Herbert Mujica Rojas

Hay personajes a quienes ninguna sanción, de cualquier tipo, pareciera alcanzarles. De algún modo han tenido patente de corso para incursionar en venganzas personales, degollinas masivas y ¡encima! han vivido largos y muy bien remunerados años fuera del país. Todo un privilegio.

 

Ricardo Luna



Pocos meses atrás, el embajador Fortunato Quesada afirmó que el diplomático Ricardo Luna, cuando ocupaba el alto cargo de canciller del gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, le había “ordenado” comportarse como un topo, es decir, una correa de transmisión de los acontecimientos de su oficina. Quesada estaba encargado de Protocolo en Palacio de Gobierno.

En lenguaje llano, le indicó que debía ser un correveidile listo para informar sobre los puntos más sensibles de la agenda presidencial.

¿Era esto normal o ético o se estipula en alguna parte de reglamento, resolución o directiva oficial de Cancillería la práctica del soplonaje en el entorno del presidente de la República?

Hasta donde sabemos, salvo disposición secreta, eso NO existe y es una simple inmoralidad con características de delito, considerando la importancia del funcionario espiado.

Quesada evaluó que su lealtad al cargo, Protocolo en Palacio, y sobre todo, para con el presidente, le impedían caminar por tan indecorosa avenida y simplemente informó a Kuczynski y recibió instrucciones de cumplir su trabajo.

El embajador Ricardo Luna tuvo dos alfiles que secundaron su atrabiliaria directiva: Néstor Popolizio y Hugo de Zela.

¿Se ha analizado, juzgado y sancionado este despropósito en la Cancillería? El señor Luna vive feliz sin que nadie en su ministerio le recuerde esta situación tan cuestionable y que fue el origen de una maniobra artera el 2018 y que defenestró, con instrucciones y guión precisos, al jefe de Misión en Israel.

¿Qué debe hacer un canciller? Poner su colaboración orientadora en política internacional de tal manera que Perú impulse acciones conforme a sus intereses geopolíticos latinoamericanos y mundiales.

Entonces ¿para qué quería el titular de Relaciones Exteriores, Ricardo Luna, saber el pormenor del quehacer del presidente PPK? No era su misión comisionar a alguien para que fungiera de topo en Palacio.

¿Qué garantía existe que el mal saber no sea usado con fines protervos y extorsionadores? ¡Ninguna!

Entonces una conclusión demoledora respecto de este enojoso capítulo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, es que el acto fue vil, inmoral, impropio.

¿Paga el pueblo con sus tributos a funcionarios muy bien rentados para que se porten como lo haría cualquier desequilibrado de la calle?

¿Por qué, ni siquiera una comisión simple indagó o investigó este asunto?

Los trabajadores de Cancillería, empleados simples y funcionarios, personal diplomático dentro y fuera del Perú, son tan solo empleados públicos. Si cruzan la línea de lo legal y moral, entonces pueden ser enjuiciados y hasta, si el caso es muy grave, terminar en la cárcel. Pretender que Relaciones Exteriores es una isla, constituye una aberración.

Cuando la noche de los cuchillos largos que representó la expulsión de 117 diplomáticos en diciembre de 1992, fue en Washington DC. y en la casa de un embajador, el planeamiento de la masacre.

Nadie movió durante extensos nueve años al embajador Ricardo Luna de Washington DC, representante ante EEUU.

El 2016 Luna protagonizó una participación polémica en los ascensos de Cancillería que requirió la adición de 2 plazas a embajadores.

Ya hemos contado el encargo de muy mal gusto que pretendió que el embajador Quesada cumpliera según su instrucción.

Luna se negó a movilizar a los países del continente para la aplicación de la Carta Democrática de la OEA durante la crisis gubernamental del 2017.

Ya con Vizcarra aceptó ser su funcionario en Unesco y superó la circunstancia que había sido canciller del renunciante PPK. La lealtad, en algunos personajes, no es una línea distintiva.

¿No es un intocable en Cancillería el embajador Ricardo Luna?

 

30.09.2022
Señal de Alerta-Diario Uno