Perú. Uchuraccay, Sendero y la mentira

cadaver uchuraccayPor Gustavo Espinoza M. (*)

Cuando se produjo la muerte de ocho periodistas y su guía en Uchuraccay —26 de enero de 1983— la versión oficial  adjudicó el hecho al terror desatado en la zona por Sendero Luminoso.

 

Sendero Luminoso, de acuerdo a esas mismas versiones, mataba personas, volaba puentes, dinamitaba torres de alta tensión, secuestraba funcionarios, violaba mujeres, arrasaba aldeas. Y, lo peor, buscaba afanosamente el “equilibrio estratégico” que lo colocaría en las puertas del Poder. ¿Respondía esa versión a una concepción fríamente calculada y  cuidadosamente elaborada? ¿Buscaba mimetizar en una sola expresión diversos elementos: la ideología, la lucha por el socialismo, la hoz y el martillo, el crimen atroz, la barbarie y la muerte? Ciertamente que sí. A eso apuntaba.

Poco a poco hubo evidencias, en efecto, que muchas de las acciones que las fuentes oficiales —u oficiosas— atribuían frívolamente a la estructura terrorista, habían sido ejecutadas más bien por efectivos policiales y militares. Así ocurrió, por ejemplo, con la matanza de Soccos, de Callqui,  los crímenes de Accomarca, Llocllapampa, Umaro, Bellavista, San Francisco, Pomatambo, Parcco Alto,  Cayara y muchas otras, que se adjudicaron rápidamente a SL pero que poco a poco debió admitirse, tenían otra autoría

Algo parecido ocurrió con la muerte de los periodistas de Uchuraccay. Se supo, en efecto, que los corresponsales de diversos medios de información capitalinos que se hallaban entonces en Huamanga, habían recibido informes referidos a la matanza de Haychao, —también atribuida a Sendero Luminoso— y que había costado la vida a algunos jóvenes. De acuerdo a ellas, las víctimas de esa horrenda matanza habían sido ejecutadas por efectivos militares, como así fue. Los periodistas se dispusieron a partir a esos desolados parajes en busca de una verdad que nunca hallaron. La muerte, se interpuso en su camino.

En la ruta, en efecto, cuando pasaban por la comunidad Iquichana de Uchuracay, fueron atacados y asesinados por pobladores que -en su momento- arguyeron haberlos confundido con “terroristas” pensando erróneamente que sus cámaras de filmación, eran fusiles, y que las telas que llevaban eran banderas rojas. Nunca se pudo saber con exactitud qué fue lo que ocurrió ese aciago 26 de enero en las cumbres ayacuchanas, porque hasta los testigos fueron desapareciendo uno a uno. Pero sí fue posible reconstruir algunos elementos básicos que permitieron cuestionar frontalmente la versión oficial, entregada a los medios. Luego, una Comisión especial “de alto nivel”, integrada por intelectuales bien calificados, esbozó algunas reflexiones que se convirtieron en documento público, muy discutible por cierto. Sus conclusiones no arrojaron ninguna luz en la materia.

No se llegó a la verdad, ni en el caso de Haychao ni en el de Uchuraccay. No tanto porque esta estuviese prodigiosamente oculta, sino porque no hubo de parte del Estado una clara voluntad de conocimiento y comprensión de los hechos. Hubo, más bien, la clara intención de distorsionar lo ocurrido para que el ciudadano de a pie, finalmente no entendiera nada. Y terminara por atribuirlo al simple imperio de “la violencia”, y a la subsistencia de impenetrables  “costumbres ancestrales”.

Hoy, en un nuevo escenario político, quizá fuera posible desentrañar algunos misterios y recoger testimonio que todavía se conservan, y que confirman la activa participación del Comando Político Militar de la Zona de Emergencia —a cargo del general Clemente Noel Moral— en estos infaustos acontecimientos. Lo que sí hoy es claro, es que ninguna participación en ellos tuvo propiamente Sendero Luminoso. Registrarlo, no libera a esta estructura terrorista de responsabilidades criminales, sino que alude al hecho incontrovertible, que su nombre fue usado en forma sistemática y constante para ocultar la responsabilidad de los verdaderos autores de actos genocidas. Abimael y los suyos nunca hicieron luz en la materia porque “no les convenía”. Ellos querían que el mundo consintiera que constituían una organización poderosísima, capaz de todo, e incluso en disposición de alcanzar el Poder. Hicieron sus propias acciones horrendas, pero patentaron como suyas muchas otras, como el asesinato de Pedro Huilca o de Pascuala Rosado, en los que nunca pudo demostrarse su ejecutoria.

