Por Eduardo Gonzalez Viaña
Mal momento ha elegido la administración peruana para ratificar que la censura es su estilo de gobernar y que en ello, se identifica a plenitud con la feroz dictadura de Alberto Fujimori.
El procedimiento policial y el enjuiciamiento de los directores y creadores de la premiada obra de teatro “La cautiva” ocurren al día siguiente de que en París, los gobernantes de casi todo el mundo marchaban por la Ciudad Luz condenando la brutalidad de la censura.
Tres individuos bestializados ametrallando al personal de una revista satírica en poco difieren con un Estado que se proclama democrático y que, sin embargo, mantiene en vigencia una Ley —la de Apología del Terrorismo— que puede servir para enviar por largos años a la cárcel a artistas e intelectuales cuando así lo disponen un general aficionado al Twitter y un procurador de sádicos exabruptos.
Felizmente, han dado marcha atrás antes la repulsa internacional.
No se trata de un hecho aislado. Varias semanas atrás, el ministro de interior penetró en una galería de pintura para condenar a gritos que se exhibiera las obras de personas que están en reclusión por supuesta pertenencia a un grupo terrorista. Según los organizadores de la muestra a quienes se enfrentó el ministro, los fondos a recaudarse estaban destinados a la alimentación los hijos de los presos. Hasta donde sabemos la ley penal no prohíbe pintar a esas personas, ni condena a sus descendientes a morir de inanición.
Y algo todavía peor: desde su inauguración, el Ejecutivo ha estado empeñado en hacer aprobar una “Ley del Negacionismo” que serviría para perseguir cualquier expresión artística que supuestamente hiciera apología del terrorismo.
Lo dije entonces y es aplicable hoy: En supuesta defensa de la democracia, el precepto “antinegacionista” omitía y de esa manera justificaba el terrorismo de Estado, una forma de gobernar brutal, masiva, totalitaria y sangrienta que no es precisamente democrática. Con su estudiado silencio, la tan propagandizada Ley reivindica o hace pasar por excesos justificables y comprensibles – y acaso repetibles- el estado de sitio y la paz de cementerios que se producen cuando un gobierno da carta blanca a las fuerzas armadas ocupen el país… es decir para que suplanten un terrorismo por otro.
Y parece que hoy se trata del mismo asunto. Según leemos en “El Comercio”, el argumento de la obra censurada es el siguiente:
“Una camilla de acero y una losa de cemento componen los elementos en escena. En la camilla está tendida María Josefa Flórez Galindo, de 14 años. Murió junto a sus padres, dos militantes senderistas, al irrumpir una patrulla del ejército en su casa. Orificio en el tórax causado por disparo de corta distancia es el reporte del forense.
Un técnico forense y un auxiliar cosen el cuerpo de la occisa. Pronto, un capitán y su tropa darán cuenta de ese cuerpo como si fuera una muñeca de carne. “A los padres los tiraron a una fosa y a esta la quieren para el festejo. [...] Es su desquite y su recompensa”, le explica el técnico al consternado asistente primerizo. Para él, la escena resulta tan sórdida y absurda que incluso puede ser posible que la muchacha abra los ojos y le confiese sus temores, el miedo que sentía a sus padres y el amor que profesaba por sus abuelos, quienes iban a celebrar con ella su fiesta de 15 años. Allá afuera, la tropa espera su premio.”
¿Necrofilia y degeneración sexual? “El Comercio” nos ilustra cómo este crimen fue efectivamente cometido por miembros de nuestro ejército durante la guerra sucia según declaraciones recibidas por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
¿Denunciar un crimen es delito? ¿Una obra de teatro que trata de esa espantosa parte de nuestra historia, antes de ser presentada, debe de ser juzgada por un procurador de ademanes y cara irrepetibles?...
Hablemos claro. La libertad de expresión es un derecho fundamental o un derecho humano, señalado en el artículo 19.º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, y las constituciones de los sistemas democráticos, Y en estos casos, estamos hablando de censura.
La censura es el estilo de gobernar que prefieren ejercer los gobiernos débiles en apoyo popular, pero feroces en armas de represión. Con ella se encorseta la imaginación y se empuja al intelectual y al artista hacia una constante autocensura y hacia un debilitamiento de la creación así como a una desfiguración de la historia. Se trata de un terrorismo contra el espíritu. Se trata de una especie de golpe de estado en el cual la libertad y la inteligencia pierden sus puestos los cuales deben ser asumidos por la estupidez, el criollismo y la banalidad.