Raúl Wiener
Hasta hoy la única respuesta que Alan García ha dado a la acusación de haber estado usando grados académicos que no le corresponden para ejercer funciones de autoridad universitaria y recibir privilegios excepcionales como automóvil del año y casa en la mejor zona de las Casuarinas a cargo del presupuesto de la Universidad, es que esas son tonterías, algo sobre lo que ni siquiera merece dar una explicación.
Sus amigos de la prensa lo defienden por el procedimiento de banalizar sus actos y convertirlos en cosas sin importancia, que se le achacan para detener su impetuosa carrera para ocupar por tercera vez el sillón presidencial. Una forma de decirlo es referirse a que a todo abogado o médico se le otorga el trato de doctor y eso explica que así figure en documentos oficiales, placas recordatorias y otros registros que han sido mostrados en estos meses como prueba de su estilo de usurpación.
Pero, bueno, aceptemos que AGP es un doctor de cariño, que se acostumbró a que lo trataran así y que por eso hasta firmaba cartas con ese detalle. ¿Y cuál sería el problema para tanta tinta sobre el tema?, ¿acaso ganas de fastidiar a este pobre señor que no hace daño a nadie y que tiene todos los papeles necesarios para justificar su estilo de vida de hombre rico que refriega sobre la cara de los demás?
El punto es que tras su extraña graduación universitaria en San Marcos, su estadía en Francia y España donde no culminó ningún estudio, los cinco años de su hecatómbico primer gobierno y los casi diez de exilio dorado, no existió nunca el espacio para acumular una carrera docente que pudiera permitirle dirigir una Escuela de Postgrado como la que empezó a tener a su cargo a comienzos de los 2000.
No es que sea “doctor bamba” de puro fanfarrón o exhibicionista. Es que se ha inventado una historia académica para darse un estatus para el que no ha hecho los méritos suficientes y para otorgarse gollerías económicas que se las permite su amigo el rector, que también tiene una turbia historia universitaria. García ha hecho un salto desde la política full time a autoridad universitaria, que nadie más podría haber hecho. El ascenso en la educación superior es un proceso largo y esforzado, como lo saben profesores y alumnos; para todos, menos para el grandote que se cree con derecho a saltarse todas las normas.
El tema del falso doctorado deja de ser “tontería”, si es el título que alguien se inventa para dirigir a profesionales que buscan un grado superior (maestría o doctorado). García no podría enseñar, menos dirigir, a alumnos graduados que tienen su mismo rango académico, y mucho menos en una especialidad para la que nunca estudió. Los conocimientos de “gobernabilidad” en García son los que hemos padecido en dos gobiernos. Pero el grado académico con que los imparte, es una vulgar estafa.
12.11.14
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