Miguel Ángel Rodríguez Mackay
Hace 54 años, el 27 de setiembre de 1960, murió el ilustre historiador y diplomático Raúl Porras Barrenechea. Algunas cuestiones inéditas de Porras las conocí directamente de mi maestro el embajador Gonzalo Fernández Puyó, que fuera secretario de Porras cuando este fue nombrado canciller por el presidente Manuel Prado, en 1957, despachando durante casi toda su gestión desde su casa en la calle Colina, en Miraflores, hoy museo e instituto que llevan su nombre.
Porras fue, definitivamente, un hombre de carácter, pero sobre todo de principios. Recoletano en su niñez y sanmarquino en su juventud, Porras nos enseñó que por encima de coyunturas y de apetencias políticas, se anteponen los valores más elevados del hombre y la sociedad en su conjunto. Riguroso como nadie, se introdujo en las profundidades de la investigación histórica. Mientras corría su vida diplomática aprovechó la circunstancia para adquirir más información y conocimientos.
Nadie como Porras para pasar horas, días, o semanas enteras en los archivos de historia en España; conoció como nadie acerca de la historia de las fronteras y los límites de nuestro país. Porras fue ejemplar. Durante la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, en San José de Costa Rica, el 23 de agosto de 1960, verbalizó un histórico discurso de oposición al que recientemente había pronunciado el representante de los Estados Unidos condenando la revolución cubana que encabezó Fidel Castro.
Porras invocó el principio de no intervención en los asuntos internos de los estados y se encargó de recordar que su ferviente alocución estaba exenta de carga ideológica. Porras en sus valores, contradijo incluso, al propio presidente Prado, y a su retorno a Lima fue desairado en el aeropuerto pues no fue recibido, como correspondía, por el edecán del presidente. A las pocas semanas renunció y días después murió.
Correo, 29.09.2014