¿Para qué sirvió todo eso? Para que pudiera desplegarse primero una represión generalizada contra el pueblo y luego imponerse un régimen neonazi —el gobierno de Alberto Fujimori— que dio al traste con la estructura constitucional vigente, y abrió paso al modelo neoliberal más despiadado de América del sur bajo el pretexto de “estabilizar la economía”.

Dos ofensivas se dieron la mano en este esquema apabullante. Por un lado, el programa económico dictado por el Fondo Monetario que partió del brutal shock del 8 de agosto de 1990. Y por otro, la ola represiva contra los trabajadores que encontró su punto más alto en el asesinato del Secretario General de la CGTP, Pedro Huilca Tecse, y que también fuera atribuido a SL y “reivindicado” como suyo por esta estructura terrorista a través de de una edición especial de “El Diario de Marka”, del que se había apoderado con procedimientos vedados.

Descargar los efectos de la crisis sobre los escuálidos hombros de los trabajadores, e intimidar a las poblaciones más desprotegidas haciendo uso indiscriminado del terrorismo de estado; fueron las herramientas de la vieja oligarquía envilecida, y el Imperio. Y en todos esos años, fue la misma cantinela: Para estabilizar la economía y derrotar la subversión, había que usar “mano dura”. 70 mil caídos contabilizaría después la Comisión de la Verdad presidida por don Salomón Lerner Febres.

En el medio, estuvo todo el odio del mundo. Muerte y sangre se dieron la mano en ataques a poblados, quema de ánforas, perros colgados, puentes rotos, torres dinamitadas, descontrolada violencia. Probablemente nunca se sabrá cuántas de estas acciones fueron hechas realmente por senderistas y cuántas en realidad pertenecieron a la autoría de los servicios secretos peruanos y extranjeros que nadaron en todas las aguas e infiltraron todas las estructuras a su alcance. Pero la historia dura hasta hoy. La Mafia, y sus medios de comunicación cada cierto tiempo aluden al “resurgimiento de Sendero” para justificar lo peor. Por eso, a propósito de la intención senderista de inscribir un ente electoral denominado MOVADEF; han vuelto a la vieja monserga.

Gracias a ella, echando fuego por los ojos, algunos voceros mediáticos claman por la imperiosa necesidad de “destruir el Marxismo”, de “impedir que nuestros jóvenes hablen del socialismo”, de “proscribir definitivamente la idea de la Revolución Social, el mito de la igualdad”. Y mientras eso ocurre, otros se esmeran por mimetizar el nombre del Partido Comunista y el símbolo de la hoz y el martillo, con la gavilla terrorista de Guzmán.

Es bueno que se diga una vez más que Sendero Luminoso no es —nunca fue ni nunca será— ni un Partido Revolucionario, ni un Partido Comunista.  No habría bastado que se dijera, ni que se proclamara como tal. Habría sido indispensable que realmente lo fuera, para ser considerado así. Y eso no habría podido ocurrir bajo ninguna circunstancia, porque no fue la ideología marxista lo que reivindicó Guzmán ni el socialismo su propósito, sino la imposición de un oprobioso tutelaje paternalista incompatible con el más elemental sentido de la justicia humana, consustancial al socialismo. Aunque la prensa de turno se empeñe en nombrarlo siempre como “El Partido Comunista Sendero Luminoso”; esa gigantesca mentira, no quedará

Y eso lo saben, sin duda todos los áulicos del Gran Capital que pululan en los medios. Por eso nunca invitan a los comunistas a debatir en torno al tema, sino aprovechan del monopolio de la información de la que hace gala para  hacer propaganda a las “huestes senderistas”, pero al mismo tiempo denostar de los sindicatos, de los trabajadores y de las fuerzas más avanzadas de la sociedad. Y, en esa línea, satanizar a Hugo Chávez, criticar a Correa, descalificar a Evo Morales y  denigrar a las titánicas figuras de América: Fidel Castro y el “Che” Guevara.

A Cecilia Valenzuela le horroriza leer una cita del “Che” en un libro de texto. La extrae de un libro en el que están centenares de citas. Solo toma ésa, para lamentar quejumbrosa, y al borde de la histeria, que alguien tome en cuenta la opinión de este combatiente mundialmente querido. Cuando habla del tema le saltan los ojos, le frunce el ceño y  hasta pareciera salirle azufre por las orejas. Eso también le ocurre a Aldo Mariátegui. Hablarles de socialismo es asestarles un golpe mortal en su pequeño cerebro de libélulas muertas. (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe