Por Humberto Campodónico
Hace dos semanas, Ipsos-Apoyo dio a conocer un estudio que dice: “En Lima el ingreso promedio de un hogar del sector A es de S/. 10,726 mensuales, mientras que en el sector E el ingreso promedio es de S/. 734 mensuales. Por tanto, la diferencia de ingresos entre ambos sectores es de 14 veces” (El Comercio, 14/10/10).
Esta diferencia es impresionante, si tenemos en cuenta que en los países industrializados esta es de 6 a 1 en promedio. Pero, dice la OCDE, también en los países industrializados las diferencias de ingresos entre ricos y pobres han aumentado en los últimos años. Agreguemos que la diferencia reportada por Ipsos-Apoyo se hizo en Lima Metropolitana. Si se midieran los extremos de ingresos promedio entre Lima y los sectores rurales más pobres, la brecha aumentaría notablemente.
El estudio también nos dice que las familias del sector A (siempre en Lima) dedican el 19% de su presupuesto mensual a alimentación. Esta proporción es apenas superior al promedio (ojo, al promedio) de familias en los EE .UU., que dedican a alimentarse el 16% de sus ingresos. Algo muy distinto sucede con el sector E (de lejos el mayoritario) que tiene que dedicar el 70% de sus ingresos a la alimentación, porcentaje semejante al promedio de los países africanos. De su lado, los sectores B y C gastan el 39% y el 56.8% en alimentos, respectivamente, lo que representa más del 100% y 250% más que el promedio de las familias de los EE. UU.
Yendo más lejos en el análisis de los ingresos, tenemos que un reciente estudio del INEI nos dice que en los últimos dos años en Lima el ingreso promedio mensual de los trabajadores ha estado prácticamente estancado e incluso ha disminuido 5.5% en el último trimestre móvil julio-setiembre.
Perplejo, Gestión dice: “Expertos señalan que esta situación es propia de economías recesadas, por lo que resulta complicado explicarla. Una hipótesis sería que si bien los ingresos familiares han crecido durante la década, ello parece obedecer más a que uno de sus miembros (antes desempleado) accedió al mercado laboral activo, en tanto que el salario promedio se mantiene estancado o incluso disminuye en algunos rubros” (20/10). Esta apreciación es consistente con las cifras del INEI sobre el PBI por tipo de ingreso, que muestran una participación decreciente de los salarios en % del PBI desde el 2002 hasta la fecha (La boca del cocodrilo sigue abierta, www.cristaldemira.comj, 24/7/10).
Más adelante, Gestión dice que el hecho que “crezca el consumo personal no es indicativo de una mejora de las remuneraciones, pues puede deberse a un endeudamiento fácil, lo que no es saludable para las personas con escasos ingresos”. Cierto. Eso sucedió en los EE. UU., donde las tarjetas de crédito y los préstamos hipotecarios “basura” (sub-prime) provocaron un aumento ficticio en el consumo, alentando la formación de una burbuja crediticia que al final explotó.
Volviendo al informe de Ipsos-Apoyo, se afirma que el gasto en educación del sector A es 24 veces que el del E (946 soles versus 44), lo que tiene una incidencia directa en la calidad de la misma. Esto tiene que ver con la “transmisión intergeneracional de la pobreza”, definición que alude a que las familias pobres que gastan poco en educación no pueden proveer a sus hijos de una educación mejor, motivo por el cual lo más probable es que sigan siendo pobres. Estos informes nos dicen que, al alargarse las brechas de ingresos, se acentúa la desigualdad, lo que nos lleva a interrogarnos sobre el estilo de crecimiento y, también, sobre el rol de las políticas de Estado para reducirlas. Como dijo hace poco Francis Fukuyama: “En el Perú será difícil lograr un desarrollo sostenible si antes no se reducen las enormes brechas en infraestructura y educación que aún persisten en el país, tan sensible a los vaivenes de la economía mundial por su alta dependencia en la exportación de materias primas”. Así vamos.
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