Internacionalismo contra la guerra

Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe y Marcela Valencia Tsuchiya

Hoy más que nunca el internacionalismo de los trabajadores, pueblos originarios, gremios profesionales, empresarios racionales y de las fuerzas armadas de Perú y Chile debe manifestarse diaria y activamente por evitar que los pueblos hermanos de nuestros países se conviertan en peones de la degollina geopolítica y derramen su sangre no por nuestro bien ni el de nuestros hijos sino para seguir engrosando los bolsillos del uno por ciento o menos de la población mundial. Dicho uno por ciento carece de patria y de visión de mediano y largo plazo que no sea la de la dictadura del complejo militar-industrial, del interés compuesto y el embuste financiero, y la reducción drástica de las poblaciones pobres, sin excluir chilenos y peruanos, en el escenario inevitable del agotamiento del petróleo.

Frente al cambio climático, a la escasez de combustibles fósiles, agua y otros recursos no renovables y a las crisis perpetuas del capitalismo, lo único que cabe en América Latina y el Caribe es la unión por la paz y el futuro. No habrá unión, paz ni futuro si nuestras fuerzas armadas nacionales no se integran con capacidad disuasiva suficiente tanto para evitar la tentación de ocupar nuestros países como para atender a las poblaciones afectadas por las catástrofes ambientales al parecer ineluctables. La seguridad energética y la seguridad alimentaria son esenciales para nuestra supervivencia y la de las generaciones que nos siguen. Los amigos del norte y de Europa deben renunciar a la violencia para acceder a nuestras enormes riquezas, y las fuerzas armadas de nuestros países deben renunciar al vicariato.

Nos esclaviza un oxímoron de brutalidad decadentista sin precedente en la historia: el crecimiento eterno en un planeta de recursos finitos. Tal oxímoron se enraíza en el neoclasicismo económico, uno de cuyos resultados más evidentes es el neofeudalismo digital: banda ancha, celular, carro a plazos e hipoteca, o, mejor dicho, endeudamiento insostenible de los siervos de la iGleba y sus gobiernos hasta que reviente la burbuja y entonces que mueran los viejos y los niños bajo la nieve, en las inundaciones o los terremotos. Que crezca la megápolis mientras se derriten los glaciares.  

La privatización y mercenarización de la guerra y la compulsiva transformación de una cantidad impresionante de los gobernantes, militares, intelectuales,  científicos y religiosos en funcionarios a sueldo, operadores, jugadores o rehenes del capital financiero y las armas de destrucción masiva (todos vestidos igual salvo los sacerdotes), permiten templar el arco constituido por México, Colombia, Perú y Chile —al que habría que agregarle la flecha de Afganistán. Este arco se caracteriza por la exportación de materias primas y productos con poco valor agregado, entre los que se cuentan cocaína y heroína, y por una violencia y pobreza endémicas.

La efectividad de las fuerzas armadas de México, Colombia, Perú, Chile y Afganistán se mide por su incapacidad para derrotar al narcotráfico y por el altísimo grado de corrupción que éste ejerce sobre ellas, los gobiernos y la población civil. El relativo poderío de las fuerzas armadas chilenas se explica por la necesidad hegemónica de disponer de un país-base en América del Sur. Colombia y Perú no son garantía de mucho, y en el norte México tampoco lo es.

Súmese a esta fórmula los conflictos internos —que en realidad no son internos— reales y potenciales en los países mencionados y se verificará que no basta un pedazo más de hielo para enfriar el scotch, como declaró hace veinte años un empresario británico al referirse al efecto invernadero. Lo que hace falta urgentemente es la integración continental y la acción ciudadana directa con el uso más inteligente posible de la desobediencia civil en los planos nacional e internacional.

Los legítimos resentimientos peruanos por la Guerra del Pacífico se disipan reelaborando una proposición válida para toda la curvatura del arco: nuestras fuerzas armadas son histórica y técnicamente más efectivas en poner de rodillas a sus propios pueblos que en derrotar a enemigos externos. Son fuerzas armadas neocoloniales antes que nacionales.

No es la guerra lo que le dará gas y petróleo a Chile ni devolverá los territorios arrebatados al Perú. La guerra sólo produce perdedores en el 99 por ciento de la gente. En una fracción del uno por ciento de la población hipotéticamente beneficiaria de una guerra entre Chile y Perú, se ubican aquellos que se enriquecen vendiéndonos las armas y aquellos que se enriquecen comprándolas. La victoria en realidad no importa. La derrota, la miseria y los cementerios son para cholos y rotos.