José Carlos García Fajardo*
En Quito, me golpearon estos graffiti: “¡Ya basta! Todos somos inocentes”. Ellos, los pobres, también.
“Les propongo legalizar la vida y dejar salir al sol todos los días”. No parece una propuesta desproporcionada, legalizar la vida.
“No permitas que la moral te impida hacer el bien”. Si lo que muchos entienden por moral continua enviando a la desesperación a millones de personas, es natural que nos pongamos de parte del bien y de la justicia. Al fin y al cabo, habíamos quedado en que la moral que rige el llamado progreso no es sino un invento de la razón al servicio de unos intereses. Como lo fueron los supuestos diez mandamientos ‘entregados’ en la cima del Sinaí al conductor de un pueblo contumaz para poder gobernarlo y mantenerlo unido ante los expolios que iba a acometer entre quienes habitaban una tierra que les apetecía a ellos. Eso sí, en nombre de su dios y del pacto establecido con el ‘pueblo elegido’.
Es increíble adonde puede llegar la estulticia humana sostenida por Estados Unidos, cuyos mandatarios han declarado que “Israel tiene derecho a defenderse”. Pienso en la pretensión de un pueblo que buscaba un hogar y se quedó con todos los territorios enviando al exilio a sus habitantes. Ellos, que padecieron deportaciones y exilios reproducen esos crímenes en otras personas en una acción que podría acumular injustamente carbones encendidos sobre las cabezas de sus hermanos en la diáspora. ¿Dónde queda ya el “ojo por ojo” si planifican asentamientos en tierras palestinas? Actúan desde el portaaviones estadounidense mientras su poderoso lobby influye en la potencia que decide los destinos del mundo en función de sus intereses.
“¿Hasta cuándo estaremos esperando lo que nos pertenece?”, proclama un graffiti. Si esto lo leemos en Rilke “es menester que nada extraño nos acontezca fuera de lo que nos pertenece desde siempre”, entonces, nos admira su belleza, pero en una pared desnuda algunos denuncian invasión de propiedad.
Consideremos estas perlas: “La justicia tarda, pero no llega”. “No sé adónde voy, pero sé que debo ir”. “Pobres del mundo uníos, última llamada”. “Vivimos la resaca de una orgía en la que no participamos”. “¿Hasta cuándo seremos los pacíficos dueños de tanto absurdo?”
Pero no han de alarmarse las gentes de orden, todavía, porque estos descamisados vienen con unas intenciones que nadie sospecharía: “Retomaremos la ira hasta volverla esperanza”. A pesar de ser conscientes de que “Jesús no viene por falta de promotor adecuado” y, a veces, se desaniman “Olvídense de lo que soñaron, sus sueños ya fueron vendidos”. Lo saben. “Somos mártires de una causa perdida, pero seguimos”, ya que, “Cuando habíamos aprendido las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. ¿Acaso no nos suenan estos cambios en el sistema para perpetuar las injusticias? “Nos quieren privatizar hasta la memoria”. “Privatizar, privatizar ¿quién piensa en redistribuir?” Y aportan pruebas: “Quieren iniciar el futuro mientas subastan el presente”. Pero luchan a pesar de esto “Nada y nada. Hasta salir de la nada”. ¡Parece un texto de Qohélet, el Eclesiastés de la luminosidad nublada!
A veces, les acomete la desesperanza “No nacimos para sobrevivir, nacimos para esperar en vano”, pero insisten haciéndose eco de nuestras ecológicas campañas “No mate los ideales, son especie en extinción”. Han leído a Brecht y golpean “Hay hombres que luchan un día... ¿y el resto?”. No les falta el humor “La policía me persigue, y yo pintando esta pared”, “Sr. Dueño de esta casa, no es nada personal, pero su pared blanca tiene un no sé qué”, y remata en otra fachada “Si esta pared es el límite de su propiedad, déjenos decorar sus limitaciones” porque nos desconciertan con verdades como puños “Nuestra única deuda es con la alegría de los niños”.
¿Qué decir? Y llaman como testigos franciscanos a las aves del cielo “Menos mal que los pájaros se siguen cagando en las estatuas” porque, “Cuando a la mierda le pongan precio, los pobres nacerán sin culo”.
No obstante, el más conmovedor para mí, y que me estremece hasta las lágrimas, es este grito de soledad que anuncia la desesperación de quienes ya no tienen nada que perder: “¿Hay alguien ahí?”
Porque yo, a veces, también me lo pregunto desde mi soledad elegida para poder liberarme del fardo que me agobia.
José Carlos García Fajardo*
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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Twitter: @GarciafajardoJC