En Chancay y Aucallama, el norte chico de Lima, los pescadores siguen viendo los estragos del derrame de petróleo de la empresa Repsol. A la fecha, existen playas retiradas donde se acumula el crudo y donde aún no ha llegado ningún equipo de limpieza.
A 50 kilómetros del lugar del desastre producido por el derrame de petróleo de la empresa Repsol, los pescadores de Chancay llevan ya casi 20 días sin pescar: un conglomerado de 5 asociaciones que suman alrededor de 700 personas está paralizado. Rómulo Ortiz, pescador de 63 años y miembro de este grupo, señala que la Marina les ordenó el cierre del puerto durante 90 días. Ellos y sus familias no saben qué harán durante todo ese tiempo.
Pescadores desde lo alto de San Gaspar, en Aucallama. Foto: Diego Pérez / SPDA
La playa El Cascajo, cercana al humedal de Santa Rosa, ha sido una de las más afectadas de esta zona. Recién entre el 1 y el 2 de febrero se podían observar tareas de limpieza. Sin embargo, el golpe de la marea alta contra la orilla deja pequeñas burbujas negras con crudo. Un rastro de que, si bien las grandes manchas de petróleo ya no serán visibles, la contaminación aún continuará.
Según Ortiz, Repsol había propuesto a los pescadores trabajar en las acciones de limpieza. Pero, el día que regresó a El Cascajo con un equipo de Actualidad Ambiental, las brigadas ya estaban en la orilla. “No sé cómo lo tomarán mis compañeros”, señaló. Un hecho similar se repite en Ancón y Ventanilla: la empresa ofrece por generar puestos de trabajo, pero no está cumpliendo.
Rómulo Ortiz, pescador de Chancay, salía todos los días al mar frente a su casa desde hace 60 años. Foto: Diego Pérez / SPDA
Además, recuerda que hace tan solo una semana, la desesperación frente a la falta de ingresos los llevó a bloquear la Panamericana Norte durante media hora. “Ahora nos conviene enseñarles todo lo que ha dejado el petróleo. ¿Cómo vamos a recuperar todo lo que estamos perdiendo? Acá había criaderos de pejerrey, lorna, chita, ahora nada. Han matado choros, cangrejos, todo lo que vivía en las peñas, a los lobos también. Ahora no hay nada”, dice Ortiz.
Una cadena más larga
En la puerta del mercado de Chancay, hay cuatro mujeres que muestran sobre sus jabas grandes bonitos. Los compradores se les acercan, los miran, les preguntan el precio y se van. El precio del bonito, un pescado capturado en altamar donde no ha llegado el petróleo, ha bajado a 7 soles, de los 13 soles a los que podían venderlo. Gianina, una de las vendedoras, dice que el derrame ha generado desconfianza por lo que el esfuerzo para comercializar su producto es aún mayor.
Semanas antes, además de ofrecer los pescados de altamar llegados desde terminales del sur y del norte, compraban en el puerto de Chancay pescados “finos” como pejerrey y cabinza. La incertidumbre no es solo para los consumidores de pescado, también es para ellas, quienes no saben qué pasará con su trabajo. “Nosotras, al ser vendedoras ambulantes, no estamos registradas en ningún lado, no recibimos ningún tipo de ayuda. Hay una cadena de personas que dependemos del mar y no podemos trabajar”, afirma.
Playas escondidas y llenas de petróleo
A 15 minutos de Chancay está la comunidad campesina de Aucallama, ahí se encuentra la playa Chacra y Mar, conocida también por el asentamiento de los Hare Krishna. Este sector se ve desde el serpentín de Pasamayo y desde ahí también se identifica una serie de playas escondidas que congregaban pescadores artesanales y deportistas.
Luis Díaz Barroso, un joven cocinero y pescador de la zona, es el presidente de una nueva agrupación de pescadores formada a raíz del desastre. Frente a la impotencia de ver su mar contaminado, decidieron unirse y formalizarse como asociación. Son más de 80 personas que esperan una solución efectiva frente al derrame de petróleo. “Nuestra intención es que la empresa se haga responsable de limpiar hasta el último rincón, la última piedra de nuestra zona. Esto no puede quedar así”, dice. Así como en otras zonas impactadas, ellos están preocupados por sobrevivir al día a través del apoyo colectivo y las ollas comunes.
Luis Díaz Barroso (polo azul a la izquierda), presidente de la agrupación de pescadores de Chacra y Mar, hace cálculos para la olla común junto a sus compañeros. Foto: Diego Pérez / SPDA
Al tercer día del derrame, el 18 de enero, junto a sus compañeros encontró aves y lobos empetrolados, una galería cruenta que guarda en su celular para mostrar las evidencias del petróleo en el mar. Junto a esas imágenes aparecen las mayores capturas que hacía en los meses anteriores y que son muestra de una tradición que viene desde sus abuelos. En la zona pescaban chita, corvina, pejerrey, lenguado o cabinza, además de mariscos y pulpos, entre otras especies.
Cruzando un cerrito desde Chacra y Mar se llega a San Gaspar, una playa retirada donde el petróleo se ha empozado en la orilla de arenas doradas. Ortiz, de Chancay, camina alrededor y se pregunta cuándo llegará la limpieza ahí. En esa porción de mar existían nidos de peces, un ecosistema alterado que demorará en recuperarse. En la orilla, aparece un cangrejo empetrolado, cruzando uno de los charcos de crudo espeso.
“Se necesita tecnología para limpiar las playitas que están atrás, que son donde pescamos. ¿Cómo quedamos nosotros? La ley está hecha para las grandes empresas”, afirma Díaz. Los pescadores saben que no pueden limpiar el petróleo por su cuenta, pero tampoco quieren quedarse con las manos cruzadas, menos si ven el mar donde trabajaban con una mancha tóxica que sigue matando a las especies que vivían ahí.