Herbert Mujica Rojas
Nuestros políticos o quienes se llaman a sí mismos como tales, carecen de visión constructora de civilidad.
No conocen el Perú y su miopía es atroz. No ven más allá de su nariz.
Están huérfanos de un horizonte por más años que los de su mandato y su falta de cultura para el diálogo, la polémica y el contraste de ideas, genera que la sociedad civil los rechace sin mayor distingo.
El grito de ¡Que se vayan todos! merodea calles y plazas, cruceros y avenidas del Perú.
Algunos bobos, atrincherados en forma precaria en el Congreso, pretenden un descalabro a la carta: siguen en funciones los legiferantes en coexistencia “pacífica” con el gobierno de doña Dina Boluarte.
De un universo de 130 representantes, no menos de 120 son parte de esa mazamorra indigesta que la gente repudia.
El pacto tácito y factual cuanto que descarado, se repite a cada momento.
Días atrás la presidente Dina Boluarte pronunció acongojadas palabras por la muerte trágica de una mujer policía en Puno. Pero hasta ahora no hay investigación, castigo a los responsables por las muertes de más de 70 peruanos a balazos.
Las marchas y sus protestas de hace pocas semanas amainaron su eficacia. El gobierno maneja el aparato del Estado y cuenta con recursos ingentes.
¿Por qué no hay escuelas de gobierno en los mal llamados partidos? La taifa electoral y la angurria pasajera domina el minúsculo cerebrito de quienes creen estar predestinados a manejar el destino de 32 millones de peruanos.
El resultado no puede ser más clamorosamente horrible: la gente abomina de la política y no quiere comprometerse con nada.
Pero así, se deja el país a los pícaros, atorrantes, analfabetos funcionales y rateros que sin distingo mayor, sólo manejan las uñas largas para negociados y componendas. Claro que con el dinero público.
¿Cómo se fiscalizan los abusos mil que se cometen en los poderes públicos? Por ejemplo, el Judicial, con libramiento de medidas cautelares absolutamente abusivas que involucran a personas ajenas al problema puntual.
¿Y cómo se corrige con reparaciones integrales, toda la maraña de atropellos que se cometen por jueces o salas que reciben la influencia poderosa de estudios de abogados tramposos?
Más que usuario judicial, el peruano de a pie, cuando cruza el umbral de cualquier sala, está condenado a las angustias más atrabiliarias posibles. En lo penal, con amenaza de cárcel. En lo civil, con enajenaciones o embargos.
¿Quiénes aceitan estos mecanismos en que el poder, no la justicia o parsimonia, inclinan los fallos hacia los más angurrientos?
El inaceptable caso de las empresas de comunicaciones merece algunas líneas. Cortan el servicio y para su reparación, pueden pasar meses. Lo que no demora y llega puntualmente es la factura mensual. Si se olvida honrar ¡le quitan el servicio!
La tecnología tiene un lado perverso. Uno habla con robots que responden para lo que están programados. Si alguien tiene cuestionamiento alguno distinto ¡ni imagine! que le van a entender, simplemente ¡se apaga la comunicación!
Una de esas empresas no suministraba, a pesar de múltiples reclamos, la línea pagada.
El cliente, harto de esperar, se cambió de firma e hizo uso de la portabilidad telefónica.
¿Adivinen qué ocurrió? Empezaron por decenas las llamadas del antiguo proveedor con ofertas al 50%, descuentos especiales para la compra de celulares, la creación de tratamiento especial y demás bobadas.
Más de una vez me acordé del refrán: después de burro muerto ¡pasto!
Dos escenarios más o menos muy comunes para graficar la desesperanza que llena el menú cotidiano de los usuarios.
¿Y hay alguna alternativa política?
Perú no atisbará una solución parcial eficiente, precisamente por no abarcar el universo completo: venta y pos venta, atención al cliente, honra del pago que hace el usuario.
Tiene que existir la suerte que mentes lúcidas se pongan de acuerdo en un plan mínimo de metas comunes para el país, por 10 años y ¡fuera los golpistas de todo signo!
Los jóvenes necesitan ideas y estímulos, para ponerlas en práctica con la garantía de un porvenir fuente de recursos y también de compromiso con el Perú. ¿Por qué se van muchos nuevos profesionales a buscarlo en otros países?
El éxodo no es peruano, en toda Latinoamérica hay hambre de puestos de trabajo y los países que sí piensan, no dudan en aprovechar todo ese talento y les extienden visas de trabajo, acceso a bancos y préstamos para casas y autos y el resultado es obvio: la “exportación” de jóvenes hábiles produce riquezas en sus destinos y no en sus tierras originales.
La aguda ceguera política mata tanto como cualquier epidemia. Hace 203 años que tenemos esta bronca.
24.05.2023
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