Protocolo y estilo del presidente Humala
Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
El jefe de estado personifica a la nación, es el primer mandatario y sus actos públicos deben considerar las recomendaciones y pautas del protocolo del estado peruano. Al parecer, por algunos de las más visibles acciones de Ollanta Humala Tasso, el respeto por la solemnidad que distingue y enaltece a una autoridad está siendo omitida con notoria frecuencia.
El protocolo está lejos de ser un conjunto de disposiciones rígidas e inflexiones que distancian al gobernante del pueblo o lo hacen elitista. Es una disciplina destinada a estipular las formas bajo las que se realiza una actividad humana importante. Son patrones para desarrollar un evento específico y se diferencian de las normas jurídicas porque su mal uso no significa el incumplimiento de un deber formal y sancionable.
Quiero precisar, para mejor ilustración del tema, que el presidente de la república tiene la orientación y asesoría de la Dirección General de Protocolo y Ceremonial del Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores, encargada del ceremonial diplomático. En tal sentido, Humala Tasso posee los mecanismos para asegurar un impecable desenvolvimiento.
Desde mi punto de vista, el primer hecho errado del mandatario se produjo el 28 de julio de 2011, en el Congreso de la República, al comenzar su alocución diciendo: “…Quiero agradecer a mi familia, a mi madre Elena, a mi padre Isaac, muchas gracias por haberme formado. A mi esposa Nadine, a mis hijas aquí presente y a mi hijo Samín, que se encuentra allí descansando, que ojalá no lo hayamos despertado, sino se va a poner a llorar”.
Al día siguiente, un nuevo suceso –que no pasó desapercibido- confirmó lo que sería su estilo. Contraviniendo lo estipulado en los desfiles militares presididos por el jefe de estado, Nadine Heredia acompañó a su esposo en el estrado principal que, habitualmente, está reservado a autoridades nacionales y extranjeras. Por costumbre y, además, como la “primera dama” no ostenta cargo gubernamental -y solo tiene esa denominación simbólica- preside otra tribuna en compañía de las cónyuges de altos funcionarios.
Algo similar sucedió en la juramentación del gabinete ministerial encabezado por Óscar Valdés Dancuart. En la foto apareció Nadie Heredia al lado del primer ministro y con todo el gabinete en un gesto que, a mi parecer, evidencia excesivo protagonismo. Su presencia alteró la línea de precedencia instituida en la ordenación de los ministros de estado.
Volvamos al presidente Humala. En la fiesta multitudinaria celebrada, en la Plaza Mayor de Lima, la noche del 28 de julio el jefe de estado cerró sus breves palabras diciendo: ¡Viva el Perú carajo! No es un término apropiado como tampoco lo fue en Abancay, el 30 de diciembre de 2011, al concluir: “…“¡Qué viva Apurímac!, ¡Qué viva el Perú, carajo!”. Pucha, que me estoy olvidando de un montón de cosas. Un feliz año para todos ustedes, no chupen mucho, el trago es malo. Nada de mucho trago, poco nomás”.
Por otra parte, comparto lo indicado por Cesar Gutiérrez Peña, en su artículo “Humala, el chofer de combi”, sobre las recientes declaraciones del inquilino de la Plaza de Armas a la prensa internacional: “…Ollanta Humala ha utilizado un ejemplo poco feliz para describir el rol que le toca en la conducción del estado peruano, en entrevista concedida al conocido periodista ibérico, Juan Luis Cebrián, publicada en el diario madrileño El País. Se ha autodefinido como ‘un chofer de una combi de muchos pasajeros’. Más allá de las formas, sin exagerar en exigencias de circunspección, el comandante tenía que darse cuenta que se estaba dirigiendo a un medio de amplia cobertura mundial, oportunidad de llegar con un mensaje a la aldea global, por tanto los localismos son inoportunos”.
Del mismo modo, es palpable la ausencia de preparación de presidente Humala Tasso en sus presentaciones. Sería recomendable que se organice, redacte el esquema de sus discursos, reúna información a fin de enriquecer sus intervenciones y así sus mensajes tendrán un contenido fructífero. Su participación siempre es esperaba con expectativa y, en consecuencia, debe trascender. Sugiero grabar sus ponencias, incrementar su cultura general, evaluar su desenvolvimiento y evitar el uso continuo de muletillas que obstruyen la fluidez de sus disertaciones.
Los anteriores mandatarios no han sido invariablemente un ejemplo de respeto al protocolo. Alejandro Toledo Manrique exhibía vestimentas variopintas, poses exageradas, gestos poco sinceros al expresarse, recargada exposición de su esposa y, por su fuera poco, le otorgó en certámenes oficiales una ubicación que afirmaba su sociedad “político-conyugal”. La “cereza en el pastel” la ofreció en su visita a España (2004) al saludar a la reina Sofía con un efusivo beso en ambas mejillas en el Palacio Real de El Pardo. Acuñar el término “chorreo”, en un discurso en la sede del Poder Legislativo, no fue oportuno viniendo de quien ejercía tan elevada magistratura del país.
Siguiendo con este resumido análisis retrospectivo, Alan García Pérez también tuvo severas omisiones al protocolo. Dispuso duelo nacional, colocación de la bandera a media asta, honores del regimiento “Húsares de Junín”, la imposición póstuma de la Orden El Sol del Perú y un homenaje en Palacio de Gobierno por la muerte de su amigo el compositor Arturo “zambo” Cavero. Igualmente, el patio de honor de la Casa de Pizarro lo convirtió en un salsodromo cada vez que deseaba disfrutar un “baño de popularidad”.
De igual forma, tengamos presente el desaire al titular del Poder Judicial, Javier Villa Stein en el parada militar por el Día del Ejército en el Campo Marte, el 8 de diciembre de 2009, al ordenarse cambiar su ubicación en el estrado alterando lo establecido en el Cuadro General de Precedencias y Ceremonial del Estado Peruano.
Evoquemos el desatino suscitado en Palacio de Gobierno al recibir al príncipe Felipe de Bordón y su consorte Letizia (2010). En plena entonación del himno de España hicieron pasar a la princesa por detrás de la tribuna de los periodistas. Alan García la incomodó más al hacer notar que se le dejó de lado e invitarla a transitar por la alfombra roja.
El presidente de la república -como ex miembro del Ejército Peruano- conoce las disposiciones que describen a sus integrantes en el ámbito protocolar, más aún habiendo sido agregado militar en dos representaciones diplomáticas en el exterior. Existe, a todas luces, múltiples contradicciones entre su formación castrense y su actuar. Pero, todavía está a tiempo de corregir errores y proyectar un proceder sobrio, reservado y atinado. Un adecuado marco de inspiración podría ser la elegancia, prestancia y congruencia que caracterizó –en épocas no muy lejanas- a Fernando Belaunde Terry y Valentín Paniagua Corazao.
El comportamiento de un jefe de estado debe estar a la altura de su majestuosidad. Anhelo que Ollanta Humala prestigie –con la pertinencia de sus realizaciones- la función que desempeña por encargo popular y su entorno le ofrezca los elementos para adaptarse a este honroso sitial. Por último, recordemos lo dicho por el filósofo Aristóteles: “No es la forma de gobierno lo que constituye la felicidad de una nación, sino las virtudes de los jefes y de los magistrados”.
(*) Docente, conferencista, periodista, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/