Herbert Mujica Rojas
Para variar, la nación se ha visto conmovida por la acción delictiva, manipuladora, aviesa, fraudulenta de los abogángsteres, esa raza maldita que denigra la virtud genuina de aquella profesión pero que la eleva —si a eso puede llamarse altura— a los planos del crimen organizado.
E ilustres miembros de esa mafia se pasean por canales, aulas universitarias, foros en que pronuncian conferencias y dan “ejemplo” de su trabajo bien remunerado y mejor auspiciado por los grupos de interés.
Y eso se traduce en concesiones, audios, vídeos, asesorías, coberturas, complicidades y, en suma, maromas todas para inclumplir la ley, ganar mucho dinero e imponer a fantoches como “referentes” porque tienen prensa adicta —y comprada—, compinches en múltiples giros y una desverguenza que ya no asombra.
Probablemente sean miles de millones de soles los que no recaudará el Estado peruano porque los abogángsteres lograron la prescripción de tales deudas y muy felices ellos contra la Patria.
¿Cómo puede una sociedad aguantar la acción negativa e insolente de semejante cáfila de rateros? Mientras que siga silenciosa e impávida, nada podrá hacerse no obstante la urgente necesidad de acabar con los abogánsgteres.
¿No hay, por ejemplo, la jugada de caraduras que trabajaron para el Estado y que luego se fueron jugosamente contratados a las empresas que antes “cuestionaban”?
La famosa y lamentable puerta giratoria funciona ¡a las mil maravillas en Perú!
¿No es el caso de un miserable petiso que fungió de Defensor del Pueblo y que luego terminó al lado de Telefónica y regalándole varios millones de soles al dueño de un canal en Jesús María?
¿No es bueno recordar el caso de dos procuradores de Fujimori que luego se voltearon y aparecieron como moralistas, con prensa y bombos, persiguiendo a Kenya?
¿Se ha preguntado por causa de qué no se les cuestiona y siguen saliendo en portadas, respondiendo a micrófonos y dando entrevistas?, ¿lecciones de qué podrían dar estos individuos?
La prensa en nuestro país, informa muy parcialmente. Más bien endiosa a mediocres que sí pagan la publicidad de muchas maneras. No hay que ser parlamentario para practicar el tráfico de influencias.
Lo dramático y desvergonzado es que todos saben de qué barro salieron esos ídolos falsos que sin dinero no serían sino anónimos ilustres.
Lo antedicho tan solo a guisa de referencia. Lo objetivo es cómo, cuando se trata no de la ley sino de cómo birlarla y sacarle la vuelta para imponer el rédito y el delito, así sea asesinando en vida, silenciando a secas, a los que se crucen en el camino, allí están los abogángsteres.
Los abogángsteres se encargan del trabajo sucio, de la presión en los juzgados, de la compra de secretarios obtusos o de la sorpresa de decentes inexpertos. De las liberaciones insólitas por “exceso de carcelería”. ¿No está por abandonar la cárcel un ilustre traficantes de propiedades?
¿Cómo permite el grueso de abogados sin mácula que una minoría de pillos gobierne desde la comisión de actos delincuenciales, el ejercicio de la profesión? Los cacos actúan porque el resto mira, calla y silencia cualquier protesta o acción orgánica. ¿De qué se quejan entonces si son parte por omisión, de la fiesta corrupta?
O ¿no sabemos toda la historia de la corrupción?
Es hora de acabar con los abogángsteres y sus bufetes coactivos e integrados por hampones que acosan a sus “clientes” y a los amigos, parientes, etc.
Y es el momento de aplicarles el castigo moral mucho más efectivo que las leyes hechas en Perú para incumplirlas y horadarlas todo el tiempo. El día que se expulse a los abogángsteres de sitios públicos, se les escupa y arroje al ostracismo de sus tristes vidas por farsantes y estafadores, entonces, Perú habrá adquirido el pasaporte a los fastos morales que tanto reclama su humilde como oprimido pueblo.
La sociedad civil, raras veces tiene acceso a la cosa pública sino como motivo o pretexto de discurso plazoletero o convidado de piedra.
El cinismo político ha hecho creer por centurias al pueblo peruano que su “suerte” fatal ya está escrita y que “no vale la pena”, luchar contra semejante infundio. Entrenar a un pueblo en la ignorancia es el mejor negocio de los abogángsteres y sus patrocinados.
En cambio, ganan en calidad de vida y dignidad cuando se alzan sobre sus problemas y acometen la revolución moral que dé ejemplo sembrando el paradigma de limpieza que anhela la nación. Por tanto el grito: ¡no a los abogángsteres, es de plena justicia y razón!
01.04.2023
Se;al de Alerta