Herbert Mujica Rojas
Hace 201 años que el fantasma recorre al Perú, es el fantasma de los Semecos.
Son una fuerza plural, están en todos los partidos políticos que en realidad son clubes electorales listos para asaltar el aparato del Estado. Integran el Congreso, los ministerios, alcaldías, gobernaciones, en suma, están en todas partes.
Su presencia integra el ADN social peruano que tiene falla de origen y hasta hoy persiste sin cura ni solución.
Los sectarios sólo ven un lado de la moneda, el suyo y ¡sanseacabó!
Los mediocres atizan el fuego de la imbecilidad que hacen pasar como ciencia o asesoría bien pagada con el dinero de los contribuyentes.
Los corruptos envilecen cualquier lugar o espacio o ámbito en que posen su adocenada imagen pérfida.
¿Podría alguien negar que esas constantes no estudiadas ni descritas aunque están desde siempre, signan al Perú desde que se constituyó –al menos en el papel- como República?
La putrefacción nacional debe a la esforzada y tenaz contribución de los Semecos cuotas inmensas.
Don José de San Martín proclamó la Independencia y medio país estaba ocupado por los españoles.
¿No fueron miles de Semecos los que se inscribieron con papeles falsos afirmando que habían combatido por la “libertad” del Perú y obtuvieron pensiones que a posteriori fueron el inicio de sus millones, barniz aristocrático, posesión de bienes inmuebles y “derecho dinástico” a “gobernar” al país?
La llamada historia del Perú ha convertido a Semecos en “héroes”, “prohombres”, muchos de los cuales pelearon contra las fuerzas peruanas durante la guerra contra la Confederación Perú-Bolivia 1836-39; y aquellos que, una vez invadida Lima, en 1881, fueron donde Lynch a dejar las armas y a firmar “promesas” que no molestarían al invasor.
País el nuestro en que la mentira es una institución que merece libros y autores sectarios, mediocres y corruptos pero nunca se cuenta la verdad porque aquella traería por los suelos famas, propiedades, títulos y honores. Los Semecos consiguieron hacer del Perú un país de juguete.
¿Cuántas auditorías prolijas, pormenorizadas escrupulosamente hay de la gestión de muchos presidentes que mal negociaron contratos con proveedores foráneos, llegaron pobres y abandonaron ricos Palacio?
Acaso uno de ellos, con el agua de delitos hasta el cuello ¿no optó por el suicidio cobarde?
El historiador canónico del Perú, Jorge Basadre, ensayó una definición más o menos categórica:
“los podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca; los congelados lo ven como un páramo; y los incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata.”
Pero no detalló, como debió haberlo hecho, las culpas traidoras de no pocos que obsequiaron Lima al invasor chileno; y antes sucumbieron a las trampas de los negociados del guano, ferrocarriles y otros bienes valiosos.
En horas de angustioso desconcierto Perú demanda un plan político con fuerzas unidas y en un pacto de algunos puntos fundamentales: democracia, mayor tributo a quienes más ganan, imperio de la ley que castiga a todos por igual, trabajo, salud y educación garantizada. Pero preguntemos con firmeza: ¿cree que los Semecos piensan en algo de esto?
Los Semecos impulsan un día sí, y el otro también, la vacancia del presidente Castillo. El entorno de asesores o los hombres del mandatario hacen todo lo posible para fallar y equivocarse, el sainete no puede ser más triste. Es que los Semecos también se pasean en las alturas.
Reconocer la existencia de los Sectarios, Mediocres y Corruptos puede ser una pieza fundamental de la reinvención del Perú. Al menos podríamos reconocer por calles y plazas a estos bichos y confinarlos para que no sigan contaminando.