Miopía de ciegos

por Herbert Mujica Rojas

La canícula per se adocena cabezas e impide el crimen de pensar rompiendo el pacto infame y tácito de hablar a media voz. El peruano lee titulares en puestos de periódicos e “interpreta” la realidad a través de no pocos adefesios mal escritos. Lo propio ocurre con las radioemisoras y canales televisivos. Si pudiéramos, aguzando la imaginación, estrujarles: empaparíamos extensas áreas con la sangre de sus violaciones, crímenes, asaltos y balaceras.

¿Puede un país construirse sobre las fragílisimas bases del morbo y la imbecilidad masivas? ¿Es Perú un país integrado o un archipiélago multicolor y disímil de colectivos humanos? ¿Qué tiene en común un hombre o mujer de Talara con su prójimo de Puno o Zepita? ¿O el de Iquitos con alguien de Espinar? La riqueza nacional en biodiversidad y recursos naturales es, paradoja indigesta, su maldición sempiterna: sólo minorías aprovecharon abusivamente de estos filones rentables.

¿Podían, entonces, los subproductos de esta perversa realidad escapar a su mala formación? Casi imposible negar que de tales oscurantismos hemos llegado a tener una de las élites más ineptas en la política, palurdos convertidos en intelectuales por pandillas de hueleguisos –todos pagados- y la carencia de científicos en todo orden nos aproxima al filo de ser un conjunto inorgánico, sólo capaz de vivir en la negación contumaz y en la envidia que todo lo pudre y envilece. Aquí abunda la miopía de ciegos.

Un ejemplo vibrante pero que a muy pocos conmueve por ignorancia sobre el delicado asunto: la demanda planteada por Perú a Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Pertinente es preguntar si la civilidad alberga concepción geopolítica de cuánto y qué está en juego, casus belli incluido, y no debiera llamarnos a sorpresa descubrir que aquí se espera que “Dios nos ampare” o que no se sabe, habiendo los precedentes de 1836-39 y 1879-1883, a qué está condenado un país inerme que, como decía Alfonso Benavides Correa, no es garantía de paz, un país desarmado: es una presa apetecible.

¿Ha escuchado usted a algún político hablar con franqueza sobre este asunto? ¿no dicen los profesionales de la diplomacia que hay que guardar discreción? ¿no hay otros bobos que siguen pensando en las cuerdas separadas para gozo y diversión de quienes, más al sur, sí saben lo que quieren porque siguen al pie de la letra un libreto conocido desde hace más de 170 años?

Si el tema en tierra es desastroso, no menos es el asunto en el Mar de Grau sobre cuyos anchos y largos horizontes de Tumbes a Tacna, hay inadvertencia criminal. El peruano común y corriente sólo relaciona al mar con la playa, la canícula, la diversión del fin de semana y los platos deliciosos a base de pescado.

El letargo, la pereza, la falta de convicción son taras a eliminar por nuevas generaciones que tienen que sacudirse del fracaso de quienes dicen representar al país desde hace 40 años, más o menos. Bien decía González Prada: ¡Jóvenes a la obra, viejos a la tumba!

La visión del país no puede prescindir del Mar de Grau o de sus depósitos de gas y agua como herramientas de cualquier negociación provechosa para quienes intervengan en ella. Es de pueblos sabios comprender que el futuro está en la mayor participación y provecho de las generaciones y he allí la garantía de una paz que defenderán los ciudadanos desde abajo.

Organizar la resistencia como lucha nacional, sin distinción de parroquias partidarias, enhebrar el espíritu rebelde para soliviantar las mejores actitudes y creaciones heroicas será tan importante como enterrar piadosamente a todos los que hoy dan espectáculos ridículos de forma cotidiana y aberrante. Cada quien sabe su puesto y quien no lo tenga, que lo reclame.

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