Por Gustavo Espinoza M. (*)
Los grandes medios gritaron de horror, el 19 de abril, por lo ocurrido en Lima en torno al proceso venezolano. La reunión de UNASUR y su declaración final de contundente respaldo a la Venezuela Bolivariana y el acuerdo del Parlamento de autorizar el viaje de Ollanta Humala a Caracas para la instalación del gobierno de Nicolás Maduro Moro los sacaron de quicio.
Cada uno a su manera, la prensa escrita, radial y televisada salió con lo mismo. El Comercio, a página desplegada, lanzó un alarido desgarrador: “La UNASUR saluda triunfo de Maduro a pesar de la denuncia de un fraude”. La República, en un subtitulo compungido dio cuenta del hecho: “Cumbre presidencial Unasur da su apoyo al gobierno venezolano y el congreso autoriza viaje de Humala a Caracas a la jura del presidente Nicolás Maduro”. En el extremo Fritz Dubois —Perú 21— luego de denostar en primera plana un “Apañan a Maduro” se preguntó en su editorial: "¿No será que Humala, Piñera y Santos son chavistas encubiertos que nos han engañado?"
Líderes del cogollo aprista, de la mafia fujimorista y de la derecha tradicional se dieron la mano metidos en la misma danza. Voceros como Cecilia Valenzuela, Mónica Delta, Cayetana Aljovín, Jaime Althaus y algunos otros se rasgaron las vestiduras dando a sus oyentes “cátedra” de democracia y precisando qué es lo que el mandatario peruano “tiene que hacer” en esa minicrisis generada en la patria de Bolívar.
Lenin dice que quien sufre una derrota política tiene el derecho de maldecir a sus jueces en un plazo de veinticuatro horas. Después, su reacción debiera ser más inteligente, aunque no siempre ocurre así. De alguna manera, las elecciones presidenciales ocurridas en Venezuela han sido una suerte de juez para quienes buscaban ganar la presidencia de ese país en una contienda que, antes de su realización, no había sido objetada por nadie.
Sólo después, cuando hablaron las ánforas, los perdedores decidieron maldecir a sus jueces y desconocer la legitimidad de los comicios. Luego, su reacción no fue más inteligente. Desesperados, buscaron incendiar la pradera, un poco como lo hicieron sus parientes de aquí el 10 de septiembre de 1971, el 5 de febrero de 1975 y el 24 de julio del mismo año. En todos esos casos, su consigna fue “combatir al comunismo”
La oposición aduce en Caracas que la diferencia electoral registrada entre la votación de Maduro y Capriles “es mínima”. Y por eso, busca desconocerla. Pero el proceso internacional está plagado de hechos en los que entre uno y otro candidato hubo diferencias mínimas, que nunca fueron motivo de “pataleo”. Salvador Allende en una ocasión perdió la presidencia de Chile por 30 mil votos que se los robó el tristemente célebre “Cura de Catapilco”. Pero en otras latitudes ocurrieron hechos similares. En Estados Unidos, en 1960 Kennedy ganó las elecciones con un 49.7% de los votos ante un 49.6% de Richard Nixon. Y años más tarde, en los comicios del año 2000, Bush obtuvo 47.9% de los votos, y perdió ante Al Gore que alcanzó el 48.4%. No obstante, por la modalidad electoral norteamericana —voto delegado— se le concedió el triunfo al derrotado ¿Hubo fraude? En todo caso, no lo dijo ninguno de los que hoy claman al cielo por lo ocurrido en Caracas.
En México hubo hace no muchos años algo muy parecido. Felipe Calderón ganó las elecciones al candidato del PRD con una diferencia muy insignificante, pero los “grandes medios” —que apoyaron abiertamente su postulación— sostuvieron que lo importante fue que ganó, aunque fuera por un voto, pero ganó. ¿Por qué no aplican el mismo raciocinio esta vez? Con absoluta seguridad lo habrían tomado muy en cuenta si se hubiesen invertido las cifras, es decir, si Capriles hubiese obtenido el 50% más 1, y Maduro el 49% más 9.
Es bueno mirar un poco el escenario latinoamericano. En la región, ha crecido en las últimas décadas un sentimiento de orden patriótico que lleva a pueblos y países a revindicar el derecho a preservar sus recursos naturales y defender la soberanía de sus Estados, amagada por el gobierno de los Estados Unidos. No por el uso de Golpes de Estado, sino más bien por vía electoral llegaron al gobierno fuerzas que enarbolaron esa bandera: Bolivia, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Uruguay, Venezuela, Brasil, Perú y hasta Paraguay —bajo la administración del Presidente Lugo— compartieron esa idea.
