EDITORIAL
¿Referéndum revocatorio?
Por Carlos Ferrero. Ex presidente del Congreso
Se ha sugerido que, en vista de la impopularidad que tiene el presidente Alan García, este debe someterse a un referéndum revocatorio para ver si se va o se queda, como Evo Morales en Bolivia.
Nuestra Constitución no lo permite (artículo 32), pero sabiendo que para los proponentes tal impedimento es asunto secundario, diré más bien por qué la idea es cuestionable.
Empezar a hacer en el Perú referéndum revocatorios del presidente de la República es condenar al país a la inestabilidad absoluta. No se requiere ser adivino para prever que a todos los presidentes futuros cuya popularidad baje, también se les exigirá referéndum revocatorios.
Tendría también entonces que cambiarse cada dos o tres años a toda la gente del gobierno revocado. Se requeriría decenas de nuevos ministros y viceministros, así como miles de funcionarios de confianza que entrarían y saldrían como de un mercado. Ningún programa serio (planificación, ejecución, control) podría llevarse a cabo con tantas subidas y bajadas imprevistas. Reinaría la improvisación y el desorden, y se causaría un grave retraso a nuestro desarrollo económico y político.
Recordemos que nuestros candidatos a presidentes, para poder ganar la elección, se ven obligados a formular propuestas que después la realidad les impide cumplir. Mientras que, por otro lado, la revolución de las comunicaciones y las impaciencias que nacen de una conciencia cívica débil hacen que pasadas las elecciones la mayoría de los ciudadanos normalmente se torne descontenta y en desa-cuerdo con el gobierno de turno. Con mayor razón, si como dije en esta misma tribuna (El Comercio, 11/7/2008), en el Perú existe la mala costumbre de que el ganador de las elecciones quiera gobernar solo con su partido, o con entendimientos ocasionales y por tanto frágiles, lo que produce un equilibrio permanentemente al filo de la navaja.
Como lo ha experimentado cualquiera que haya tenido una responsabilidad de dirigente político en el Perú, ejercerla en una sociedad con tanta pobreza, injusticia, institucionalidad diminuta y división interna, es un reto que pareciera diabólico.
Precisamente por eso, expulsar a un presidente bruscamente es arrojar el país al despeñadero.
Los peruanos tenemos que madurar consintiendo responsablemente en soportar los resultados de nuestros errores al votar. Esa es la clave para entendernos y poder vivir juntos (recordemos que las revocatorias de alcaldes son generalmente propiciadas por quienes perdieron la elección).
Por ello, la tarea es más bien convencer a los exaltados de que los procedimientos de la democracia no son la forma sino más bien el fondo del sistema. Una democracia, cuyas reglas se alteran sin consenso previo, nos lleva directamente a la tiranía de un grupito de manipuladores sin escrúpulos.
Naturalmente que la democracia solo se legitima finalmente con el ejemplo que corresponde a la clase política de ser consecuente con los ideales que proclama y muy firme con los que la traicionan. Ello también se logrará cuando la base misma del pueblo acepte que la política no puede ser solamente un deber colectivo, sino también una obligación individual de participación, en vez de encogerse en el egoísmo de que "la hagan los otros".
La prédica que intenta descalificar la democracia representativa y someternos a la dictadura de la democracia directa sin una formalidad consensuada previamente, ya ha sido formulada antes. Recientemente, por ejemplo, con la publicitada convocatoria a una Asamblea Nacional de los Pueblos que supuestamente expresaría el 'verdadero' sentir ciudadano, como si los alcaldes, regidores, consejeros y congresistas hubiesen provenido del planeta Marte.
Esta forma de despojar de legitimidad a lo que el marxismo llamó la democracia legalista, frecuentemente esconde la maniobra de quienes, incapaces de ganarse la voluntad popular en elecciones abiertas y relativamente ordenadas, intentan capturar el poder desde afuera, con movimientos de 'masas' impulsadas por la violencia y conducidas por líderes autodesignados que, por supuesto, nunca aceptarían someterse a referéndum revocatorio alguno.
http://www.carlosferrero.org/
Empezar a hacer en el Perú referéndum revocatorios del presidente de la República es condenar al país a la inestabilidad absoluta. No se requiere ser adivino para prever que a todos los presidentes futuros cuya popularidad baje, también se les exigirá referéndum revocatorios.
Tendría también entonces que cambiarse cada dos o tres años a toda la gente del gobierno revocado. Se requeriría decenas de nuevos ministros y viceministros, así como miles de funcionarios de confianza que entrarían y saldrían como de un mercado. Ningún programa serio (planificación, ejecución, control) podría llevarse a cabo con tantas subidas y bajadas imprevistas. Reinaría la improvisación y el desorden, y se causaría un grave retraso a nuestro desarrollo económico y político.
Recordemos que nuestros candidatos a presidentes, para poder ganar la elección, se ven obligados a formular propuestas que después la realidad les impide cumplir. Mientras que, por otro lado, la revolución de las comunicaciones y las impaciencias que nacen de una conciencia cívica débil hacen que pasadas las elecciones la mayoría de los ciudadanos normalmente se torne descontenta y en desa-cuerdo con el gobierno de turno. Con mayor razón, si como dije en esta misma tribuna (El Comercio, 11/7/2008), en el Perú existe la mala costumbre de que el ganador de las elecciones quiera gobernar solo con su partido, o con entendimientos ocasionales y por tanto frágiles, lo que produce un equilibrio permanentemente al filo de la navaja.
Como lo ha experimentado cualquiera que haya tenido una responsabilidad de dirigente político en el Perú, ejercerla en una sociedad con tanta pobreza, injusticia, institucionalidad diminuta y división interna, es un reto que pareciera diabólico.
Precisamente por eso, expulsar a un presidente bruscamente es arrojar el país al despeñadero.
Los peruanos tenemos que madurar consintiendo responsablemente en soportar los resultados de nuestros errores al votar. Esa es la clave para entendernos y poder vivir juntos (recordemos que las revocatorias de alcaldes son generalmente propiciadas por quienes perdieron la elección).
Por ello, la tarea es más bien convencer a los exaltados de que los procedimientos de la democracia no son la forma sino más bien el fondo del sistema. Una democracia, cuyas reglas se alteran sin consenso previo, nos lleva directamente a la tiranía de un grupito de manipuladores sin escrúpulos.
Naturalmente que la democracia solo se legitima finalmente con el ejemplo que corresponde a la clase política de ser consecuente con los ideales que proclama y muy firme con los que la traicionan. Ello también se logrará cuando la base misma del pueblo acepte que la política no puede ser solamente un deber colectivo, sino también una obligación individual de participación, en vez de encogerse en el egoísmo de que "la hagan los otros".
La prédica que intenta descalificar la democracia representativa y someternos a la dictadura de la democracia directa sin una formalidad consensuada previamente, ya ha sido formulada antes. Recientemente, por ejemplo, con la publicitada convocatoria a una Asamblea Nacional de los Pueblos que supuestamente expresaría el 'verdadero' sentir ciudadano, como si los alcaldes, regidores, consejeros y congresistas hubiesen provenido del planeta Marte.
Esta forma de despojar de legitimidad a lo que el marxismo llamó la democracia legalista, frecuentemente esconde la maniobra de quienes, incapaces de ganarse la voluntad popular en elecciones abiertas y relativamente ordenadas, intentan capturar el poder desde afuera, con movimientos de 'masas' impulsadas por la violencia y conducidas por líderes autodesignados que, por supuesto, nunca aceptarían someterse a referéndum revocatorio alguno.
http://www.carlosferrero.org/