Nuevos odres para vinos nuevos

Por José Carlos García Fajardo (*)

¿En qué estamos fallando? Se preguntan familias e instituciones. Después del 68 se preguntaron ¿en qué hemos fallado? Y dejaron pasar las aguas a su aire, invadiendo trochas y arrabales, recuperando humedales pero también zonas pantanosas que con tanto esfuerzo e imaginación se habían arrebatado a los anófeles, desde tartesios y etruscos. La vida en la ciudad dio lugar a las civilizaciones, y el civismo fue signo de calidad y de excelencia.

Los bárbaros no eran ignorantes ni salvajes, sino que no hablaban griego de ahí el bar bar bar, que así sonaba a oídos atenienses, macedonios y espartanos. Lo peor era que no se regían por la idea de orden (nous), por la belleza, la unidad, la bondad y la búsqueda de la verdad. Esos trascendentales que daban sentido a un vivir que se negaban a que fuera manipulado por dioses que no existían pero que tenían muy mal perder.


La educación no era para ellos una disciplina reglada sino la inserción dura en el pueblo en marcha, y la mayoría de edad se alcanzaba cuando se podían empuñar las armas. La iniciación venía sancionada por la muerte de un enemigo, por la de una fiera salvaje o por la superación de la soledad, del terror y del miedo. Cierto que los espartanos valoraban el poder de la fuerza, del rigor y de la abstinencia pero tenían leyes y la Constitución de Licurgo. Aunque inferior a la de Solón, en Atenas, tenía su ordenamiento legal y sus referentes.


Así se alcanzaron las cumbres de las civilizaciones clásicas, griega y romana, del intercambio de saberes con Oriente por medio de Egipto y después del Cristianismo, con la aportación de los árabes y del Islam. La invasión bárbara supuso una inyección de sangres nuevas capaces de ser transformadas por las filosofías, ciencias y técnicas de la antigüedad que los monjes mantenían alumbradas en sus monasterios. Trivium, Cuadrivium, Teología, Moral fundamentalista pero, en el Renacimiento, explosión de la Luz, de la Razón y de los saberes enciclopédicos. Al héroe y al santo les sucedieron el político y el sabio. A la ideología impuesta sucedieron la Razón y las ciencias y las nuevas tecnologías que llevaron a revoluciones socio político y económico. El ser humano, el anthropos volvía a ser el centro del cosmos, aunque a veces sucumbiera a la fuerza de los números, de los beneficios y de la contabilidad que por vez primera hacía del tiempo un valor contable.


Emergió la sociedad, y los pueblos reconocieron sus señas de identidad hasta el paroxismo de las nacionalidades y de las patrias con enseñas y símbolos inventados. Movidos por el sofisma del precio y del beneficio identificado con el valor y aún de las bendiciones de esos dioses silenciados, olvidaron la sabiduría ciceroniana de que “mi patria es donde puedo vivir bien” (Patria mea est ubi bene vivere possum).


Se llegó a la educación general promovida por el servicio militar y sus reclutamientos aún en las montañas, se codificaron las leyes y se dijo que cada soldado de Napoleón llevaba en su mochila un bastón de mariscal y un código civil. Aunque en verdad llevaron las ansias de conquista y de rapiña propias de la bestia enloquecida por el poder en detrimento de la auctoritas, la que atrae, produce admiración e infunde respeto.


Pero las gentes de Europa y sus colonias, en su ceguera euro centrista, alumbraban un mundo nuevo. Revolución industrial, social, política, sindical, económica, científica y finalmente la revolución de las comunicaciones que nos descubre próximos, parientes y solidarios más que combatientes. Las masacres del siglo XX condujeron a la explotación, al hambre, la ignominia, la desesperación de los seres humanos y la destrucción del medio ambiente.
Por el Este de nuestros corazones y mentes alumbra la intuición de una sociedad nueva, cósmica e interindependiente. Con un desarrollo endógeno, sostenible, equilibrado y global.


De ahí que nuestros gobernantes, intelectuales, y comunicadores deban abrirse a este inmenso desafío. No es hora de buscar culpables del estado de la educación en la escuela, en las universidades y en los centro de formación profesional. Al orden y a la disciplina que imponían para obtener la sumisión ante la cosmovisión imperante, sucedieron el prohibido prohibir, hacer el amor no la guerra, y el todo vale. Ya hemos visto sus resultados. Ni una lágrima para el lamento porque más habríamos de llorar por las obsesiones padecidas durante siglos. En muchos países de la Unión Europea se quejan de la falta de disciplina en las clases, de interés en los alumnos, de motivación en los profesores y se aprestan a imponer correcciones obsoletas y prótesis opacas.


Estamos viviendo una aurora de la humanidad como jamás se conoció. Si nuestros estrategas, políticos y sabios no son capaces de asumir este reto y recoger con entusiasmo el guante de una nueva humanidad solidaria, ecuménica y ecosófica, mejor es que se retiren y den paso a la poesía, para no sucumbir ante la amenaza del caos.

(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS
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Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)