G20: la doctrina Sinatra


Por Humberto Campodónico


Cuenta la prensa que en la reciente Cumbre del G20 en Seúl —primera que se celebra en un país que no perteneció al G-8— dejaron de funcionar los celulares y los “blackberrys” de los ministros y funcionarios de los EE. UU. y Europa. ¿Qué había sucedido? Pues que la tecnología coreana súper avanzada, 4G Network, no podía ser “alcanzada” por los aparatos más viejos y, por ese motivo, quedaban fuera del sistema.


Este pequeño detalle es revelador: poco a poco los países emergentes, sobre todo los asiáticos y China en particular, van superando a los occidentales en muchas materias, comenzando por las tecnologías de la información y del conocimiento. Esa es, también, una de las razones que explica el fracaso de la Cumbre en llegar a resultados concretos en el tema central que la convocaba: los desbalances económicos y financieros globales.

Para los EE. UU. se trataba de llevar al máximo la presión sobre China para la devaluación del yuan, de manera que se encarezcan las exportaciones chinas. Pero el Comunicado Final de la Cumbre simplemente dice que “hay que moverse a tasas de cambio determinadas por el mercado que reflejen los fundamentos económicos”, sin establecer mención específica ni plazo alguno.

Esto ha sido interpretado como una derrota de los  EE. UU., que exacerbará los ánimos de los republicanos contra Obama y también de amplios sectores del partido demócrata, pues continuarán los déficits comerciales de los EE. UU. con China.

Sin embargo, los EE. UU. pudo evitar que el comunicado final condene la emisión de US$ 600,000 millones que acaba de realizar el Fed (un delegado asiático dijo que eso era “como tirar dinero desde un helicóptero”). También los EE. UU., los europeos y los chinos detuvieron la propuesta coreana de la “regla de 4% del PBI” para los desbalances de cuenta corriente (superávits o déficits) de la Balanza de Pagos. Lo que quiere decir que los desbalances seguirán, más allá de que ciertamente es discutible que el problema “pueda resolverse con un numerito”, como señalaron varios analistas.

Quienes sí han ganado algunos puntos son los países emergentes, pues en el comunicado se dice que “debe mitigarse el riesgo de la excesiva volatilidad de los flujos de capital que llegan a los países emergentes”. Esto es tomado como una “luz verde” a la aplicación de controles de capital, hecho considerado tabú hasta hace poco por los países industrializados y el FMI.

Otro tema importante, dice el diario Financial Times, es que el féretro del Consenso de Washington ya recibió su último clavo: “los países miembros adoptaron el ´Consenso de Seúl para el crecimiento compartido´, que plantea un enfoque de crecimiento económico y un fuerte énfasis en la movilización de ahorro doméstico para la construcción de infraestructura. Sin embargo el G20 no le pudo ofrecer a los países más pobres acceso sin aranceles y sin cuotas a los mercados de los países industrializados, tema que estaba en el borrador del comunicado” (Cómo no administrar el mundo, 12/11/10, www.ft.com).

Como se aprecia, la reunión de Seúl no ha podido producir medidas concretas que permitan enfrentar los desbalances globales ni, tampoco, el segundo capítulo de la crisis sistémica que afecta a los EE. UU. y a Europa, que ahora pone el acento en los déficits fiscales, la enorme deuda externa y la aplicación de planes de austeridad que, simplemente, agravarán el problema.

Pero sí ha permitido apreciar los cambios en el balance de poder económico mundial, que cada día se aleja más de los países occidentales. Y, también, que cada país aplica la política que mejor le conviene (a veces solo, a veces en alianzas con otros, las que también son de naturaleza cambiante). En otras palabras, los países del G20 no están logrando una gobernabilidad global. Cada cual hace las cosas de acuerdo a la doctrina Sinatra: a su manera.

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