Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Una reciente noticia nos ha llenado de euforia: Machu Picchu, una de las siete nuevas maravillas del planeta, fue elegido como el atractivo preferido por los excursionistas a nivel mundial en el 2013, según TripAdvisor, la comunidad de viajes de mayor influencia entre los turistas internacionales. Del mismo modo, publicó su ranking de los 25 lugares más frecuentados en Sudamérica, entre los cuales cinco destinos peruanos figuran entre los diez primeros.
Al conocer esta declaración me pregunté: ¿Qué sabemos de este tradicional reducto, de sus descubridores, investigaciones y significados? A mi parecer, es cuantiosa la desinformación de la ciudadanía, sumado a su evidente falta de cultura y sentido de pertenencia, en relación a este majestuoso legado de nuestros antepasados. Por esta razón, quise aprovechar mi descanso de fin de año para releer varios textos de cuantiosa ayuda para contextualizar el proceso de su revelación.
Machu Picchu, estiman los historiadores y arqueólogos, se edificó por decisión de Pachacútec. Incluso algunos bloques de granito desperdigados por el recinto indican que su levantamiento prosiguió cuando los conquistadores españoles llegaron al Cusco (1533). Sin embargo, el amplio trabajo de ingeniería está oculto. El ingeniero Kenneth Wright y el arqueólogo Alfredo Valencia han asegurado -tras quince años de pesquisas- que el sesenta por ciento de la cimentación se sitúa bajo tierra. Es decir, lo percibido al recorrer este mágico santuario es menos de la mitad. Se refieren al complejo e invisible sistema de drenaje y de canalización de aguas existente, cuya planificación técnica es la clave para su durabilidad y funcionalidad. Eso hizo posible que este contorno evitará reducirse a escombros durante los años de abandono.
Sergio Videla y José Carlos de la Puente en su interesante y fundamentada publicación “El último secreto de Machu Picchu – Quién es dueño de la ciudadela de los incas” comentan: “…Se construyó de abajo hacia arriba. En un principio, fueron los muros de contención, ligeramente inclinados hacia dentro para reforzar su estabilidad. Los arquitectos construyeron esas estructuras para contener los bordes del cerro y que este soportara así las pesadas construcciones que se levantarían en la cima. Esos muros formaron grupos de terrazas que parecían escaleras para gigantes. Aunque algunas de ellas sirvieron para la agricultura, su principal función fue mantener Machu Picchu en su sitio y ayudar al drenaje del agua de lluvia. Cientos de terrazas se esconden debajo de la construcción. Las que se perciben a simple vista sirvieron para cultivar, pero también para adornar: en las más pequeñas, crecieron orquídeas y flores de todo tipo”.
Cuando recordamos la develación de Machu Picchu el nombre en la mente colectiva es: Hiram Bingham (1875 – 1956), el norteamericano que pasó a la fama cuando el 24 de julio de 1911 revela esta edificación. Este explorador era hijo y nieto de los primeros misioneros del reino de Hawái. En su adolescencia se estableció en los Estados Unidos para completar su adiestramiento en las universidades de Yale y California en Berkeley; obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Harvard. Asimismo, trabajó como profesor en las universidades de Yale y Princeton.
Un personaje controvertido en diversos ámbitos de su vida. Se casó con Alfreda Mitchell Tiffanny, una de las sucesoras del Grupo Tiffanny, con quien tuvo siete hijos. Cuando ella falleció desheredó a sus descendientes y contrajo nupcias con Suzanne Carroll Colina. Sus vástagos no le perdonaron su proceder. Ingresó a la política en 1922 como teniente gobernador de Connecticut, ciudad de la que, tiempo más tarde, es elegido gobernador. Luego llegó al congreso al resultar electo senador del Partido Republicano. Su paso es accidentado y breve y, por cierto, estuvo lejos de ser un ejemplo de decencia y rectitud. Finalmente, es censurado en 1929.
Los autores de “El último secreto de Machu Picchu – Quién es dueño de la ciudadela de los incas”, refieren: “…Su carrera le había dado la llave de entrada al mundo de notables y adinerados ex compañeros de estudios dispuestos a financiar, por ejemplo, una expedición como la suya. Una noche, tras una reunión con amigos de la universidad en el Yale Club de Nueva York, uno de sus ex compañeros de clase le aseguró que él podría cubrir los gastos de un topógrafo que lo acompañe en la aventura. Otro amigo suyo le ofreció financiera los honorarios de un ingeniero, y otro más le ofreció financiar los gastos de un cirujano para que sumara al equipo. ‘Y así se organizó la Expedición Peruana de Yale en 1911, con la esperanza de que pudiéramos trepar la más alta montaña americana, coleccionar una serie de datos geográficos y biológicos y, sobre todo, tratar de descubrir la última capital de los incas’, escribió Bingham muchos años después”.
