El “después”, “Dios proveerá” y dejadez arruinan al Perú

por Herbert Mujica Rojas

¿Cómo entender que sólo multas durísimas hicieron comprender a los conductores lo imprescindible que era usar el cinturón de seguridad del piloto, copiloto y asientos traseros? ¿es que entendemos a golpe limpio y administrativo? No obstante que hoy casi el 100% del universo nacional usa ese dispositivo, siempre hay accidentes de tránsito pero por causas más bien distintas. Viejas consejas decían que la letra con sangre entra.

El criollísimo y desvergonzado buen humor pregona: “no dejes para mañana, lo que puedes hacer………¡pasado mañana!”. En buena cuenta la sociedad admite el retraso y dejadez irresponsables como “normas” de conducta. Por eso, cuando los gobernantes incumplen sus promesas de campaña, nadie se arrebata ni monta en cólera, a lo más, elucubra análisis, millones de estos tenemos en cientos de años de vida colectiva, con palabras más o menos científicas y ¡sanseacabó!

Más místico y con aire superior a las dos circunstancias anteriores, el improvisador sabio se refugia en la cucufatería ramplona y exclama: “Dios proveerá”, “Dios mediante”. ¿Será por eso que González Prada subrayaba la presencia masiva de templos católicos solo superados por Roma a lo largo y ancho del país? No sólo eso, las misas de salud, recuerdo, de cuerpo presente y demás morisquetas, han reemplazado el combate social, la militancia en las calles y la construcción de la Patria.

Luego de las tres expediciones chilenas (con ayuda de peruanos como Castilla, Gamarra y La Fuente) entre 1836-1839, e invasiones con crímenes aleves y repasos tempraneros, aviso de lo que vendría cuatro décadas después, en el Callao, Lima, Arequipa y Huaraz, en su guerra contra la Confederación peruano-boliviana, los compatricios de entonces no tomaron las previsiones ni alimentaron las guarniciones y 1879 llegó como era previsible: con sus Piérolas, improvisaciones, payasadas y desgracias urbi et orbi.

La guerra del salitre, bobamente denominada hasta por locales, como “del Pacífico”, nombres poéticos que no disfrazan lo que fue una esquilmación total del cuerpo social, financiero e industrial del Perú entre 1879-1883, es más recordada porque fracturó el espíritu nacional, lo estancó y convirtió en entelequia de quejas, lamentos, ayes desgarradores, estulticia colectiva impresionante, pero nada de reacción genial para construir la Nación.

Los empresarios, diplomáticos, periodistas, políticos, militares y todo lo que tenga algún discernimiento en Perú transita por “después”, “Dios proveerá” y la dejadez de no orillar respuestas para las que carecen de nervio y tesón. La historia revela que cuando un país es invadido, los primeros en pagar daños, cupos de guerra, son los que tienen dinero. Y si alguien osa creer que, con la tecnología contemporánea, es fácil eludir la investigación financiera para conocer qué tienen y en dónde ¡se equivoca con inocencia ruin!

También la historia nos dice cómo empresarios exitosos debieron contribuir hasta la ruina con las exacciones impuestas por el ejército invasor y lo hicieron más que rápido. Cuando eran convocados por los gobiernos alegaban, hasta con lágrimas, que carecían de recursos, puestos contra la pared por los hunos, entonces sí dieron ¡hasta la camisa!

Nada hay más perverso o ruin en Perú que el simplismo alentado por los medios de comunicación que han cincelado un peruano que apenas sabe lee el castellano con dificultad y que considera que los titulares que ve en los puestos de periódicos o lo que escucha en radioemisoras o canales televisivos de locutores cuyo grado de retraso mental es asombroso, constituye ¡estar bien informado!

En Perú crecen, debajo de cada piedra, analistas, politólogos, internacionalistas, expertos, capaces de mostrar la piedra filosofal a todos nuestros problemas. De cada árbol sacudido por ventisca ligera caen salvadores de la Patria, profetas del nuevo horizonte, bardos de la gran transformación. Pero sus naderías son impresionantes e inútiles.

Circula un texto que en palabras simples le habla a Juan Pueblo y le dice que hay construir la Nación aprovechando las coyunturas internacionales que van a lograr la amalgama de un Perú justo, culto y libre bajo las premisas de la unidad nacional, del gran frente de defensa de la soberanía popular y geopolítica y que ese esfuerzo demanda recursos inmediatos y urgentes, toda la voluntad posible y la convicción certera que las alamedas de victoria habrán de ser creación heroica de los buenos peruanos sin distinción de parroquias, partidos, confesiones o color de piel o lugar de residencia.

Las invasiones no discriminan: arrasan todo a su paso y pretenden seguir construyendo su futuro a expensas del Perú, sus ingentes recursos naturales y a costa del grillete que encadenará a sus habitantes velis nolis.

Es hora que los talentos comprendan que nos acercamos a situaciones límite en que toda la inteligencia tendrá que formar la resistencia nacional y para sortear las dificultades por duras que sean. Entonces los mejores tendrán que demostrar en la fragua cívica, su valor y coraje. Y los cobardes, su mediocridad cómplice. Nombres y apellidos, a lo largo de la historia republicana hay muchos.

Es hora de eliminar la dejadez, el “después” y el “Dios proveerá”. Amén.

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