Democracia de juguete
Por Juan Sheput
Con ritmo marcial, el país ha retomado el sendero del vacío institucional. Si usted no está convencido pues lo invito a revisar algunos acontecimientos.
Empecemos. La palabra presidencial se acepta cual dogma de fe. No es cuestionable. Cuando el presidente se pronuncia lo hace ex cathedra es decir con infalibilidad. No importa que los hechos lo desmientan o que la entrevista haya sido editada. A diferencia de las democracias sanas, en el Perú lo dicho por el jefe de Estado no origina un debate ni una necesaria confrontación, todo lo contrario, si ha hablado el presidente hay que celebrar.
Se acepta sin reparos la informalidad en el poder. No se ha aprendido del pasado reciente lo que significan los asesores en la sombra, la intriga o el chantaje del que sabe algo comprometedor. Se recurre al hermano, a los padres o a la esposa para lograr favores del gobierno. La institucionalidad no interesa, es un valor deteriorado.
Bienvenido el cortoplacismo, socio entusiasta del mercantilismo. Las nuevas generaciones empresariales repiten los vicios de las viejas promociones. La ganancia de corto plazo es el objetivo para lo cual hay que borrar de la memoria todo aquello que nos diga que el optimismo desbordante de la actualidad ya lo hemos vivido con el salitre, el guano, el caucho y la harina de pescado. No hay exigencias de reformas pues eso contamina el ambiente. Hay que vivir el presente es el lema del capitalismo primario que no sabe ser empresa y que se ciega calculadamente ante las necesidades del futuro.
Vales tanto como tus contactos. Abogados y lobistas se encargan de ello. No hay necesidad de convencer a la población con medidas específicas. Es suficiente contratar a aquel que abra la puerta y cierre el contrato. La gran política no existe, sólo hay una pequeña al servicio del interés de turno y particular. Algunos intelectuales, esos que cuando jóvenes criticaban al “intelectual barato” en la senectud practican con entusiasmo lo que antes detestaban, poniéndose al servicio de la economía que no se preocupa de la ciudadanía.
Los muertos, qué solos se quedan los muertos. Los ciudadanos que luchan por lo que creen pueden morir en manos de la represión que siendo brutal ya no despierta indignación. No importan unos cuántos muertos a cambio de orden. El Perú apuesta por el diálogo, se dice cual frase aprendida en el media training, sin embargo los hermanos se igualan en el triste record de tener las manos manchadas con sangre peruana.
En el Perú de hoy se está dejando avanzar a un poder informal que en cualquier momento nos puede pasar la factura. Tropas y policías voluntarios remunerados es la militancia que el autoritarismo necesita para difundir su nuevo orden, el del servilismo a un sistema que se niega a reformarse y pensar en el largo plazo. Ya no es cuestión de si estamos en camino o no de ser un país desarrollado. La pregunta de estos días es que tipo de democracia precaria es la que estamos viviendo o ayudando a construir.