El catedrático de Yale vino al Perú con una carta de presentación del mandatario de los Estados Unidos y, por lo tanto, mereció el apoyo del presidente Augusto B. Leguía para sus indagaciones. Durante su permanencia en el Cusco recibió la amplia cooperación del estudioso, intelectual y rector de la Universidad San Antonio Abad, Alberto A. Giesecke. En sus sucesivos viajes, personalidades como Julio C. Tello y Luis E. Valcárcel asumieron una actitud vigilante acerca del invalorable material osteológico, documentario y arqueológico encontrado en Machu Picchu.
Concurren evidencias que Hiram no había escuchado hablar de Machu Picchu. Su interés estaba concentrado en Vilcabamba. Pero, a su paso por Lima el archivero Carlos Romero lo introdujo en los escritos del cronista fray Antonio de la Calancha. Sergio Videla y José Carlos de la Puente afirman: “…Las pistas que este revelaba habían llevado a Romero a concluir que el reino efímero de Vilcabamba se encontraba en el lado oeste de la cordillera del mismo nombre, no en el lado este, donde los incas construyeron Choquequirao y donde todos buscaban la ciudad perdida. En realidad había que seguir el curso del río Urubamba en dirección norte para llegar. La reunión fue clave. Bingham salió de ella con muchas ideas pero, sobre todo, con un camino de emprendedor”.
De otro lado, existe una controversia referida a la participación del hacendado y cobrador de impuestos del estado Agustín Lizárraga. Él arribó a Machu Picchu acompañado de los aldeanos Gavino Sánchez y Enrique Palma. La historiadora Mariana Mould de Pease, en declaraciones al diario La República (julio 22 de 2001) aseguró: “…Alfredo M. Bingham descubrió en la libreta de campo de su padre la siguiente inscripción de puño y letra: ‘Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu y vive en el pueblo de San Miguel. Además registró que en una de las paredes del templo de las Tres Ventanas figuraba una inscripción a carbón que decía: ‘Lizárraga 14 de julio de 1902’”.
La experta sostiene que años después de su primer viaje, Lizárraga retornó a Machu Picchu. “Siguió el mismo trayecto de la expedición realizada en 1902, pero esta vez lo hizo durante la temporada de lluvias y cuando pretendió cruzar el río Urubamba para trepar hasta las alturas de Machu Picchu, las turbulentas aguas lo arrastraron y nunca se pudo encontrar su cuerpo”. Bingham en sus sucesivos textos omitió toda referencia a este latifundista y, al mismo tiempo, en un artículo suyo de 1913 se queja de haber empleado dos días de trabajo para borrar los autógrafos a carbón dejados por peruanos en la ciudadela inca.
En su obra “Machu Picchu” el escritor, antropólogo e indigenista Luis E. Valcárcel hace una esclarecedora aseveración: “…Como sucede con todos los descubrimientos, hubo precursores. En este caso, esos precursores fueron personas sin preparación para apreciar el valor de los monumentos que tenían ante sus ojos. Revela estrechez mental restar méritos a quien fue el primero en darse cuenta del gran valor de aquello que descubría, sobre todo la cabal apreciación de su trascendencia para la historia del hombre americano. Bingham sabía lo que buscaba y no fue mera casualidad su hallazgo”.
Sería sórdido cuestionar el plausible aporte académico y científico de Hiram Bingham en el proceso de revalorización de tan espléndido espacio incaico: “La primera ciudad de los incas, fortaleza infranqueable, capital de un viejo reino selvático y también el último refugio luego de la conquista”. Su contribución debe evaluarse en su honrosa medida, sin rehuir reconocer los hallazgos y la colaboración de los pobladores excluidos -por mezquindad u omisión- de la versión oficial. Machu Picchu es símbolo de peruanidad, fuente de inspiración, afirmación de la identidad, escenario de la historia nacional y de recuentro con nuestras raíces.
(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda.http://wperezruiz.blogspot.com/