llamar comunista”.- dijo Monseñor Oscar Romero, arzobispo mártir del Salvador.

Comunista, ateo, subversivo y terrorista son calificativos que se alternan en la prensa peruana cuando anda metida en “campañas sociales” como la defensa de una gran empresa minera, por ejemplo.

En pocas semanas, se ha colgado el sambenito de terroristas o el de sospechosos de serlo a centenares de peruanos.

Terroristas se ha llamado a los defensores del ambiente y a todos aquellos que se atrevieron a demandar una información clara sobre la posibilidad de que la explotación minera envenene el agua, los cultivos, el ganado y a los propios seres humanos de una de las regiones más grandes del país. Por supuesto, los periódicos aprovecharon de la oportunidad para perseguir a las organizaciones de derechos humanos y calificar a sus miembros de terroristas o de traidores a la patria.

Terroristas fue el calificativo con que las portadas de los tabloides tacharon la fotografía de Lori Berenson y de su bebé. En pleno diciembre, nuestros “cristianos” rotativos no vacilaron en negar la Navidad a la madre del pequeño supuestamente terroristas.

Terroristas también fueron llamados los jueces que autorizaron, de acuerdo con la ley vigente, el viaje de esa señora. Asumiendo una facultad que no le correspondía, el ministro de justicia atacó a los magistrados, y poco después se inició una acción investigadora contra ellos.

Y sin embargo, esos mismos periódicos y muchos políticos que posan como demócratas reclamaron a grito pelado el indulto de Alberto Fujimori quien durante 10 años capitaneó un régimen de terrorismo estatal construido a base de genocidios, manipulación electoral, corrupción a tiempo completo y cementerios clandestinos por uno y otro lado del Perú. ¿Es Fujimori acaso un terrorista invisible?

En junio del 2011, el pueblo peruano votó por una alternativa decente contra el terrorismo de estado que venía empaquetado en la candidatura Fujimori. Estamos seguros de que, luego de encarar otras prioridades, el gobierno democrático enjuiciará a la vasta red de gallinazos que, aprovechando del poder, torturaron a culpables e inocentes, los descuartizaron, violaron a sus mujeres, se entregaron a la rapiña, quemaron pueblos enteros y se pusieron a las órdenes de los narcotraficantes. Pero ya va siendo la hora.

La justificación de la impunidad- que se usó en el Perú de otros gobiernos como antes en la Argentina de Menem- es el argumento cobarde de que encausar a los criminales de uniforme provocaría un golpe militar. O sea, hay que suspender la ley y el Estado de Derecho para poder defenderlos.

Eso, además de absurdo, no es cierto. En Argentina y Chile, decenas de generales, incluidos jefes de Estado (algunos diez años mayores que Fujimori), penan largas condenas, y a pesar de ello, ninguna alteración del orden constitucional se ha producido.

Además, los ladrones y criminales sólo fueron una minoría. El resto de los oficiales de esa época no lo fueron, y por eso, pueden ahora dormir sin pesadillas y vivir con pobreza pero con inmaculada decencia. En urbanizaciones modestas y con pensiones cada vez más ajustadas, son ellos los verdaderos sucesores de Grau y Bolognesi.

El Estado de Derecho para una sociedad tiene el mismo papel que la respiración para los seres humanos. No se le puede suspender por una hora como no se puede dejar de respirar por ese lapso. Cuando eso ocurre, el Derecho y muchos transgresores se vuelven invisibles. Así ocurre en los dos diálogos que siguen:

1) –Doctor. Un hombre invisible está en la sala de espera.

-Dile que lo siento, pero que no lo voy a poder ver.

2) -Señor Invisible. Dice el doctor que no lo va a poder ver.

-No es problema. Me sentirá cuando le esté apretando la garganta.

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