A la pandemia que soporta nuestro país desde poco más de un año, se ha sumado ahora una nueva epidemia nacional. Es un contagio mental muy activo que se disemina y/o reacciona más agresivamente cada día, apoyado en información variada en colores y tonos propios de estas tierras, en medio de un proceso electoral atípico.
Nos llueven sin cesar en medio de una polarización creciente, desde inofensivos y graciosos memes —que de alguna manera arañan a los candidatos—, hasta acusaciones violentas cargadas de la peor pasión verbal pocas veces vistas en los procesos electorales de este siglo. La segunda vuelta electoral peruana se produce también en circunstancias en las que más de la mitad de los partidos políticos, 16 en total, perderán su inscripción en el Registro de Organizaciones Políticas (ROP). Así, desaparecen del escenario oficial al no haber superado la valla de 5% de los votos válidos y cinco congresistas electos en las elecciones parlamentarias, o por no haber participado en el proceso electoral del 11 de abril.
La campaña política se desarrolla en medio de acusaciones nada orgánicas entre tres grupos activos que es posible identificar en los medios y redes sociales: a favor de alguno de los candidatos y en contra de ambos. Incluso el enfrentamiento personal de las figuras aspirantes a la presidencia aumenta: “Le vuelvo a decir, señor Castillo, si usted no tiene los pantalones bien puestos para debatir, permita entonces que el señor Cerrón salga a exponer las ideas de su equipo”, agrede Fujimori a su competidor. Por su lado, el profesor Castillo, califica a su rival de “mafiosa, asesina y vaga” con elipsis retóricas que todos entienden.
Como es bastante evidente ya, las elecciones constreñirán a muchos compatriotas a zanjar no precisamente entre dos candidatos, sino más bien entre un fortalecido antifujimorismo de padre e hija y un antiizquierdismo alimentado por un anticomunismo de manual, propio de las peores expresiones de un macartismo aggiornado de maoísmo terrorista. En ese escenario un número importante de peruanos antiizquierdistas –que también son antifujimoristas– se negarán a votar por alguno de los dos.
Acusaciones violentas cargadas de la peor agresividad que afloran vestidas de datos, cifras, hechos históricos recientes y también del siglo pasado, son reflejo de la crispación política y social y de profundos sentimientos encontrados ¿cómo insertarlos en una celebración compartida del bicentenario de la independencia política del Perú?
El caso de los medios de comunicación en general, y de la televisión y la prensa en particular, ofrecen una clara muestra de esta violencia. Poniendo megáfonos a las crispaciones verbales más mordaces e hirientes para descalificar al contrario, incluyen en su crítica a los cobardes, indecisos y covidiotas. Si bien son los periodistas quienes destacan las frases más duras, las descalificaciones más sonoras y las expresiones más dañinas al oponente —citado a veces como enemigo y no como adversario—, son los internautas en las redes sociales quienes más abiertamente muestran cómo funciona el cerebro de las y los peruanos al momento de procesar las creencias, ideas y valores propios y ajenos.
Al final de este proceso electoral, el 6 de junio, habrá formalmente quien venza. Lo que no sabemos es cómo haremos para acabar con la violencia. Al día siguiente no habrá desaparecido y sabemos bien, por lo sufrido durante las dos últimas décadas del siglo pasado, que es una manera altamente eficaz para controlar el comportamiento de las otras personas.
Es relativamente fácil imponerse ante el otro y conseguir que haga lo que es la voluntad de uno convertido en gobierno. A corto plazo trae consecuencias positivas para el agresor y negativas para el agredido, pero a largo plazo conlleva un saldo negativo para el conjunto de nuestra maltratada, empobrecida y enferma sociedad. Empecemos entonces también a preocuparnos por diseñar cómo hacer soportable y consensuado el país que despierte el día después.
desco Opina / 7 de mayo de 2021