Herbert Mujica Rojas
Hay términos que por el abuso que se hace de ellos, devienen envilecidos, garabatos que nada representan. La gobernabilidad es uno de ellos, acaso el más popular. Desde la presidencia hacia abajo, todos invocan la palabreja y se le atribuye virtudes mágicas, políticas, socio-económicas.
El discurso de hace un par de días hizo una lista de aspiraciones y supuestas o reales indicaciones para que estas se hagan realidad. La dura realidad es que de adelanto electoral ¡ni la más mínima voluntad! y hay mucho vidrio en las veredas, calles y plazas de todo el Perú.
Por lo menos hubo una referencia de pesar por la muerte de casi 70 peruanos en las manifestaciones ocurridas desde el 7 de diciembre del 2022. Ahora no basta con esas disculpas. Si hay voluntad real, hay que investigar sobre los responsables, enjuiciarlos y, una vez probada su responsabilidad, meterlos a la cárcel.
A la ciudadanía le cuesta entender que un gobierno demore tantos meses para aceptar su responsabilidad en el uso salvaje y criminal de una violencia sin justificación, ni la más mínima. El “escarmiento”, aquí o en la Cochinchina, es inadmisible.
Volvamos a la fabla palurda que embrutece y no edifica a ninguna sociedad.
El vergonzoso y nada ejemplar empleo de los términos da “equivalencias” que muestran ignorancia plena y falta de autocrítica. En televisión, diarios y miedos de comunicación, para hablar de los barrios se dice “barruntos” y ni ¡siquiera conexión entre uno y otro. Barrunto es la aproximación o cercanía a algo.
Otro tanto parece ocurrir con la palabra central. Todos los políticos, cuando quieren denotar la evidente pobreza de su léxico, aluden a lo central de esto o aquello. Aunque parezca divertido, ellos se solazan en la eufonía aparente que la palabra tiene y se sienten sabios y apotegmáticos conferenciantes de naderías mal impostadas.
Nótese, cuando se habla de conferencias, se espera que alguien anuncie, demuestre un tema y brinde aristas a considerar respecto de lo que propone. En el 90% de los casos contemporáneos, los oradores, leen (sí, leen) una cartilla llena de texto y fotografías en un software para apoyo (PowerPoint). Sin dudar un ápice de la bondad del contenido, las llamadas conferencias son prácticas de lectura.
Me contaron que un expositor brillante, de verbo galano y fraseo delicioso que no exageraba ni amenguaba la fortaleza documentada de su oración, era Raúl Porras Barrenechea. Mito, tradición e historia del Perú, fue una exposición que, de cabo a rabo, se convirtió en libro y con respeto integral al discurso conferencia que pronunciara el ilustre peruano.
Imposible, en los tiempos que corren, exigir acontecimientos similares porque hoy prima la tendencia a la rapidez (y al ocio intelectual también). Hagamos un ejercicio, amable lector: pregunte a su hijo/a ¿cuántos libros he leído desde el 1 de enero a la fecha. Le sorprenderá la respuesta.
¡Le apuesto, doble contra sencillo que escuchará la palabra: NINGUNO, reiteradas veces.
Caminar hacia la política está apenas a un tris tras de distancia.
Sin partidos diferentes de agencias de puestos de trabajo para sus militantes o, mejor dicho, para los que tienen acceso al cogollo de sus respectivas maquinarias políticas; sin medios de comunicación que cuestionen frontalmente taras seculares o modelos racistas y primario-exportadores, quienes poseen el pasaporte a la noticia vía televisión, radio o diarios, sólo producen esperpentos bastante vulgares.
Por eso, cuando “habla” un político hay que esperar cualquier cosa, menos una definición interesante, creadora y desafiante para los retos contemporáneos de la asaz ultra complicada situación nacional.
La “gobernabilidad” en el Perú es torpedeada por la oposición y por el oficialismo que llama a colaborar a prontuariados con largo desempeño en las zonas oscuras de la administración pública.
Los consejeros o asesores, no orientan o lo hacen muy mal. Son varios los ministros que debieron irse por la abultada evidencia de barbaridades que venían de tiempo atrás. Esta clase de errores grotescos sólo pueden ser patrimonio de quienes no han entendido que el gobierno es una transición y no una casa abierta a la que hay que saquear a como dé lugar.
Además, la gobernabilidad, entendiéndola como un sistema en que gobernados y gobernantes suscriben un pacto social con metas claras y designios nacionales por lustros o decenios, no es una invocación literaria o muletilla de malos discursos. Se la construye, se la fabrica desde la base a las cúpulas, y se la mantiene como un menú del cual no hay que salirse salvo que se quiera incurrir en el lento suicidio en que estamos hoy en día.
29.07.2023
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