Un suicidio político

César Lévano

El presidente Ollanta Humala ha declarado que no es de izquierda, lo cual todo el mundo sabía. El lunes añadió un rasgo a su perfil político: dijo que la alianza con fuerzas de izquierda que lo condujo al triunfo no fue tal alianza, sino apenas un acuerdo para el acto electoral.

 

En LA PRIMERA defendimos la candidatura Humala cuando padecía grave orfandad. Como pocos ciudadanos inicialmente, lo hicimos porque encerraba una posibilidad de cambio y una alternativa al Fujimorismo.

En ningún momento predicamos la confianza ciega, o el caudillismo, que es una expresión de atraso político que duró casi dos siglos. Sobre todo en su forma de caudillismo militar.

El 3 de julio de 2011, al celebrar el cuarto aniversario de la actual gestión en LA PRIMERA, escribimos una columna titulada: Un diario de combate y razón. Dijimos entonces: “El próximo 28 de julio se inicia una etapa esperanzadora en la República. Desde la altanera torre de nuestra independencia, buscaremos que el nuevo régimen tenga éxito, para lo cual necesita cumplir sus promesas. Esto le exigiremos sin prisa pero sin pausa”.

Y concluíamos que sería irresponsable que la oposición de derecha buscara “maniatar a Humala con propuestas que de aceptarse lo conducirían a su suicidio político. El Perú quiere cambios, no continuismo”.

Por lo pronto, el caso de Conga demuestra que Humala ha elegido el trillado camino del abuso. “Conga va” resume una vocación autoritaria. Y suicida. Toda la esfera de la política ha girado en esa dirección: el nombramiento de Óscar Valdés como presidente del Consejo de Ministros; la destitución de ministros progresistas; la designación de Manuel Pulgar Vidal para el Ministerio del Medio Ambiente: todo marca un giro enérgico a la derecha.

Para velar el presente, el primer mandatario precisa modificar el pasado. Por eso quiere negar las raíces de su gobierno. Por tal razón dice ahora que su elección no fue fruto de una alianza que proponía un programa de gobierno, de cambios moderados pero imprescindibles, sino apenas una componenda de corta duración, que terminaba el día del voto.

Quizá el presidente Humala no ha captado el tamaño de la esperanza que hizo nacer en amplios sectores del pueblo. Ese es ahora el tamaño de la decepción.

Hace diez años emergió en Ecuador Lucio Gutiérrez Borbúa, coronel que se sumó a un levantamiento indígena incruento contra un gobierno oligárquico. El joven militar ganó simpatías por sus discursos agraristas y antiimperialistas. Elegido presidente de la República con el apoyo de la izquierda y del movimiento indígena Pachacutik, uno de sus primeros deslindes fue declararse por encima de ideologías políticas. Después sacó la garra despótica y proyanqui. Al final, el descrédito y la acción de masas lo derrocaron.

Del pobre Gutiérrez nunca más se supo.

La Primera.