Jans Erik Cavero Cárdenas;Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Cada vez que el fujimorismo corrupto de Ayacucho está en aprietos, sus operadores entran en escena intentando blindar a sus funcionarios o ex funcionarios acusados por presuntos actos de corrupción. Pero el blindaje, a título de escuderos, no sólo es ante denuncias por corrupción e ineficiencias en la gestión, sino también ante iniciativas legítimas de revocación y solicitud de vacancia de autoridades locales y regionales.
Hasta hoy, es lamentable que ex presidentes regionales funestos como Omar Quezada y Ernesto Molina, aprista y fujimorista respectivamente, a quienes se suma el actual mandatario regional Wilfredo Oscorima, estén disfrutando de la más asquerosa impunidad garantizada por fiscales y jueces inescrupulosos. Otros fujimoristas como Marcelino Paucca, Amilcar Huancahuari y Germán Martinelli, no sólo no están presos, sino que se han reelegido como alcaldes. Si a esta lista sumamos regidores y ex regidores, consejeros y ex consejeros regionales, así como servidores y ex servidores públicos comprometidos con irregularidades y robos al Estado, la lucha contra la corrupción parece una utopía.
En Ayacucho, las “aceitadas” en el gobierno regional son escandalosas, razón por la que el Frente de Defensa de Ayacucho ha solicitado la intervención de la Comisión de Fiscalización y Contraloría del Congreso para frenar estas prácticas deleznables que en nada contribuye al desarrollo de la región. Igualmente, Huamanga vive un proceso de revocación por las irregularidades, ineptitud, e incumplimiento de las promesas electorales del hoy alcalde provincial. En ambos casos, los escuderos vienen ejerciendo denodados esfuerzos para boicotear estas iniciativas.
La triangulación de los fujimoristas es similar: Presencia en medios de comunicación serviles al poder; oposición sin mayor fundamento a iniciativas que intentan controlar legítimamente a las autoridades políticas; “alianzas” con procuradores, fiscales y jueces, que a cambio de ciertas prebendas persiguen a periodistas y comunicadores sociales incómodos al régimen, o abdican de ejercer imparcialmente sus atribuciones; descrédito a líderes políticos, dirigentes sociales y líderes de opinión que comparten una visión crítica de la gestión gubernamental y que exigen responsabilidades de los autores; y, finalmente, movilización de portátiles en apoyo de la autoridad cuestionada a cambio de ciertas retribuciones.
Lo curioso es que el Fujimorismo en Ayacucho se apoya en “escuderos” sin mayor preparación académica y sin formación política. Aún recuerdo, la defensa irracional de Martinelli a cargo de un personaje cuestionado que hoy intentaría ser parte del entorno oficial de Oscorima y que en las elecciones regionales 2010 habría sido descubierto infraganti cobrando algunos miles de dólares a cambio de retirar la tacha a la candidatura de Rofilio Neyra. También evoco a un seudo dirigente de consumidores para quien la gestión de Oscorima es limpia y proba; o a un ex patria roja converso al fujimontesinismo que hoy dirige la beneficencia.
No menos importante es la intervención de algunos malos dirigentes de Mollepata que a cambio de obras de agua y saneamiento se movilizaron en respaldo de un presidente regional sensatamente cuestionado. A este coro, se suman supuestos dirigentes de un partido dizque de “izquierda” que cogobierna con Oscorima, y que cuando se trata de satisfacer intereses personales no existen reivindicaciones sindicales que valgan. Para obtener éxito en estos propósitos innobles sea hace indispensable tener presencia mediática, y a este objetivo se presta un sector de la prensa escrita, radial y televisiva, en la que obtienen tribuna y unos minutos de fama los escuderos a pesar de la pobreza intelectual que padecen y de la nula autoridad moral que poseen.
Tolerantes sí, pero no tontos. Los escuderos de Huancahuari, Molina, Martinelli, y demás impresentables, antes de dar lecciones de moral o de análisis de coyuntura deberían hacer un mea culpa del papel que desempeñaron cuando fueron serviles del régimen, directa o indirectamente. Afortunadamente nunca fui servil de nadie, menos de un alcalde o presidente regional presuntamente corrupto. Apoyé electoralmente a Oscorima y gracias a mis modestos esfuerzos, y al concurso de otros ciudadanos, Ayacucho se liberó del fujimorismo.
Aposté, al igual que muchos, por Ollanta Humala, evitando el retorno del Fujimorismo. Sin embargo, en ambos casos, no he hipotecado mis principios ni mi forma de concebir la política. Quien cree que uno debe subordinarse, o ejercer blindaje infundado, por apoyar electoralmente a un candidato, tiene un entendimiento errado del concepto de lealtad. Se es leal al bueno, al virtuoso, al demócrata; no al malo, al ratero, al violador, o a quien aprovechando de la representación política otorgada por la ciudadanía se llena los bolsillos con dinero ajeno.
Quienes hacemos política partidaria sentamos posición en cada coyuntura electoral. El no hacerlo, y el hacerlo mal, exige responsabilidad política. La nueva política supone decisión, pero al igual que la vieja política los acontecimientos son imprevisibles. Yo no sé si mañana Ollanta Humala logrará la gran transformación; tampoco sé si su gestión estará inmersa en corrupción. De lo único que estoy seguro es que hay que ejercer libremente la crítica cuando las cosas andan mal, y que cuando un político defrauda a sus electores, los políticos sentimos vergüenza ajena al igual que cualquier ciudadano.