Herbert Mujica Rojas
Espantajos salidos de la sentina de la historia, episódicos, siniestros, mediocres, sin ninguna condición humana o de amor y menos solidaridad, están desde hace pocos días, empeñados en el aberrante adefesio que los peruanos creamos el embuste que las 28 muertes a balazos de compatricios, fueron un ejercicio de “defensa de la democracia”.
¿Qué democracia se defiende cuando las balas que dispararon las fuerzas del orden fueron necesariamente mortales? Es decir, no hubo disuasión. La ocurrencia ha mostrado lo espeluznante que es cuando se animalizan las órdenes y se convierten los sucesos en cacería mortal.
El gobierno de la señora Dina Boluarte podrá cambiar de titulares en los portafolios que crea conveniente, la huella de los 28 muertos, será una indeleble por siempre.
Cuando iban más de 24-26 cadáveres, el “mensaje” que recibí de un intelectual me lo retrató en la miseria humana de su continente ruin: “celebro el exterminio y brindo porque se repitan más de estas limpiezas con esos terroristas”. ¿Cómo sabía que eran “terroristas” y por qué se congratulaba por el exterminio de esos compatriotas?. No lo sé.
La historia es madre y maestra.
En los años 30, 40 y 50, si un gato era atropellado y moría o quedaba muy mal, las versiones oficiales daban cuenta que era culpa de los apristas. Si había una huelga, paro, marcha o protesta, era responsabilidad de los apristas. Si se levantaba una población con armas y en franca rebeldía, era porque los apristas lo habían hecho. Decenas, cientos y miles de afiliados de esa colectividad política, partieron hacia tres rumbos: encierro, destierro o entierro.
El discurso tanático y vigente en el gobierno autoritario de la presidente Boluarte presume que ellos encarnan la democracia y que entonces la muerte violenta de 28 peruanos, es condición indispensable para escarmentar a la gente, infundirle miedo y “normalizar” al país. Parecieran no darse cuenta del oprobio que encierra su mensaje teñido de sangre.
Sostengo, lo afirmo y reafirmo: los violentistas persiguen destrucción y muerte, cuanto más provocación y resultados con pérdida de vidas humanas, serán “éxitos” para sus agendas disociadoras y criminales. Hay que identificarlos, pescarlos in fraganti, aplicarles todo el peso de la ley y apartarlos de dónde puedan carcomer cualquier edificio social.
Otra cosa diferente es disparar, matar y presentar luego eso como “necesario” para “preservar la democracia” porque “eran terroristas, comunistas, vándalos”. Ni siquiera se ha hecho la investigación, que acometerán tribunales militares y ya están los alfiles siniestros de canal en canal, diario tras diario y radioemisora tras radioemisora, mintiendo y embutiendo a la población acerca de “esos malos elementos”.
No puedo dejar de constatar que hay estúpidos de muy altos quilates en los pagos oficialistas. Lo que no alcanzo a comprender es si ellos creen que más allá de nuestras fronteras ¿también hay retrasados mentales que van a digerir semejante barbaridad? ¿Pretenden que ellos comulguen con aspas de molino? (Que lean el Quijote de Cervantes –no es parlamentario ni periodista, por si las moscas-).
Menester urgente es que se logre una dirección política realista, sólida y nucleadora de los protestantes en todo el país. Los mecanismos para el cierre del Congreso no están a la mano porque así lo prevé la Carta Magna fujimorista de 1993. Por tanto, demandar esa anhelada clausura, es un sentimiento formidable, justo, indignado pero poco realista.
Propender a exigir la realización de elecciones no para el lejano abril del 2024 sino antes, mucho antes, sí es algo más prudente.
Pero, además hay que teñir a la protesta de literatura razonada e informar al mundo en previsión que algún loquito fascista imponga su criterio de fierro a fondo y ¡balas a granel contra los que muestren su rechazo al oficialismo! Quien afirme que esto no es serio, hay que recordarle que ¡ya lo hicieron y por eso hay 28 muertes!
A los palafreneros macabros que hacen su agosto en los miedos de comunicación hay que avisarles que dudosamente sus nombres serán recordación digna. Por el contrario, son los heraldos negros que nos manda la muerte, que nos cantaba el inmortal César Vallejo.
Fácil –y muy cobarde- decir cualquier cosa de los que ya no pueden expresar nada en su defensa. Muy valientes, los que amparados en la noche efímera del autoritarismo y abuso, se guarecen para evitar el repudio público.
El pueblo es más sabio, que todos los sabios.
23.12.2023
Señal de Alerta