Hablemos de baja politiquería
por Herbert Mujica Rojas
En el Instituto Nacional de Cultura, la antediluviana condesa que lo dirige, Cecilia Bákula, despide a trabajadores, estimula concursos de nacimientos (aunque usted no lo crea), desprecia y censura a los artistas, cobra en el BCR y no dice o falsea las cifras para aparentar menores ingresos y se supone que ella representa la avanzada“cultural” del país. ¿Baja o alta politiquería?
En La Haya existe un ser pagado de sí mismo como embajador. Es experto en crucigramas sobre genealogía porque él mismo se considera un ejemplar francés de linaje nacido en un país chusco y “de indios feos”. No recuerda para nada que su progenitor al cual llamaba con desprecio “pulsario francés”, pertenecía a un circo galo que vino de paso al Perú y se quedó en el norte. Este diplomático, tan sesudo y frívolo ¿será el que nos represente en casus belli jurídico con Chile en la corte más importante del mundo? ¡Pamplinas, aquél no puede subir una escalera y deletrear su nombre al mismo tiempo! ¿Baja o alta politiquería?
¡Nada menos que el primer funcionario del Estado, el presidente Alan García Pérez, pronuncia rogativas para que un simple senador demócrata, Charles Rangel, venga al Perú a otorgar su bendición (la del país dador) al TLC entre Gringolandia y Perú! ¡Así que en esas estamos, implorando por aves marías del poderoso país del norte! ¿Baja o alta politiquería?
Una ministra, la hipermentirosa y saltimbanqui Verónica Zavala Lombardi, en el portafolio de Transportes, es hallada, no por este modesto redactor, sino por la Contraloría General de la República, como pasible de acusación penal por haber puesto alegremente 5 millones de dólares en un banco que luego quebró, el NBK, cuando era funcionaria de Fonafe, y ningún diario, revista, noticiero, matutino o vespertino (salvo la presentación que me cupo hacer en el programa de César Hildebrandt, ya aludido) dice nada. Y, ciertamente, los otros ministros se callan la boca, de seguro que también para ellos es un honor compartir con alguien de semejantes comisiones deshonestas. Por cierto, el jefe de Estado, calla en los diez idiomas que habla. ¿Baja o alta politiquería?
A curiosos personajes se les antoja que, una vez llegados al episódico puesto en la administración del Estado, que no al poder decisorio que es otra cosa y está en otras manos más fuertes, pueden decir todo lo contrario, desdecirse, en una palabra, mentir descaradamente porque así “obligan los intereses nacionales”. ¿Desde cuándo ser vulgares ladrones del tiempo y la fe de los peruanos, puede ser prioridad patria? La honestidad no admite particiones de ninguna especie. O se es honrado o no se es, entonces, adviene la crónica pesarosa de cuanto vemos. ¡No de ahora, de siempre! Pocos son los peruanos a quienes puede reputárseles limpieza en la ejecutoria pública y privada. La mayoría tiene que esperar a morirse, porque aquí no hay muerto malo.
Al adefesio de calificar lo que de por sí inspira repulsión por denigrante, la politiquería, se suma la pedantería en el uso fenicio y coactivo de manadas de mediocres tributarios, no por convicción sino porque son sabidos en sus prontuarios, para la cosa pública. Como en el tango: lo mismo un burro que un gran profesor, los inmorales nos han igualado.