Herbert Mujica Rojas

Con traviesa solemnidad, debo decir al amable lector que no me refiero a esos roedores de cuello (algunas veces blanco) y corbata que inundan toda clase de gobiernos.

 

rata bn



Asunto absolutamente común y corriente, podríale haber pasado a cualquiera.

La aterradora compilación de las últimas 36 horas se refiere a un hecho auténtico del cual es protagonista una rata fea, veloz y que violó todo protocolo y se instaló en varios rincones del hogar, dejando las marcas de su hedionda presencia.

Por donde vivo hay varios edificios en construcción. Los trabajos remueven todo: desde la base, cañerías, tubos y las alimañas hospedadas se mudan a otros lugares. La mano humana y la maquinaria producen esta clase de éxodos.

De tal suerte que alacranes, pericotes, ratas (las de verdad), arañas, cucarachas, se instalan sin licencia de nadie, literalmente en cualquier sitio.

En honor a la verdad, las ratas bípedas, elegantes en la fabla administrativa y el coloquio político, estudian en las escuelas de corrupción que son gobiernos, municipios, etc. Cientos hablan varios idiomas y exhiben con regocijo las decenas de títulos, asistencia a cursitos cuyo testimonio documental son diplomas muy bonitos y uno que otro, sí que aspira al buen vivir vía el trabajo honesto y esforzado.

¡Precisamente, las ratas bípedas cuando “les malogran la plaza y el negocio”, se encargan con rapidez ultrasónica, de limpiar los escenarios y de “cuadrar” a los insurrectos. ¡O se alinean o se van o los hostilizan a rabiar!

Pero volvamos a nuestra historia.

El jueves por la noche, mientras procurábamos ver una serie televisiva, de pronto una sombrita pasó a velocidad excepcional generándonos la duda si era un ave, gato o pericote. De cualquier manera, la conclusión era terminante: ¡había un extraño en casa!

Las aves no vuelan dentro de los departamentos y el gato tiene tamaño y formas distinguibles muy claras. La conclusión fue: hay un pericote aquí.

El argot criollo designa a los rateros, amigos de lo ajeno, picabolsos y rufianes, como pericotes. Pero esos son —hombres o mujeres— habitantes de la calle donde acopian sus recursos deshonestos. Ergo, no era, el invasor, esta clase de pericote.

Caminaba por un vestíbulo y de pronto noté una sombra rapidísima corriendo a toda velocidad y desapareció de la vista.

Me dije: “por muy ratoncito, pericote o rata que sea, no me va a derrotar, vamos a liquidarlo”.

Confieso que mi experiencia como caza-roedor es absolutamente ninguna.

Acto seguido, llamé a Héctor (nombre ficticio del eficiente portero) quien subió escoba en mano para el cumplimiento del noble encargo de mata-ratas. Eramos dos premunidos de “armas”. Nos pasamos 35-40 minutos buscando al roedor que de seguro intuyó nuestras aplastantes intenciones y se cuidó bastante de aparecer.

Buscamos en los rincones, detrás de las puertas, debajo de las camas, en el amplio jardín donde hay macetas grandes. Y nuestra ineptitud fue manifiesta: no dimos con el roedor. Hasta imaginaba las risas del animalito ante dos inútiles.

Al momento de redactar estas líneas me viene a la memoria el cuento de El flautista de Hamelin que los hermanos Grimm documentaron de una versión que tiene registro histórico. El pueblo de Hamelin sufrió una invasión de ratas que aterraron al pueblo y arrasaron con todas las cosechas.

El flautista de Hamelin, ofreció a cambio de una recompensa dineraria, eliminar la plaga roedora. Y así lo hizo llevando, tras su música desde la flauta, a las ratas al río donde se ahogaron. Los de Hamelin no cumplieron con su oferta. Y la venganza del flautista consistió en llevarse a los niños, también con su música y la flauta.

Cuando los del pueblo se arrepintieron de su mala fe, recompensaron al flautista y los niños fueron devueltos.

¿Qué tal si inventamos muchas flautas y llevamos a los ríos, quebradas o precipicios a todas las ratas bípedas que infestan la administración pública? ¡Y sin retorno posible! ¿No suena tentador el reto?

Para no aburrirlos, cuento, el viernes descubrimos que la rata (versión genuina), había dejado recordatorios en dos dormitorios pero cayó rendida de sueño y se escondió muy cerca a una maceta voluminosa. ¡Fue su perdición! Roberto (nombre ficticio) del otro excelente portero, la avistó y sin compasión alguna le asestó una tabla que prácticamente pulverizó a la rata.

¡Una rata (genuina) menos!

 

04.03.2023
Señal de Alerta-Diario Uno