Herbert Mujica Rojas
Tuve la suerte de estar en Pachía, Tacna, el 28 de julio reciente. Entonces pude comprobar cómo las raíces tempranas de la peruanidad alcanzan cuotas emocionantes y que evocan las proezas de la defensa tacneña luego del desastre del 26 de mayo de 1880 en el Alto de la Alianza.
Tras la derrota de la Batalla de Tacna, Pachía se constituyó en el bastión desde donde operaban las guerrillas peruanas contra los invasores y cómo en la adversidad de escasas vituallas y menos municiones Gregorio Albarracín Lanchipa y el cubano Luis Pacheco Céspedes atacaban sin cuartel la potente ofensiva chilena.
Atentos a la historia
¡Casi ni se recuerda que el 11 de noviembre de 1883, el segundo combate de Pachía, los destacamentos nacionales derrotaron a los del sur! Pero Pacheco no podía revertir el número inmenso de invasores y no tuvo otra opción que retirarse a Tarata, Ticaco y Candarave en las alturas de la heroica Tacna y otro grupo a Moquegua. Las acciones bélicas se produjeron después de la proditora firma del Tratado de Ancón, 20-10-83
Y en las caras orgullosas de niños y niñas, casi todos con rostros quemados por el sol y de padres migrantes desde el altiplano puneño, contrasté casi de inmediato cómo allí se vive, goza y homenajea a la Patria cada 28 de julio. Al margen de raza, credo o proveniencia.
El rol de los docentes
Los maestros, esos olvidados secularmente por todos los gobiernos, se encargan de instruir a los párvulos en cómo marchar al compás de la banda, también escolar, y a entonar la letra de nuestro Himno. Oírlos cantar estremece y ratifica que si las almas muertas están en Lima disputándose migajas, en el extremo sur, en Pachía, está la raíz de los parapetos que la historia reclama a un pueblo a menos de 60 kilómetros del vecino austral que llega por miles diariamente a Tacna.
El alcalde de Pachía y todos sus concejales también desfilaron y lo hicieron convictos y sonrientes como si los panoramas de Clío estuviesen observando desde el pretérito heroico para construir un presente optimista y un futuro inabdicable y por una zona cuyo sacrificio y estoica resistencia será página imborrable para el Perú.
¡Qué lejos está Tacna de la capital!
Y en Pachía y sus cerros múltiples perviven las sombras tutelares de Albarracín, Pacheco, el soldado desconocido y la rabona heroica que lo dieron todo por un país que en tiempo de guerra y emergencia, 1880, le ignoró por abominable determinación de Nicolás de Piérola que prefirió la efímera gloria politiquera que nutrir de balas y armas a los tacneños.
Y los que se llaman historiadores callan y cuentan otras “verdades”, ocultando las traiciones y mentiras de que está lleno el relato de “glorias” y de “héroes” que no pelearon o que a la hora suprema, huyeron del país con salvoconducto firmado por el jefe de la invasión Patricio Lynch, suceso que sí recuerdan Jorge Basadre y algunos otros, pero que no arriesgan juicio crítico sobre tan insólito suceso.
Estar en Tacna permite respirar historia, otear el alma regeneradora y columbrar el optimismo tenaz para más y más combates. Vale la pena preguntarse: ¿cómo contagiamos al resto del país del espíritu de Pachía en singular y Tacna en general?
¡Que viva la niñez de Pachía y su demostración altiva de amor por el Perú!
05.08.2016