Perú. Los misterios de Florindo

artemioPor Gustavo Espinoza M. (*)

Aún sigue en las instalaciones del Hospital de Policía Florindo Eleuterio Flores Hala, a quien la “prensa grande” sigue denominando “Camarada Artemio” para subrayar su cacareada identidad política vinculada al accionar terrorista de su estructura operativa en el Alto Huallaga. Como en las películas, en este caso se ha redoblado la guardia en torno a los aposentos que ocupa el detenido, se han fabricados rejas metálicas para aislarlo y se han multiplicado las disposiciones que norman visitas médicas, sanitarias, familiares y de otros. En el extremo, se ha dispuesto que ninguna autoridad pueda eludir los controles previstos para conectarse con el cautivo, toda vez que está siendo sometido a una prolija investigación. Y no podría ser de otro modo, por cierto, dado que se han tejido muchas leyendas en torno al personaje. Cabe, sin embargo, preguntarse si ellas —las leyendas— están relacionadas a la imaginación y fantasía de los periodistas que no tiene límite; o al afán de resaltar su imagen de guerrillero en derrota que algunos quieren acuñar.

 

Como se recuerda, esto de exaltar el ego de los terroristas magnificando su importancia y sus acciones, no es nuevo. A Abimael Guzmàn, en su momento, lo presentaron como “La Cuarta Espada de la Revolución Mundial”, tan solo comparable a quienes consideraban sus tres naturales antecesores: Marx, Lenin y Mao. Además, aseguraron que era un “genial estratega” y que estaba, además, “a punto de tomar el Poder”, en un país tan complejo y difícil como el Perú. Por lo pronto, a Florindo ya le han adjudicado su condición de “figura histórica del senderismo” arguyendo que fue hasta el domingo pasado “el único sobreviviente libre del Comité Central de Guzmán” en los inicios de la “lucha armada”.

Entendámonos. Entre 1979 y 1980 Florindo era un soldado del Ejército Peruano, integrante de la División de Tanques N. 22, con sede en Locumba en el extremo sur del Perú. Y ese año, en mayo de 1980, las llamadas “huestes” de Guzmán dieron el play de honor a sus acciones en el poblado de Chuschis en Ayacucho. El 18 de mayo de ese año, día de los comicios generales, supuestos “senderistas” se apoderaron de las ánforas colocadas en las mesas de sufragio, y las quemaron como una manera simbólica de denostar de la “democracia electoral” reiniciada luego de 12  años de administración militar.

Es claro que nunca se pudo reconstruir válidamente qué fue realmente lo que ocurrió en ese perdido paraje ayacuchano. Ni tampoco se estableció la identidad de quienes participaron en aquellos hechos. Una vaga indagación inicial finalmente se perdió en los pesados legajos judiciales y terminó en la nada, como solía ocurrir con casi todas las acciones atribuidas a Sendero.

Hoy podríamos preguntarnos ¿Cómo pudo el tanquista de Locumba ser entonces “Senderista” en esa circunstancia? Podría admitirse que lo fue un poco más tarde, entre 1982 y 1983, pero cabría preguntarse ¿Es tan fácil que un Comando del Ejercito preparado para la guerra en una zona de frontera pueda concluir su actividad castrense y sumarse a una banda armada de corte terrorista? ¿No cabría considerar la posibilidad de que, a lo mejor, esa incorporación a las huestes de Guzmán hubiese estado digitada por una estructura superior encargada precisamente de “filtrar” agentes en el entorno de tan magna “Cuarta Espada”? En todo caso, ese en uno de los misterios que hoy el reo herido debiera estar en capacidad de develar.

Porque ni en la década de los 80 ni en la de los 90 se tuvo noticias de Florindo, que fue creciendo, probablemente, en la región amazónica a la sombra de una actividad no precisada. Solo a fines de los 90, cuando apareció el pintoresco baile griego de Zorba, se habló otra vez de Florindo, pero ahora identificado ya como “Artemio”. Aunque se han pasado hasta el aburrimiento imágenes de esa danza cuasi simbólica que nadie ha precisado con certeza cuándo ocurrió, nadie tampoco ha podido precisar cuál de los rostros que en él asoman, corresponde a Florindo. Simplemente se dio por hecho que él estuvo. Y basta. Por lo menos, para el efecto de la propaganda, sí basta. Claro.

Fue en los primeros años del 2000, cuando comenzó a hablarse de la presencia de Sendero en el Alto Huallaga. Contradictorio, sin embargo, porque en ese entonces se consideraba que esa zona estaba “tomada” por el MRTA, asegurando, además, que ambas estructuras -el MRTA y Sendero- se habían dividido las áreas operativas, reservándose el Huallaga para los Tupacamaristas y el VRAE para Sendero. Nadie reparó mucho en el hecho, porque simplemente la “gran prensa” habló en común denominador de “los grupos terroristas” para después aludir a Sendero y a su nuevo “líder” - Artemio, es decir, Florindo- quien, a mediados de la pasada década quedó convertido en  un combatiente “descolgado” de una estructura superior ya en derrota.

