La mujer, motor de desarrollo
Por Ana Muñoz (*)
María es boliviana y tiene 40 años. Como miles de mujeres en todo el mundo, nunca pensó que ella sería quién llevase el dinero a casa. Pero gracias a un pequeño crédito que le concedió una ONG puso en marcha una microempresa de la que viven ella y sus hijos. Tiene una pequeña tienda de ropa. María es una mujer que ha conseguido ser protagonista de su propia vida.
Siete de cada diez personas que pasan hambre en el mundo son mujeres, según Naciones Unidas. Las mujeres aportan dos terceras partes de las horas de trabajo. Ellas, sin embargo, tan sólo poseen el 10% de los ingresos mundiales y un 1% de los medios de producción. Así, nacer mujer supone tener más posibilidades de vivir en la pobreza, ser marginada y ser más vulnerable a la violación de los derechos fundamentales.
Muhhammad Yunus, economista y premio Nobel de la Paz, fue uno de los primeros en dar una oportunidad a estas mujeres. Creyó en ellas y decidió que el 95% de sus beneficiarios del banco de los pobres, el Grammen Bank, fueran mujeres. Desde sus comienzos en 1976 se dio cuenta de que las mujeres cuando tenían ingresos lo primero que hacían era recuperar a sus hijos, que habían dejado en familias ricas a cambio de comida, y enviarles al colegio. Hasta hoy, más de cien millones de familias se han beneficiado de los microcréditos y más de 40 millones de familias han conseguido salir de la pobreza extrema. “Cuando el préstamo entra en una familia a través de una mujer, los beneficios van directamente al bienestar de la familia”, explican desde el movimiento de microfinanciación. Las mujeres dedican el 70% del préstamo a mejorar la calidad de vida de su familia, frente al 30% que dedican los hombres.
Según Naciones Unidas, si a las mujeres se les ofrece el mismo apoyo que a los hombres, éstas aumentan el rendimiento de los cultivos en un 20%. En Marruecos, por ejemplo, España ha invertido 45 millones de euros en microcréditos y las mujeres han generado más del doble, según la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Además, si en América del Sur se eliminasen las desigualdades de género en el mercado de trabajo, el producto nacional incrementaría en más de un 5%.
Las mujeres se han convertido en el motor del desarrollo y del progreso. Son la clave del cambio para muchos países empobrecidos. En las manos de las mujeres está la alimentación y la educación de sus hijos. Una mujer con ingresos va a mejorar la higiene de los hijos, la calidad de su hogar y la alimentación. Sus hijos, así, gozarán de mayor salud. Además, al tener una pequeña renta, sus hijos no tendrán que trabajar e irán al colegio. Se rompe el círculo vicioso.
Una sociedad formada es el punto de partida para el desarrollo y para el control de lo que Jeffrey D. Sachs llama “trampa demográfica”. Una mujer que va al colegio tendrá hijos con más edad y serán menos numerosos. Mejorará la nutrición de sus hijos, su higiene, su salud, su educación… Se invierte la espiral de la pobreza.
Por ello, el índice de morosidad entre las mujeres es prácticamente inexistente. Está en juego el poder dar a sus hijos un futuro mejor. Los microcréditos han conseguido que las mujeres tengan su lugar en la comunidad. Dejan de ser “ciudadanos de segunda” y pasan a participar en la toma de decisiones de la sociedad en la que viven y a demandar que se respeten sus derechos.
(*) Periodista
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