La crisis política de abril

Por Raúl Wiener

La primera lección de los acontecimiento de abril que han tenido como escenario la selva del Cusco y como espacio de desenlace el Congreso de la República, donde casi terminan censurados dos ministros del supuesto gabinete técnico y pragmático encabezado por Oscar Valdés, es muy simple: la política existe.

 

Nadie puede gobernar queriendo ignorar las reglas de la lucha política. Por eso, el viaje del presidente creyendo que aquí se podía maniobrar la crisis hablando con fulano y con mengano, ofreciendo ventajas a otros partidos en el Congreso, y cuadrando a la bancada en nombre de a quién le deben los votos, estaba basado en un razonamiento equivocado.

Lozada y Otárola estaban totalmente liquidados y el sector político que canjeara su sobrevivencia por alguna prebenda se estaría hundiendo con ellos. Por eso nadie podía retroceder a la censura, aun cuando Martha Chávez quiso dar a entender los beneficios de una hipotética alianza del fujimorismo y el nacionalismo, aislando al toledismo.    

La política que Valdés apartó de su lado a punta de conjuros, y que es la que desarrolla cara a cara con la sociedad y en medio del debate público, ya había derribado el triunfalismo casi infantil del gobierno en Kepashiato y el afán posterior por presionar a las víctimas a partir de su condición militar o policial para que cambiaran su versión sobre los hechos.

La política es una competencia de actores. Y el problema de Ollanta es nunca haber terminado de comprender esto. La idea perversa sobre el primer gabinete de que era “incoherente” porque en su seno compartían roles algunos de los colaboradores originales del proyecto nacionalista con  la tecnoburocracia de derecha enquistada en el Estado, que se mantuvo como línea de defensa del modelo bajo presión de los grupos económicos y de los grandes medios de prensa, apuntaba a tocarle la fibra “antipolítica” al presidente.    

Pero era inevitable que un giro como el que estaba produciendo trajera incoherencias y lucha, si después de todo, la recomposición de los perdedores de junio fue una lucha feroz contra Ollanta y su organización, hasta que empezaron las concesiones. El gabinete Valdés fue entonces un intento de desprenderse de “políticos” y buscar resultados sin tanto debate y con menos escándalos de prensa.

Si las cosas son así, el mes de abril tiene que haberlo fatigado y la indecisión de entregar por lo menos una cabeza de ministros debe haber producido un conflicto profundo con su conciencia. Del lado de la derecha, a su vez, se ve que su máxima apuesta era una crisis regulada que fuera hasta el punto que el gobierno entendiera el mensaje. Ahora los tememos lanzándole panegíricos a Valdés como si este no fuera el responsable de que los dos ministros salientes hubiesen llegado hasta donde estaban como parte de su cuota del gabinete, o se hubiesen olvidado que fue él quien hizo la razzia de la Policía y se tiró decenas de generales sin ninguna mejora institucional, o  si pudiese lavarse las manos del nombramiento del general de Cachiche, Raúl Salazar como director de la Policía, que fue el que ordenó mover helicópteros del convenio antidrogas a la zona de combate con los resultados desastrosos que conocemos.

Pero el premier dueño de la mina Oscarito está saliendo demasiado mellado de la crisis de abril como para que pueda durar mucho tiempo en el cargo.    

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