Perú S.A.
Por: Pedro Armando Rosario Ubarnes
El liberalismo es la doctrina política a través de la cual un país vende todas sus empresas y tiene una reducida participación en el mercado. O sea que el estado tiende a desaparecer. Entonces ¿qué es el neoliberalismo?
El neoliberalismo es lo mismo que el liberalismo, sólo que elevado a la décima potencia. Es decir que el Volkswagen deja de ser Volkswagen y se convierte en un auto de formula uno, de la derecha nos vamos a la ultraderecha casi hasta el filo del abismo y el estado se convierte en un mero recaudador de impuestos.
Esto podría no ser del todo malo. Hasta podría ser el edén si acaso el modelo sólo se aplicara a los vienes superfluos y no a los más básicos, ni a los recursos naturales, ni a las empresas estratégicas que todo estado que así mismo quiera llamarse estado debe manejar (como lo pueden ser los puertos, servicios de salud o educación). De lo contrario, los países subdesarrollados estarán condenados eternamente a su subdesarrollo y los pueblos menos favorecidos estarán siempre esclavizados. Y, ciertamente, ése es el rumbo que el Perú está tomando.
El neoliberalismo —que no es más que la desaparición absoluta del estado— empezó a aplicarse, en el Perú, con la banda de asaltantes y matones que ‘el chino’ comandaba. Toledo siguió la misma corriente. Y ahora García adopta el modelo como sólo los más ultras de la derecha lo pueden adoptar.
La idea de las privatizaciones nace bajo el argumento de la incapacidad del estado para autorregularse y hacer productiva una empresa. ¿No es ésta una declaración, también, del mismo presidente que se proclama incapaz de hacer que una empresa que está bajo el control de estado, que él administra, pueda serle rentable al propio estado? Lo es. Y yo no sé si quien está a cargo de la presidencia de un país deba de seguir en su cargo si se siente incapaz. Pero ése es otro tema.
Volvamos a lo nuestro. Como el estado es incapaz de lograr que una empresa sea rentable, la mano privada entra y, con la iluminación propia de los empresarios, hace de la empresa una de las lucrativas del mercado. Así fue la cosa con ‘Telefónica’, que, mientras estuvo bajo la administración estatal, vendía un servicio poco accesible para las mayorías por el alto de los equipos telefónicos. A esto se sumaba el hecho que los pocos teléfonos públicos que había eran blanco constante de los delincuentes, siendo destruidas y repuestas luego de mucho tiempo. Entonces, ni hablar, la compañía peruana de Teléfonos tenía que privatizarse y, sólo así, hacerse eficiente. Y, con el mismo espíritu colonizador que siempre los ha caracterizado, ‘Telefónica’ de España, adquirió la empresa que entonces aun era del estado.
Entró ‘Telefónica’ y ocurrió lo que tenía que ocurrir: la empresa se volvió eficiente, generó ganancias, hubo equipos más baratos y, sobre todo, los teléfonos públicos dejaron de ser blanco de los asaltantes, razón por la cual todos aquellos que no podían pagar un teléfono de casa, podían usar el teléfono público, democratizándose las comunicaciones.
Entonces ¿la privatización es la mejor salida? —se preguntarán algunos—.
Eso es lo que muchos nos quieren hacer creer. Pero la cosa no es siempre como nuestros ojos la ven.
No necesariamente una empresa pública es ineficiente. Basta con hacerla ver como ineficiente para deshacerse de ella y pasarla a manos de un privado. ¿Y por qué proceden de esa forma algunos gobiernos? Pues hay muchas respuestas, pero las más comunes son dos: para robarse el dinero de la empresa privatizada o porque por debajo de la mesa está cruzando un bonito cheque con varios ceros a nombre del hombre que facilita la venta de la empresa pública que ahora será privada.
Con ‘Telefónica’, la empresa estatal absorbida si bien se hizo eficiente a corto plazo, con el pasar del tiempo los más perjudicados fuimos los usuarios, ya que ‘Telefónica’, usando su gran poder económico, se convirtió en un monopolio, caracterizado por cobrar tarifas abusivas en comparación a otros países vecinos, maltratar a sus trabajadores y un sinfín más de perjuicios a la nación.
