Herbert Mujica Rojas
El “lenguaje” político peruano es de palurda imitación foránea y los esquemas manejados son de servil y ramplona calidad ínfima.
Años atrás se hablaba de un “zar” antidrogas a la usanza norteamericana. Sólo que aquí hay pocas evidencias de efectividad porque el narcotráfico creció indeteniblemente.
También se dice y repite “step aside” en lugar del castellano dar un paso al costado. No hay que exagerar para reconocer la pobreza de inventiva de nuestros hombres y mujeres públicos.
En múltiples oportunidades se ha hablado de elecciones primarias, siempre al estilo norteamericano, para la procura de consultas iniciales en el interior de los partidos.
Normalmente, estos buenos deseos, se acaban cuando la cachiporra entra en acción o la manada acalla cualquier protesta en nombre del “consenso”, especie que junta a perro, pericote y gato en una sola mesa para tragar a regañadientes lo que no gusta pero ¡qué más queda!
Se impulsó una ley de partidos políticos y el Estado provee de fondos a canteras de cacos que hacen sus negocios financiando candidaturas de impresentables u otras campañas ilegales.
La replana política y el coloniaje mental siguen vigentes en nuestros pagos.
La capacidad intelectual de la gran mayoría de líderes se reduce a dos o tres respuestas de paporreta y de palurda fábrica criolla.
Entre sonreír como estúpidos que van al cadalso felices de regalar a través de concesiones hechizas o licitaciones con nombre propio, no pocos de los cómplices del desastre Perú, se refocilan en el supuesto que lo único que importa es el comicio que les llevará ¡de nuevo! a la curul o al asiento edil.
¡Su conservadurismo reaccionario es oprobioso! Y si en las derechas momias esto es natural, en las izquierdas caviares o centrismos de juguete, no es menos repudiable esta frivolidad agresiva.
Hoy se repite con sospechosa insistencia que una Cámara de Senadores o cámara reflexiva, ayudaría a la fábrica de mejores leyes.
¿Lo torcido puede dar origen a algo bueno?
¿Qué esperanza real hay que las próximas representaciones congresales lleven a las curules a gente con algún cerebro y patriotismo?
Si consiguen la reelección y el escamoteo del referéndum ciudadano ¡peor aún! Porque tendríamos ¡de nuevo! a no pocos analfabetos.
El castellano político (de alguna manera hay que llamarlo, ¿no?) de Perú, se refocila en circunloquios, pretextos, añagazas, para decir entre bambalinas que lo que se quiere es que muchos viejos saurios vuelvan al Congreso.
¿Por la dación de buenas leyes? ¡Bah!
Los traficantes de influencias, con industrias montadas por años en diversas reparticiones estatales del país, sienten que se les va el tren de la “historia” y requieren con urgencia angurrienta de tener, otra vez, donde ejercer su comercio ilícito.
Algunos, hasta bien intencionados, aluden a la “experiencia” de esos ex parlamentarios. ¿Experiencia o contumacia, porfiada sabiduría en robarle al Estado y añejo culto a los favorecimientos soterrados?
¡Esa es la “experiencia” de envejecidos saurios impresentables. Sí que han tenido versación en visitas a gángsteres internacionales, en la custodia de queridas a las que enviaron fuera del país o amigotes que ganaron buenas pro de las cuales cobraron “coimisiones”.
Una de las tragedias del Perú es que sus castas capituleras y logreras viven imitando todo lo que llega de fuera.
A los jóvenes de edad y mente clara, aunque los años gobiernen sus sienes, compete la renovación total de la política peruana.
Una de estas claves pasa por la regeneración integral y radical del modus operandi con que se acometen o gestionan las empresas públicas nacionales.
El predicamento de la derecha bruta, cerril, inflexible es que esto se soluciona a balazos (60 muertos impunes durante el gobierno de Dina Boluarte) y que es el Dios Mercado el que arregla las cosas.
Considerar guarismos o números fríos, a quienes padecen ayuno de trabajo, salud o alimentos es una de las grandes desfachateces torpes del conservadurismo criollo.
Gran tragedia que los partidos políticos no sean sino cuevas de asaltantes del presupuesto nacional y que aún pervivan elementos pícaros en cuya lectura de biografías, destaca el latrocinio como una costumbre, acaso la más importante.
Al ladrón hay que llamarle ladrón. Al pérfido, pérfido. Al violador, violador.
Edulcorar con poemas de dudosa calidad, los agridulces asaltos a la cosa pública es parte del envilecimiento espiritual del Perú. Pero honrarlo con discursos y esquemas teóricos ¡monstruoso!
Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
19.06.2023
Señal de Alert