Sintonizar con los ritmos naturales

José Carlos García Fajardo (*)

Ante la confusión reinante por esta crisis que nos hace sentirnos desarraigados y sin sentido, es necesario cambiar el chip y centrarnos en las actitudes radicales ante nuestra relación con el medio ambiente, y no limitarnos a poner parches en un modelo de desarrollo que nos conduce a la catástrofe. Quizás una vuelta a las raíces podría ayudarnos a recuperar la identidad perdida y un cierto grado de control sobre nuestro destino. Lo que el Zen denomina “recuperar el rostro originario”. Y el Rabí Jesús condensa la sabiduría ancestral en su “metanoiete!”: no significa “haced penitencia”, como mal tradujo S. Jerónimo, sino “¡Transformaos!” (¡Daos la vuelta como un calcetín!) ¡Sed vosotros mismos!)

 

El Taoísmo adquiere gran relevancia en nuestro tiempo porque puede resolver la crisis ecológica creada por la visión de antagonismo a la naturaleza del pensamiento judeo-cristiano que pretendió “dominarla”, y ayudarnos a recuperar el contacto con los ritmos de la naturaleza y con el fluir de las energías en el cuerpo.

La mayor felicidad consiste en no hacer algo para obtenerla porque “el gozo perfecto es carecer de él”. Si uno está en armonía con el Tao –el Tao cósmico, el que no puede nombrarse -, la respuesta llegará cuando llegue el momento de actuar: uno actuará con arreglo al modo espontáneo del wu wei que es el modo de acción propio del Tao y es la fuente de todo bien, “hacer sin hacer” y plegarse a la naturaleza de las cosas sabiéndose uno con ellas.

Acercarse a los textos sagrados del I Ching, o libro de las mutaciones; al Tao Te King, de Lao Tsé; El Camino, de Chuang- Tzú; o a las obras de Li- Chi o de Lie-Tzu, es abismarse en la esencia del pensamiento taoísta que, como el sabor del té, no puede explicarse pero puede alcanzarse. Y “saber cuando detenerse”.

Pocas lecturas habrá superiores al Tao Te King y a El Camino de Chuang Tzú. Podría eliminarse gran parte de la literatura universal sin que la echáramos de menos si podemos gustar con la punta de la lengua la sabiduría del Tao, nada digamos si acertamos a tragarla.

El Taoísmo, como otras profundas sabidurías, admite que lo real es, en el fondo, Uno. Hay un principio de orden y de unidad que es misterioso e inefable, trascendente e inmanente, al que “por no saber su auténtico nombre, sólo lo llamamos Tao”, o el Camino. “Hay algo que lo contiene todo. Es antes que el cielo y la tierra, es inmóvil, incorpóreo, en sí, inalterable, lo penetra todo, por siempre moviéndose. De modo que puede actuar como Madre de todas las cosas. Si ha de ser nombrado, que su nombre sea Grande. La grandeza significa seguir adelante, seguir adelante significa llegar lejos, y llegar lejos significa regresar”. El Taoísmo es la realidad suprema que reabsorbe todas las contradicciones, es principio de liberación para quien lo capta. El hombre del Tao escapa al mundo ilusorio y alcanza la plenitud. Después de la época de los emperadores Han, se constituyó el Taoísmo religioso. Por desgracia, posteriormente se mezclaron prácticas mágicas y supersticiones populares que lo desvirtuaron.

Pero su esencia está ahí, aquí, en el silencio, en el vacío, en el ritmo y en el caminante que se sabe Camino, Verdad y Vida. Como dirá el shivaísmo de Cachemira: “el secreto es que no hay secreto”, por eso, saberse Krishna, Buda, Tao, Cristo es saberse necesario como el hueco vacío del eje en donde confluyen los radios de la rueda, o el vacío que da su ser a la olla de arcilla, o el de las puertas y ventanas que se lo dan a la casa. El Taoísmo excluye el concepto de Ley, tan querido para Confucio y no digamos para el Judaísmo, y prefiere el de Orden, como ritmo que armoniza una infinidad de ritmos menores. Su concepto clave es el de Estructura. Es un “pensamiento asociativo o coordinativo” que reemplaza a la idea de causalidad. Las cosas están relacionadas, más que causadas, “el pensamiento chino desarrolló el aspecto orgánico, visualizando el universo como una jerarquía de partes y todos, infundidos por una armonía de voluntades”.

El sabio ve todas las cosas a la luz de la intuición. Está en el centro del círculo y ahí se mantiene mientras el “sí” y el “no” se persiguen en torno a la circunferencia. “Los hombres verdaderos no tenían miedo cuando se encontraban solos en sus puntos de vista... respiraban profundamente desde los talones”. Como la hierba cuando pasan el viento o la riada.

(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

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