Todos esos gobiernos fueron atacados por la oligarquía latinoamericana, los partidos tradicionales, las fuerzas empresariales y conservadoras, y por la administración norteamericana. Para contrarrestar su influencia, vinieron los “golpes de estado”. Ellos fueron obra no de la Izquierda ni de los sectores progresistas y avanzados del escenario latinoamericano. El golpismo vino de otro lado. Los militares brasileños de la Escuela Superior de Guerra dieron el Golpe en marzo de 1964 para preservar y proteger los intereses de los grandes propietarios y el Imperio. Lo mismo sucedió en Uruguay en junio de 1973; y en Chile pocos meses después con Pinochet, en septiembre del mismo año. Y luego de la Argentina de Videla, en marzo del 76.
En lo que va de este siglo, se produjeron en América Latina, tres golpes de Estado amamantados y alimentados por el gobierno de los Estados Unidos. El primero, fue en abril del 2003 precisamente contra Hugo Chávez, y en Venezuela. Los golpistas ungieron a Pedro Carmona y lo instalaron en el Palacio de Miraflores con el peso de las armas. Después, tuvieron que huir a toda prisa ante el peso de las masas, pero esa fue ya otra historia.
Un segundo golpe se produjo en 2010, en Honduras, cuando las fuerzas más reaccionarias derrocaron al Presidente Manuel Zelaya, ante el beneplácito de Washington y sus estructuras de dominación. Más recientemente tocó el turno a Paraguay, que había vivido largos años bajo la oprobiosa dictadura de Strossner y tuvo un breve instante de libertad. El gobierno de Lugo fue echado luego de un sospechoso entendimiento entre la cúpula militar y los grupos históricamente ligados al fascismo. En ninguno de esos casos escuchamos a los sicofantes de la burguesía demandar a las autoridades peruanas “desconocer” a los golpistas. Si alguien tuviese un solo texto suscrito por alguna de estas personas en contra de esos golpes, que lo muestre ya. Habrá recompensa.
La fuerza de la propagada a veces convence. César Arias Quincot, un inteligente y bien intencionado internacionalista, sostiene: “la proclamación de Maduro antes que se terminara el cómputo de votos constituye una farsa”. Tendría razón si eso se hubiera producido así, pero así no fue. Ni Maduro se “proclamo” ganador ni fue reconocido por nadie antes del cómputo de los votos. El Consejo Nacional Electoral de Venezuela, casi a la medianoche del 14 de abril, y luego de auditar el 54% de los votos emitidos, anunció los cómputos procesados al 99% de los sufragios, y dijo que ellos diseñaban una proyección irreversible. Y así fue. Cuando el 100% estuvo en manos de todos, la diferencia aumentó hasta situarse casi en un cuarto de millón de votos ¿Fue poco? Poco en relación a lo esperado, por cierto. Se preveía una distancia mayor, pero ella no se registró ¿Y por qué no, si hubo fraude? Si alguien recurriera a un fraude, no lo haría para ganar tan “ajustado”. Habría digitado una distancia mayor por cierto. No hay, entonces, farsa alguna.
“Una brutal represión contra el pueblo venezolano”, titulaba “Perú 21” el día martes sus informaciones en torno a los hechos ocurridos en Caracas. ¡Qué curioso! Como consecuencia los sucesos en referencia murió un total de 10 personas, pero ellas eran “chavistas” que cayeron defendiendo postas médicas, comedores populares o empresas del área social. Y quienes las mataron eran activistas de Capriles “indignados por el fraude”. Por eso Maduro asistió al sepelio de los asesinados, pero Capriles no tuvo cara para estar allí. Entonces ¿de qué fuente provino esa brutal acción? ¿Por qué no lo dice la “prensa grande”?
Los organismos internacionales, incluso la OEA, reconocieron la autenticidad del proceso electoral venezolano. También lo hizo la Unión Europea y los gobiernos España, Francia, Portugal, Italia y otros. UNASUR confirmó el respaldo unánime al gobierno venezolano ¿Qué justifica entonces el comportamiento de los inquisidores del Imperio?
Solo Estados Unidos —y quizá Israel, y tal vez Micronesia y Palau— mantiene una posición intransigente. Y es que la administración yanqui le declaró una guerra política al gobierno de Caracas. Y mantiene esa idea. Para el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, América Latina es el “patio trasero” de USA (felizmente usó el sustantivo “patio” que hubiese querido omitir para aludir solamente al adjetivo determinativo de lugar). Lo confirmó el pasado miércoles durante ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de su país.
Finalmente en Lima se concretaron tres éxitos: hubo una importante movilización ciudadana de apoyo a Maduro en la Plaza San Martín, UNASUR asumió su responsabilidad, y el Congreso autorizó el viaje del mandatario peruano a Caracas en medio de la grita descontrolada de una derecha fascista que conoció el extremo del ridículo.
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera