Ana Delicado Palacios
La legislatura de la provincia argentina de Tierra del Fuego (sur) estrenó, en el mes de julio, una ley inédita en el mundo que prohíbe el cultivo y producción industrial de salmones en aguas jurisdiccionales de su territorio.
La normativa avivó una controversia en la que se posicionaron los defensores del desarrollo económico, por un lado, y los paladines de la conciencia ambiental, por el otro.
El biólogo Alejandro Winograd, consultor en proyectos de conservación y desarrollo en áreas naturales de Tierra del Fuego, viene a cuestionar esa premisa. Él cuenta que, en los años 70 y 80, era una prioridad la búsqueda de soluciones que armonizaran la producción sustentable con el cuidado de la naturaleza.
Con el paso del tiempo, "el movimiento ambiental se hizo más popular e importante, dejó de buscar esa síntesis y empezó a desarrollar un modelo de oposición entre los conceptos de desarrollo económico y los de conservación", revela este especialista de la región patagónica, director de la Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo.
Los conceptos técnicos perdieron brío frente a las reflexiones emotivas o estéticas, lo que imprimió un carácter más defensivo a la conciencia ambiental.
En los últimos años, tomaron cuerpo los viejos postulados pero desde un lugar muy distinto, al realzarse el valor intangible del medio ambiente respecto a la percepción que predominaba hace 40 años.
TANTEANDO EL CAMINO
El biólogo revela un rasgo de la composición demográfica de Tierra del Fuego que incide en este asunto.
A finales de los años 70, ante el atractivo geoestratégico y geopolítico que representaba Tierra del Fuego, se estableció un cambio de paradigma que planteaba "una población numerosa, mayoritariamente argentina y con un buen nivel de inglés, tres cosas que hasta ese momento no ocurrían".
En base a estos principios, se impulsó un programa de crecimiento económico basado en un régimen de exenciones impositivas y de estímulos a la industria electrónica.
"El problema era que la doctrina era corta, pues una vez alcanzado el objetivo surgieron nuevas dificultades", cuenta Winograd. "El gran crecimiento demográfico en las ciudades de Ushuaia y Río Grande, sin demasiado orden e infraestructura, generó condiciones de vida no siempre satisfactorias".
En ese contexto, hubo quien buscó diversificar la economía y se fijó en los recursos marinos. El biólogo alude a la cría de mejillones que floreció a orillas del canal Beagle, en Puerto Almanza, "y que fue muy exitosa, pero no se lograron superar las barreras para convertirlo en un producto importante".
Un obstáculo fue la aparición de brotes irregulares de marea roja, una especie que se concentra en el organismo de los mejillones y es tóxica para los seres humanos.
"Así hubo varias idas y vueltas con el proyecto, pero se dieron pocos avances en los protocolos de procesamiento y de control de venta a otros mercados que fueran más allá de Tierra del Fuego", reconoce Winograd.
SALMONERAS
Fue entonces que una entidad noruega sugirió la instalación de una industria productora de salmones, una especie exótica en esta región. El regocijo del Gobierno nacional no fue menor que el entusiasmo del Ejecutivo provincial, que firmó los primeros convenios para instalar las jaulas marinas.
Winograd recuerda que las primeras dudas que surgieron en la comunidad no tenían un afán prohibitivo.
Los fueguinos objetaban que el hacinamiento de salmones provocaría en el fondo del mar un sedimento de alimento y antibióticos, con la consiguiente afectación de la fauna y flora autóctona. La fuga de ejemplares, en tanto, atentaría contra las especies locales, mientras que los lobos marinos, atraídos por el salmón, correrían peligro de asfixia en las redes.
La ausencia de respuestas derivó en 2020 en una campaña pública que logró involucrar a la población local con la consigna "No a las salmoneras". La ley posterior que decretaba su prohibición terminó por frustrar el negocio, pero no el debate.
ORGULLO Y COHERENCIA
Tierra del Fuego hubiera caído en una incongruencia muy lesiva si hubiera apostado por este modelo productivo incompatible con el valor simbólico que emana de este lugar, que reside en las condiciones singulares de su entorno, en su posición geográfica y en su vínculo con el mar austral, razona Winograd.
"Aunque se resolvieran los inconvenientes técnicos asociados a esta industria, la cría de salmones siempre será una versión de segunda marca de los salmones noruegos,", observa. "Con el mismo esfuerzo, la misma investigación y tecnologías parecidas, se pueden desarrollar otros productos, sea la cría de peces o mejillones, o sean formas más sofisticadas, como el procesamiento de las centollas o el tratamiento de especies de alta mar, como la merluza negra".
Es posible, entonces, preservar el cuidado ambiental y resaltar el valor de una región con productos locales. Pero la composición demográfica de Tierra el Fuego plantea una dificultad.
"El problema es que con el cambio poblacional en Tierra del Fuego, como pasa en otros lugares de la Patagonia, el grueso de sus habitantes son urbanos, y su orgullo ambiental no está asociado a la búsqueda de medios de vida", revela el biólogo argentino.
Los proyectos basados en la extracción de recursos naturales son, por lo general, actividades secundarias de personas que viven en la ciudad y que no tienen la capacidad, el tiempo, o el conocimiento para consolidarlas.
El contexto nacional tampoco ayuda. "Es muy difícil que una organización pequeña lleve de cero al mercado la idea de poner en valor un producto en un país donde no hay crédito, donde las instituciones estatales no son consistentes en esos proyecto y en donde no hay una buena articulación entre el sector público y privado", ilustra Winograd.
El mayor valor de los fueguinos es la naturaleza, que los hace privilegiados de vivir en un enclave extraordinario, allá en el fin del mundo. Los perfiles productivos que no vulneren ese atractivo cristalizarán en proyectos más virtuosos que los que pueda lograr el transplante forzoso de industrias agresivas de segundo orden.
Con información de Sputnik