¿Cuál fue realmente la actividad de Florindo en todo este periodo, qué acciones hizo, qué contactos tuvo, qué vínculos lo ligaron al narcotráfico o a otras cúpulas de Poder, incluidos segmentos políticos o servicios secretos de inteligencia o de seguridad? ¿Qué nexos tuvo con José y los supuestos “Senderistas del VRAE”, que dicho sea de paso respondían a una facción distinta -y distante- de la de Florindo?. He ahí otro de los misterios que bien podría comenzar a despejar el encausado. Y todo esto es plenamente válido como requerimiento público porque la situación lo amerita y porque las circunstancias muestran la precariedad de las versiones que manejara el Estado en años pasados.

Recientemente el diario la República entregó un informe referido al procesamiento de 16 efectivos de las instituciones armadas bajo la acusación de robo de material de guerra y venta ilegal de armas. De ellos, 7 pertenecen al Ejercito Peruano, 6 a la Policía Nacional, 2 a la Marina de Guerra y 1 a la FAP, todos ellos hoy han sido puestos en condición de “libertad vigilada” por un juez calificado como “corrupto”  Este asunto ¿tendrá alguna ligazón con el hecho que el destacamento que operaba en el Alto Huallaga hacía uso de material de guerra altamente sofisticado, de procedencia castrense, de última generación y en perfecto estado? ¿Cómo, y por qué vía, recibía Florindo el armamento y el parque para su uso diario en el accionar? ¿Cómo le llegaban, y procediendo de dónde, teléfonos digitales y otros artefactos de comunicación electrónica que por cierto nada más que ellos tenían en esa región?. Ese es otro de los misterios que deberá develar Florindo respondiendo al interrogatorio formal de sus captores, pero también al país a través del Poder Judicial. Porque lo que no debe admitirse aquí es una “investigación reservada” ni un “tribunal especial” que lo juzgue aludiendo razones castrenses.

En el Perú siempre se tuvo la idea de que el Destacamento del Alto Huallaga estaba integrado por alrededor de 20 personas, provistas de armas de guerra y otros instrumentos operativos, a más de uniformes y vitualla. Pero ahora, un Mayor de Policía conocido bajo el seudónimo de “Bica”, y que operó en el interior de la estructura de Florindo, relató a “La Primera” que no había actuado solo.  Textualmente dijo: “esa versión de que hubo un solo infiltrado, es mentira. Hubo varios dentro de la organización  de Artemio. Y los que estaban dentro, no sabían de los demás”. Aludiendo a la etapa final del trabajo, en los días de la captura, el mismo Bica ha referido “teníamos a los informantes, y nosotros que éramos veinte, veníamos siguiendo a Artemio”.

Esto permite suponer que por lo menos una buena parte de las huestes de Artemio (0 Florindo) no estaba constituida precisamente por “maoístas convencidos” o “revolucionarios consecuentes”. Ellos obraban siguiendo directivas de otro tipo y simplemente esperaban el momento oportuno para actuar. ¿Podría considerárseles “senderistas”?  He ahí un nuevo misterio.

El aludido Bica, quizá apremiado por el redactor del diario “La Primera”, Henry Campos, responde a una pregunta: “¿Es cierto que malos elementos de la policía que conocían de la operación de ustedes, ayudaban a escapar a Artemio?”, y  éste asegura: “Eso es cierto. Hemos tenido muchos obstáculos”.  Y es que ¿podrían “malos elementos” de la policía conocer operativos estrictamente secretos, y detalles celosamente guardados? ¿No requerían esos “malos elementos” tener puestos altos y cargos claves en las instituciones armadas, para estar informados, y regular ese tipo de actividades? ¿Y cómo se comunicaban ellos con Florindo perdido en la espesura ¿No sería a través de teléfonos satelitales proporcionados por quién y operados cómo?

Y estos 16 -que no son los únicos, por cierto, sino los más recientemente puestos en evidencia- ¿actuaban por su cuenta, o más bien operaban coordinados entre sí? Y al hacerlo ¿respondían a su propia iniciativa, o  dependían de “órdenes del Comando” encargado del cumplimiento de esa delicada misión? Como puede apreciarse, muchos misterios habrán de despejarse en las próximas semanas. Cabe esperar tan solo que la investigación que se procese sea realmente exhaustiva, que toque fondo, y que ponga en negro sobre blanco cada uno de los hechos que preocupan a la Nación.  Hay que llegar a la verdad que, como dijera Fidel, en nuestros países, siempre es revolucionaria. Por lo pronto, el libro de Tim Wiener “Legado de Cenizas. La historia de la CIA” —hoy metida hasta los huesos con el narcotráfico— nos podría dar algunas luces. Y ayudarnos a comprender que este Florindo sabe mucho de lo que aparente, y es en extremo sospechoso. (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe