Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Coincidiendo con las celebraciones de la Natividad surgen espontáneas e inusitadas manifestaciones de solidaridad en compañías, familias y gente en general. Se respiran tiempos de súbita aproximación al drama ajeno traslucido en incontables gestos de suponer bien intencionados.
Pareciera que, únicamente, en vísperas de esta efeméride cristiana estamos inmersos en variadas emociones. Para empezar, creo pertinente incidir que no es lo mismo “solidaridad” y “caridad”. En ocasiones se confunde el alcance de ambos conceptos. Una obra caritativa no precisamente define un comportamiento solidario.
El diccionario de la Real Académica Española especifica la solidaridad así: “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. Considerando esta descripción me preguntó: ¿Es la solidaridad una virtud en nuestra sociedad? A mi parecer, estamos lejos de lograr su interiorización. No obstante, acreditan lo inverso los genuinos lazos que caracterizaron a los antiguos pobladores del Imperio de los Incas: sus organizadas funciones comunitarias, los principios que sustentaron sus quehaceres y, además, un sólido vínculo cooperativo reflejado en su estructura social.
Desde mi punto de vista, este valor está conectado con la empatía. Un sujeto empático tiende a exteriorizar determinadas impresiones y, por lo tanto, rasgos solidarios. Recordemos que ésta consiste en entender los pensamientos e inquietudes ajenas y de ponerse en su lugar. No es preciso pasar iguales experiencias para interpretar mejor a quienes nos rodean.
La solidaridad humaniza al individuo y lo enlaza con su hábitat. Nos corresponde fomentarla a fin de persuadir sobre la importancia de esta cualidad que vincula, hermana y cohesiona a los hombres y mujeres. Asimismo, acrecienta la autoestima. Cuando brindamos colaboración a otros, nos sentimos útiles y fortalecemos nuestra autovaloración, experimentamos satisfacción e incrementamos nuestra sensibilidad. Facilita ampliar nuestro conocimiento acerca de la compleja composición de un país invertebrado, marcado por enormes desigualdades y abismos estructurales.
Amable lector: tengo algunas dudas que deseo compartir con usted. Es favorable la presencia de organizaciones no gubernamentales que hacen una efectiva y sostenida faena solidaria en nuestra capital. Se percibe una respuesta institucional que ofrece su magnánima cooperación con el prójimo. Vemos una mayor toma de conciencia entre los jóvenes que efectúan altruismo y comparten experiencias que coadyuvarán en su crecimiento e identificación con su medio.
Por el contrario, la solidaridad individual no está reflejada en igual dimensión. Existen personas afiliados a entidades que cumplen labores comunitarias; sin embargo, no imitan esas prácticas con sus consanguíneos y amigos. ¿No es una contradicción? ¿Porqué muchos emplean la solidaridad de la puerta para afuera? Tal vez conviven sentimientos de culpa o la necesidad de proyectar una imagen incoherente con sus emociones.
Concurre un cúmulo de argumentos para analizar y, de esta manera, entender los rasgos de nuestra sociedad. Los peruanos evadimos apropiarnos del medio porque rehusamos asociar lo que está a nuestro alrededor como propio. Obviamos incorporar a la comunidad en nuestro proyecto personal –como resultado de un endeble sentido de pertenencia- y procedemos a mirar displicentes y criticar con agudeza las aflicciones de los demás.
Vivimos envueltos en un aturdimiento masivo tan grande que somos renuentes a adherirnos a las penurias foráneas. La consigna “primero yo, segundo yo y tercero yo” es un lema de “sabor nacional”. Reflexionemos y empecemos por la educación en el nivel familiar con la finalidad de promover una acción de vida unida a nuestra realidad.
En ese sentido, reitero lo expuesto en mi artículo “La solidaridad: Un valor enaltecedor” (2013): “Algunos simbólicos actos pueden ser un primer paso: visitar a un familiar enfermo, ayudar a quien atraviesa dificultades, dar asistencia al compañero de trabajo, brindar auxilio a una anciana al cruzar la calle, consolar a un amigo lleno de padecimientos, identificarnos con causas colectivas, ofrecernos para una labor voluntaria, entre otras tantas ideas. Sugiero dejar de mirarnos solo a nosotros mismos, para comenzar a ver el mundo en el que estamos envueltos”.
De otra parte, quiero referirme a la esfera institucional. Hay empresas privadas que aplican, como parte de su filosofía corporativa, el concepto de Responsabilidad Social con el afán de orientar sus esfuerzos en beneficio de sus trabajadores, sus familias y su ámbito de influencia. Es saludable que las compañías entienden la conveniencia de forjar buenas relaciones internas y externas. Visto desde la perspectiva empresarial, posibilita una actuación enmarcada en la solidaridad.
Observo entidades, incluso de educación superior, en donde la solidaridad se traduce en loables y pomposas jornadas navideñas, entre un sinfín de actividades de ficticia confraternidad. Pero, se rehúye aplicarla en el modo de despedir a un trabajador, en momentos adversos para sus colaboradores -como el deceso de un familiar cercano- o cuando suceden accidentes, enfermedades, etc. El silencio, la indiferencia y una coartada convenida constituyen el “sello” gremial.
Es usual hacernos los “ciegos, sordos y mudos” para evadir asumir una postura ante sucesos que acontecen en nuestro centro de labores. Sin embargo, no significa incapacidad para evaluar el discordante o ausente espíritu de reciprocidad. La actitud en “perulandia” consiste en desentendernos, con sutileza y discreción, del mortal ubicado a nuestro lado.
La solidaridad debiera interpretarse como una de las más extraordinarias muestras de acercamiento entre los seres humanos. Su aplicación honesta, fiel y continua revela nuestras convicciones. Convirtamos su acepción en un apostolado inequívoco y esperanzador e invoquemos las palabras del recordado Juan Pablo II: “La solidaridad no es un sentimiento superficial, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y cada uno para que todos seamos realmente responsables de todos”.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/