Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Hacía 1983 el renombrado profesor, investigador y psicólogo norteamericano Howard Gardner graduado con un doctorado en Educación en la Universidad de Harvard— propuso la reveladora Teoría de las Inteligencias Múltiples que lo hizo merecer del premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (España, 2011).
En su planteamiento —motivo de estudio y debate hasta nuestros días— Gardner define la inteligencia como la “capacidad mental de resolver problemas y/o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas”. Asimismo, la determina como una habilidad. Hasta hace poco tiempo se creía congénita: se nacía inteligente o no, y la enseñanza no podía cambiar ese hecho. Tanto es así, que a los deficientes psíquicos no se les educaba, porque se consideraba que era inútil, cuando en realidad existe la parte innata como la adquirida.
Esta hipótesis afirma que tenemos varias capacidades mentales, concretamente: la lógico-matemática, la espacial, la lingüística, la musical, la corporal, la interpersonal y la intrapersonal. Por lo tanto, cuando medimos la inteligencia se sugiere hacerlo basándonos en todas ellas y no sólo en unas cuantas como sucede en el test de coeficiente intelectual aplicado en la etapa escolar que, únicamente, estima las aptitudes matemáticas y lingüísticas. De allí que, sus resultados eluden reflejar la dimensión completa del talento de una persona.
Tengamos presente que la inteligencia está formada por diversas variables como la atención, la observación, la memoria, el aprendizaje y las habilidades sociales. En tal sentido, es la pericia de asimilar, guardar, elaborar información y utilizarla para solucionar contrariedades. El rendimiento obtenido en nuestras actividades diarias depende de la diligencia prestada y de nuestras cualidades de concentración.
Desde mi perspectiva, existen tres inteligencias de vital trascendencia, utilidad y beneficio, cuyas implicancias van más allá del quehacer laboral y tienen una connotación influyente en cualquiera de los ámbitos en donde nos desenvolvemos: Lingüística, Interpersonal e Intrapersonal. Constituyen pilares fundamentales en el crecimiento integral del ser humano. Hablemos un poco de cada una de ellas.
La Inteligencia Lingüística ofrece la posibilidad de platicar y redactar eficazmente. El don del lenguaje es universal y su desarrollo en los niños es similar en todas las culturas. Incluso en el caso de personas sordas a las que no se les ha enseñado un lenguaje por señas, a menudo inventan uno propio y lo usan espontáneamente.
Su ampliación comprende la virtud de comprender el orden y el significado de las palabras en la lectura, la escritura y al hablar y escuchar. Brinda la oportunidad de saber expresarse en de modo óptimo. Una forma de fomentar su impulso es mediante la práctica intensa de la lectura, la escritura y acceder a la cultura. Esto último es algo venido a menos en nuestra sociedad. Existen hombres y mujeres con altos grados académicos y exhiben acentuadas carencias al comunicarse. Esto lo observo con frecuencia en colegas, alumnos y profesionales de distintas disciplinas.
La Inteligencia Interpersonal se constituye a partir de la capacidad para sentir distinciones entre los demás, en particular, contrastes en sus estados de ánimo, temperamento, motivaciones e intenciones. Hace posible advertir los propósitos y deseos ajenos, aunque se hayan ocultado. Permite trabajar con gente, asistir al prójimo para identificar dilemas y promueve la mutua interacción entre los seres humanos.
Finalmente, la Inteligencia Intrapersonal es el conocimiento de los aspectos internos: el acceso a la gama de sentimiento, la disposición de efectuar discriminaciones entre ciertas emociones y recurrir a ellas con el afán de orientar la conducta. Facilita percatarnos de fortalezas, debilidades, inseguridades, prejuicios, complejos y, en consecuencia, ayuda a prever las respuestas generadas por los acontecimientos venideros.
Poseer alto grado de estas dos últimas inteligencias hace al ser humano empático, propone elementos para constituir una buena convivencia social, refuerza una sobresaliente relación colectiva, familiar y laboral y, además, autoriza reconocer sus respuestas afectivas. Faculta enfrentar en mejores condiciones las presiones, adversidades y contrariedades cotidianas. Evitemos subestimar su aporte favorable en el perfil de un profesional con la aspiración de conducir grupos humanos, liderar una organización o coordinar en equipo.
Muchas veces alternamos con individuos poseedores de elevado progreso profesional; sin embargo, tienen precarios estándares de autocontrol, empatía, habilidad social, interacción, tolerancia y pobre noción de su esfera interior. Este desbalance —habitual en sociedades que rehúyen otorgar a los asuntos emocionales sus reales implicancias en el comportamiento— tiene directa preponderancia en su desempeño en la oficina.
Podemos aseverar que, en síntesis, la confluencia de la Interpersonal e Intrapersonal constituyen la Inteligencia Emocional. Una suerte de inteligencia superior que resalta las cualidades intelectuales, académicas y técnicas de un sujeto y, por lo tanto, brinda eficientes instrumentos para su desenvolvimiento. Por el contrario, su carencia opacará sus destrezas. La infinidad de tensiones que acontecen en la sociedad actual deben inspirarnos a afianzar esta inteligencia con el objetivo de forjar una correlación armónica, civilizada y condescendiente con nuestros semejantes.
Por ejemplo, un trabajador destacado por su rendimiento, entrega y disciplina, entre otros méritos. Sin embargo, tiene dificultades para coexistir con sus compañeros, posee un trato inadecuado con los clientes, muestra imposibilidad para superar situaciones de frustración, prescinde mostrar reacciones empáticas, asume actitudes distantes y defensivas y, además, su proceder negativo menoscaba el clima empresarial. Es obvio que tendrá severas complicaciones para permanecer en el puesto o acceder a una superior colocación.
Involucramos en el discernimiento de estos temas posibilitará aprovechar fortalezas, administrar flaquezas y canalizar con asertividad nuestra reacción ante estímulos externos y contribuir a hacer más saludable nuestra calidad de vida. No evadamos el sabio significado del enunciado del filósofo griego Sócrates: “Conócete a ti mismo y así alcanzarás la verdadera sabiduría”.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/