La maldición de los 50
por Herbert Mujica Rojas
Cruzar el medio siglo, y hacerlo sin trabajo, es en el Perú también pretexto de discriminación, olvido, desprecio, compasión y poco importa el color de la piel o el origen cuando se posee este inevitable pasaporte que nos regala Nuestra Señora la Vida. No sólo hay elusión con los cincuentones sino que para las empresas globalizadas y tan modernas, siempre será más barato —léase rentable— contratar a un par de mozalbetes que juntos no llegarán a lo que valdría sufragar la capacidad experta de un profesional con esos años a cuestas. ¿Quién se preocupa de los derechos humanos de estos hombres y mujeres con diplomas, maestrías, viajes, posgrados, que están muertos en vida sin poder transmitir su sabiduría a las nuevas generaciones? Esta lacerante verdad toma en nuestro país caracteres de aberración inverosímil y cotidiana, muy cotidiana.
La maldición de los 50 tiene una particularidad: ¡todos van a pasar por ella a menos que la parca los reclame antes! Por tanto, bien vale la pena reparar en cuanto vamos diciendo sobre un asunto común y corriente. ¿Se acaba la vida a los 50? ¿a qué edad culmina la capacidad de entrega y realización del ser humano? A mí me seduce y hasta ahora no hay quién me convenza de lo contrario (y he escuchado respetables opiniones de personas a las que respeto): sólo el día en que uno se muere, finaliza el periplo. Ni antes, ni después. ¿Con qué derecho un país de crisis institucional permanente puede darse el lujo de matar en vida a miles de científicos, maestros, profesionales de todo orden, por el hecho dudosamente criminal de haber pasado los 50?
En otras culturas quienes tienen más edad, más o menos concitan la atención porque se los reputa o reconoce por el camino caminado y también se estima que pueden aportar a la construcción de un país con conciencia patriótica y ciencia adquirida en el estudio académico y de campo. ¡A los 50, 60, 70 u 80!
Para los que apenas cruzan el umbral fresco de la veintena, los cincuentas están muy lejos o son apenas figurables. Eso es obvio, pero en un tris tras, porque los años pasan imparables, los cabellos blanquean y la tranquilidad conquista —le llaman reposo o reflexión— a buena porción de estos de la segunda edad y de repente cada quien puede contar su historia mirando hacia atrás. La vida no da tregua y sus fuegos queman al amanecer de los encantadores 20s cuanto que al atardecer temprano del adiós que empieza su génesis tímida en los 50s. Pero la vida es una sola ¡y hay que vivirla!
¿Cuántos miles de hombres o mujeres que aún quieren contribuir con su patria, con lo que aprendieron, estudiaron y trabajaron, desean seguir haciéndolo? ¿por causa de qué no involucrar a estas columnas preparadas para la cruzada constructiva y forjadora en el esfuerzo de renacimiento espiritual y moral que el Perú necesita con tanta urgencia so pena de morir como país y conjunto social? ¿qué ocurre para que nadie se dé el trabajo de preguntarse por los derechos humanos de estas personas? ¿basta que se les cobre la mitad por ir al cine, viajar en avión o en algunos otros servicios como “privilegio”? ¿quién le enseña a la juventud a respetar a los mayores? ¡Antigüedad es clase!
¿No es acaso este drama una realidad lacerante a lo largo y ancho del Perú? Con ellos y en homenaje a estas legiones de compatriotas, de los que soy parte —por razón de edad, aunque mi locura es congénita e intransferible y eso sí no cambia— este humilde reconocimiento a su entrega consuetudinaria. Y en el fuego de la promesa de persistir en el esfuerzo informativo, la agitación de banderas, lemas y cánticos de gracias a la vida, ayer, hoy y siempre.
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
Lea www.voltairenet.org/es
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica