Miguel Ángel Rodríguez MacKay
El canciller Gutiérrez lo anunció: "Vamos a presentar una nota a los países miembros (de la OEA) nominando a Diego como candidato". No estamos viendo el asunto de fondo, que era la candidatura del Estado peruano a la Secretaría General de la OEA que, además, se hacía por primera vez en la historia de la organización panamericana. El prestigio estaba en juego y para asegurarlo era indispensable tener convicción, lo que no hubo.
Las reacciones internas contra el candidato fueron notorias y el ministro de Relaciones Exteriores –de carrera y sin fuste político-, nunca las advirtió al presidente y este que lo eligió entre dos para el cargo, donde por cualquiera era lo mismo, no contó con la asesoría que la tremenda empresa exigía. El temor de la censura al estrenado gabinete hizo retroceder al Ejecutivo y fue grave pues nunca se hace política exterior a partir del tanteo de las reacciones internas. Duro golpe a la tradición de Torre Tagle cuando el Canciller anunció que "se está evaluando" al candidato. Ese día se había decidido abandonarlo. No se lo llevó ni a la reunión extraordinaria de la OEA en Guatemala, ni a la Asamblea General de la ONU, ni en el marco de esta, a la cumbre de países caribeños —concentran el 40% de los votos de la OEA— para promoverlo como corresponde.
No existe registro de las adhesiones a las notas y gestiones que Gutiérrez dice que hizo y menos se hace solo por teléfono. En diplomacia se exige acción directa e in pectore. Qué lejos estamos de las estrategias por las que logramos la Presidencia de la Asamblea General de la ONU en 1960 con Víctor Andrés Belaunde, o la Secretaría General con Javier Pérez de Cuéllar en 1981 y 1986.
Correo, 06.10.2014