Declaró ante muy “inspirados” (por sus jefes de redacción), periodistas televisivos, el ex presidente Alan García Pérez que si en Perú se cuestionan demasiado las inversiones, se refirió a Conga en Cajamarca, entonces preferirán los bondadosos capitalistas irse a un “país ordenado (sic), puede ser Chile o Colombia”. El respaldo que otorga García a la administración Humala está signado por cómo le aplicarán la investigación en el Congreso y por una comisión anémica desde el principio.

 

No hay nada en que incursione el señor García que no sea para su propio y único beneficio. Carece de amigos, apenas tiene socios y sí posee las hojas de vida –o prontuarios- de todos los que no pueden sino seguir sus ordenanzas. Tributarios del ex gobernante no se atreven siquiera a musitar duda o murmuración porque pueden irse a la cárcel y los papeles comprobatorios deben tener un escondite ultra-seguro en bufetes de abogángsteres. Por eso, puede decir aquél que “no hace política”.

¿Cree alguien en su sano juicio que los dardos envenenados por la revocación de la alcaldesa Susana Villarán, anunciados por Mauricio Mulder, son iniciativa de ese parlamentario? El fautor de la vergonzosa alianza, hoy mantenida porque Dios los cría y ellos se juntan, en múltiples giros de la palurda política peruana, entre el fujimorismo y el alanismo, necesita con premura terminal los votos de siempre para terminar de destruir a la Comisión que lo investiga. Así dicen ellos.

Años atrás, García Pérez, en giro servil parecido al de ayer, y aludiendo a los del sur, dijo que no había que cuestionarlos mucho porque Chile “se podía molestar”. No sólo eso, varias veces ha comentado ante sus palafreneros que él se considera la reencarnación de Piérola, el mismo que en 1881 y provisto de una megalomanía enfermiza e infecciosa, regaló Lima al invasor merced a sus tácticas y estrategias que instalaba cañones como el de la “Ciudadela Piérola” en el Cerro San Cristóbal, donde no se combatió o como cuando ordenó el rompan filas de la reserva y miles de hombres simple y llanamente no dispararon un tiro con el invasor saqueando San Juan, Chorrillos, Barranco, Miraflores.

Hay pues una coherencia inescrupulosa en cuanto dice o cuando “reaparece”, engreído por los medios de comunicación a quienes desde su gobierno gratificó con decenas o cientos de miles o millones de soles en publicidad, el señor Alan García Pérez.

Destructor por antonomasia y excelencia, García Pérez, es amo y señor, con látigo y prontuarios de todos los adláteres que controlan la maquinaria –o lo que queda de aquella- del aprismo, un membrete que equivale a nada en la política actual. Ninguno de los que son capitostes de esa agrupación se atreverá a cuestionarle: todos le deben, por angas o por mangas y saben bien que lo que le ocurrió a Rómulo León es palmaria muestra de un camino similar.

La hermandad cómplice, pues, se ha enseñoreado en el Apra y bajo la tutela de García y sus émulos. No hizo él solo toda esta suerte de masa informe que cada día desdibuja más su presencia en la arena política y torna insignificante hasta en el más modesto club de barrio donde a todos los apristas se tilda de ladrones, rateros, cacos, estafadores y por eso es que en la elección presidencial del 2011, sin candidato, el Apra apenas si sacó 4 parlamentarios, cifra vergonzosa, ridícula y evidencia de un desmanejo francamente delincuencial.

Vergüenza deberían sentir esos “periodistas” que “preguntan” a la carta, para que el ex mandatario García Pérez se despache a su gusto y pontifique sobre los temas que él previamente ya ha anunciado y coordinado que tocará y que requieren el subrayado de medios de comunicación de escasa calidad pero lealísima devoción a quien les contribuyó ferazmente desde las arcas del Estado.

¿Por causa de qué, Alan García, cuando habla de memoria histórica, no recuerda que él nunca afrontó las acusaciones de monstruosas asimetrías en sus cuentas personales y que sólo salió bien librado por la prescripción? La verdad verdadera es que no hesitará en seguir usando embelecos y títeres para sus asuntos personales, en pro de su megalomanía infinita que poco o nada tiene que ver con el Perú y sus caminos de progreso.

La coherencia inescrupulosa de Alan García nótase en cada una de sus presentaciones y no hay que exagerar en absoluto para tomar debida nota de hacia dónde van sus esfuerzos. Y no pasan desapercibidos, tampoco, el hato de cómplices desvergonzados.

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