La misma figura se dio con tantas otras empresas públicas que luego pasaron a manos privadas: centros mineros, petróleo, la línea aérea de bandera nacional, por mencionar algunos casos.
Ahora el modelo quiere repetirlo el doctor García con las empresas ‘PETROPERÚ’, ‘ENAPU’ (Empresa Nacional de Puertos) y ‘SEDAPAL’.
Los procesos de desprestigio más avanzados están en ‘ENAPU’ y en ‘SEDAPAL’. La primera empresa está siendo presentada como una compañía que no genera ganancias por lo cual no se puede ni se debe invertir en ella. Cosa que no es cierta pues ‘ENAPU’ sí genera ganancias sólo que éstas son absorbidas por el estado. Sin embargo, ya muchos presumen que la venta de ‘ENAPU’ estaría lista para fin de año, ya que la ministra del sector, Verónica Zavala, ha manifestado que antes de irse tiene “que cumplir con un encarguito”, el cual no sería más que la privatización de nuestros puertos.
La cosa con ‘SEDAPAL’ es más dramática. Porque si ‘SEDAPAL’ llegara a privatizarse, el agua se convertiría en un lujo y como tal sólo sería pagable por aquellos que ocupan la cúspide de la pirámide económica. ‘SEDAPAL’ es un negocio a perdida. Y por ello tiene que estar en manos del estado. No se trata de ineficiencia, es así. En todos los países del mundo una empresa estatal que maneje el agua siempre va tener sus balances en rojo y nunca en azul, pues las inversiones que tienen que hacerse en el agua son demasiado grandes y éstas a su vez no pueden ser trasladadas a los consumidores pues no las podrían pagar. Si acaso ‘SEDAPAL’ pasara a manos privadas, el empresario buscaría generar rentas, desde luego, para lo cual tendría que subir el costo del agua, según muchos especulan, entre 10 a 15 veces su costo actual, para que así ‘SEDAPAL’ le rinda ganancias.
¿Y el doctor García, autoproclamado social-demócrata, no conoce las consecuencias de este tipo de privatizaciones?
Por supuesto que las conoce. Pero él ahora está con las ideas —espero al menos que sean ideas propias y no incentivadas por terceros— de la globalización y del desarrollo en manos privadas, de la exportación y el abandono del mercado interno, de que el estado debe sólo dedicarse a recaudar impuestos y de que el crecimiento económico se da matando a los pobres de hambre, de sed y dejándolos en el olvido al mismo estilo de la China olímpica a la que él tanto admira.
Esto podría no ser del todo malo. Hasta podría ser el edén si acaso el modelo sólo se aplicara a los vienes superfluos y no a los más básicos, ni a los recursos naturales, ni a las empresas estratégicas que todo estado que así mismo quiera llamarse estado debe manejar (como lo pueden ser los puertos, servicios de salud o educación). De lo contrario, los países subdesarrollados estarán condenados eternamente a su subdesarrollo y los pueblos menos favorecidos estarán siempre esclavizados. Y, ciertamente, ése es el rumbo que el Perú está tomando.
El neoliberalismo —que no es más que la desaparición absoluta del estado— empezó a aplicarse, en el Perú, con la banda de asaltantes y matones que ‘el chino’ comandaba. Toledo siguió la misma corriente. Y ahora García adopta el modelo como sólo los más ultras de la derecha lo pueden adoptar.
La idea de las privatizaciones nace bajo el argumento de la incapacidad del estado para autorregularse y hacer productiva una empresa. ¿No es ésta una declaración, también, del mismo presidente que se proclama incapaz de hacer que una empresa que está bajo el control de estado, que él administra, pueda serle rentable al propio estado? Lo es. Y yo no sé si quien está a cargo de la presidencia de un país deba de seguir en su cargo si se siente incapaz. Pero ése es otro tema.
Volvamos a lo nuestro. Como el estado es incapaz de lograr que una empresa sea rentable, la mano privada entra y, con la iluminación propia de los empresarios, hace de la empresa una de las lucrativas del mercado. Así fue la cosa con ‘Telefónica’, que, mientras estuvo bajo la administración estatal, vendía un servicio poco accesible para las mayorías por el alto de los equipos telefónicos. A esto se sumaba el hecho que los pocos teléfonos públicos que había eran blanco constante de los delincuentes, siendo destruidas y repuestas luego de mucho tiempo. Entonces, ni hablar, la compañía peruana de Teléfonos tenía que privatizarse y, sólo así, hacerse eficiente. Y, con el mismo espíritu colonizador que siempre los ha caracterizado, ‘Telefónica’ de España, adquirió la empresa que entonces aun era del estado.
