Carlos Miguélez Monroy*
El reclamo por un cambio de modelo de consumo para impedir un inminente “colapso civilizatorio” cuenta con el apoyo de escritores, científicos, periodistas, intelectuales, profesores universitarios, representantes de movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos intelectuales y científicos. El manifiesto se creó y se firmó en España, pero admite adhesiones de otros países. El cuidado del planeta, como la información que circula por las redes, no entiende de fronteras y atañe al conjunto de la humanidad.
Titulado Última llamada, este manifiesto califica de “genocidio a cámara lenta” el crecimiento. Entre los principales focos de alarma están el encarecimiento de la energía proveniente de fuentes renovables, la contaminación por la actividad económica y las consecuencias del cambio climático que esto provoca y las tensiones por controlar materias primas de las que depende el crecimiento económico.
El manifiesto pide ir más allá de los típicos reclamos por un supuesto “desarrollo sostenible”, que en otros lugares llaman “sustentable”. Sostenible y sustentable se relacionan pero no significan lo mismo. Sostenible se refiere a la capacidad de un sistema de mantenerse con sus propios recursos y sin dilapidar los de otros lugares. Sustentable se refiere a un sistema capaz de generar para sus integrantes el sustento necesario para vivir con dignidad. La humanidad precisa un planeta sostenible y sustentable, pero su modelo basado en el crecimiento económico genera lo contrario: un modelo que genera guerra y destrucción en los lugares donde se encuentran las materias primas, y que además impide un reparto equitativo de los frutos de la Tierra.
Por eso los firmantes del manifiesto han dejado de creer en una supuesta “economía verde” que sirve para lavar conciencias y para poner parches a problemas de una gravedad que aún se le escapa a la humanidad, obsesionada con la bolsa que sube y que baja, con los tipos de interés, con números verdes en unas pantallitas negras. Además, esa economía verde al final mercantiliza las riquezas de la tierra sin ir a la causa del problema: un modelo de desarrollo basado en la destrucción del planeta.
Este ecocidio provocado por los transportes, por la industria y por nuestro modelo productivo tiene consecuencias en la alimentación, el sustento básico de los seres humanos. Pero también en la relación entre los pueblos, enfrentados a veces en beneficio de una extracción barata del coltan, del litio y de otras materias primas que sostienen nuestro confort.
El manifiesto insiste en la necesidad de cambios radicales en los valores que sostienen los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización territorial.
“Necesitamos una sociedad que tenga como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la tecnología, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Necesitaremos para ello toda la imaginación política, generosidad moral y creatividad técnica que logremos desplegar”, dice, con el fin de construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a los 7.400 millones de personas en el planeta. Como ocurre con la mayor parte de los planteamientos en defensa del medioambiente, se da por sentado un crecimiento demográfico exponencial que impide la búsqueda de equilibrio en el planeta. De ahí la necesidad de tener en cuenta planteamientos como los que expone Jeffrey Sachs en Economía para un planeta abarrotado.
Advierten los firmantes del manifiesto: “Una civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las consecuencias de no hacer nada nos llevan al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos hoy, todavía podemos ser protagonistas de una sociedad solidaria, democrática y en paz con el planeta”.
Si se sabe comunicar y difundir, el acto “simbólico” de lanzar un manifiesto puede servir para que las personas, a la hora de votar en las elecciones, tengan en cuenta este tipo de criterios y depositen su confianza en políticos como los que se unieron por el planeta. Los políticos no pueden mantener los aspectos medioambientales como partes marginales y extravagantes de su programa político si quieren ir a la raíz de nuestra crisis global: nuestro modelo de “desarrollo” suicida.
*Periodista, coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Twitter: @cmiguelez