Entró ‘Telefónica’ y ocurrió lo que tenía que ocurrir: la empresa se volvió eficiente, generó ganancias, hubo equipos más baratos y, sobre todo, los teléfonos públicos dejaron de ser blanco de los asaltantes, razón por la cual todos aquellos que no podían pagar un teléfono de casa, podían usar el teléfono público, democratizándose las comunicaciones.
Entonces ¿la privatización es la mejor salida? —se preguntarán algunos—.
Eso es lo que muchos nos quieren hacer creer. Pero la cosa no es siempre como nuestros ojos la ven.
No necesariamente una empresa pública es ineficiente. Basta con hacerla ver como ineficiente para deshacerse de ella y pasarla a manos de un privado. ¿Y por qué proceden de esa forma algunos gobiernos? Pues hay muchas respuestas, pero las más comunes son dos: para robarse el dinero de la empresa privatizada o porque por debajo de la mesa está cruzando un bonito cheque con varios ceros a nombre del hombre que facilita la venta de la empresa pública que ahora será privada.
Con ‘Telefónica’, la empresa estatal absorbida si bien se hizo eficiente a corto plazo, con el pasar del tiempo los más perjudicados fuimos los usuarios, ya que ‘Telefónica’, usando su gran poder económico, se convirtió en un monopolio, caracterizado por cobrar tarifas abusivas en comparación a otros países vecinos, maltratar a sus trabajadores y un sinfín más de perjuicios a la nación.
La misma figura se dio con tantas otras empresas públicas que luego pasaron a manos privadas: centros mineros, petróleo, la línea aérea de bandera nacional, por mencionar algunos casos.
Ahora el modelo quiere repetirlo el doctor García con las empresas ‘PETROPERÚ’, ‘ENAPU’ (Empresa Nacional de Puertos) y ‘SEDAPAL’.
Los procesos de desprestigio más avanzados están en ‘ENAPU’ y en ‘SEDAPAL’. La primera empresa está siendo presentada como una compañía que no genera ganancias por lo cual no se puede ni se debe invertir en ella. Cosa que no es cierta pues ‘ENAPU’ sí genera ganancias sólo que éstas son absorbidas por el estado. Sin embargo, ya muchos presumen que la venta de ‘ENAPU’ estaría lista para fin de año, ya que la ministra del sector, Verónica Zavala, ha manifestado que antes de irse tiene “que cumplir con un encarguito”, el cual no sería más que la privatización de nuestros puertos.
La cosa con ‘SEDAPAL’ es más dramática. Porque si ‘SEDAPAL’ llegara a privatizarse, el agua se convertiría en un lujo y como tal sólo sería pagable por aquellos que ocupan la cúspide de la pirámide económica. ‘SEDAPAL’ es un negocio a perdida. Y por ello tiene que estar en manos del estado. No se trata de ineficiencia, es así. En todos los países del mundo una empresa estatal que maneje el agua siempre va tener sus balances en rojo y nunca en azul, pues las inversiones que tienen que hacerse en el agua son demasiado grandes y éstas a su vez no pueden ser trasladadas a los consumidores pues no las podrían pagar. Si acaso ‘SEDAPAL’ pasara a manos privadas, el empresario buscaría generar rentas, desde luego, para lo cual tendría que subir el costo del agua, según muchos especulan, entre 10 a 15 veces su costo actual, para que así ‘SEDAPAL’ le rinda ganancias.
¿Y el doctor García, autoproclamado social-demócrata, no conoce las consecuencias de este tipo de privatizaciones?
Por supuesto que las conoce. Pero él ahora está con las ideas —espero al menos que sean ideas propias y no incentivadas por terceros— de la globalización y del desarrollo en manos privadas, de la exportación y el abandono del mercado interno, de que el estado debe sólo dedicarse a recaudar impuestos y de que el crecimiento económico se da matando a los pobres de hambre, de sed y dejándolos en el olvido al mismo estilo de la China olímpica a la que él tanto admira.