Respuesta a las crisis: desarrollo global
Por Federico Mayor Zaragoza (*)
De todas las crisis a las que conduce una “globalización” que ha sustituido la justicia y el buen criterio político por las leyes del mercado, la más grave es la alimentaria. Las crisis económica y medioambiental permiten planteamientos a más largo plazo, pero la alimentación constituye una cuestión relacionada con el derecho humano supremo: el derecho a la vida.
Al afectar la supervivencia de casi 1.000 millones de personas, el hambre desemboca en disturbios, en malestar social irreprimible. Los mínimos nutritivos deben garantizarse. El cambio se volverá irrefrenable si, a la crisis financiera, se unen las de la alimentación y la del agua, porque son las necesidades básicas las que movilizan no sólo a los ciudadanos que sufren estas carencias directamente sino a los que, en toda la Tierra, reclaman que la actual economía de guerra y de dominio se transforme en una economía de desarrollo global. Con grandes inversiones en infraestructuras apropiadas para producir energía suficiente y a buen precio; para la producción y transporte de agua potable; para la obtención de alimentos para todos; para transportes y sistemas de calefacción y refrigeración que consuman progresivamente menos carburantes... y para viviendas dignas.
Debe fomentarse la investigación en la producción de alimentos con un consumo de agua ajustado y el máximo ahorro en abonos. La transferencia del sistema nitrogenasa, que capta directamente el nitrógeno atmosférico en las leguminosas, a los cereales y al arroz, representaría un paso gigantesco no sólo en relación a la mayor disponibilidad de alimentos sino por la reducción del impacto medioambiental de los fertilizantes.
A los desorbitados gastos militares hay que sumar lo que representarán los escudos antimisiles y las recientes decisiones de la Administración Bush relativas a la estrategia del Pacífico. Hay que dejar de depender de las energías fósiles, cuyo precio se ha duplicado en los últimos tres años, y favorecer la contribución que pueden aportar las energías renovables, la nuclear (de fisión y de fusión), el hidrógeno...
La producción de biocombustibles debe regularse con gran autoridad para que no amenace la disponibilidad de nutrientes. Las prácticas de cultivo deben mejorarse, en lo que se refiere al uso de agua, evitando transportes innecesarios y fertilizantes que pueden tener un efecto ecológico negativo, y afrontar de una vez la cuestión de los subsidios y otras formas de protección.
El desarrollo global representaría una solución firme y desplazaría el actual sistema que sigue intentando permanecer a través de parches. Se insiste en el escándalo de los corruptos de los países en desarrollo sin tener en cuenta el de los corruptores. La especulación sobre materias primas, como el petróleo y los alimentos, ha llegado a niveles intolerables. Los países del G-8 renacionalizan lo que habían privatizado (como se ha hecho recientemente con bancos y entidades financieras) al tiempo que presionan para que sus multinacionales en los países pobres no sean objeto de nacionalización ni reducción de las condiciones actuales de explotación.
Lo que es preciso cambiar es el sistema económico actual. Es imposible dificultar al mismo tiempo la entrada libre, sin aranceles, de los productos que exportan los países africanos y de los ciudadanos que huyen de la miseria. Para superar los retos actuales es crucial aplicar impuestos sobre las transacciones de divisas que no afectarían el funcionamiento del mercado.
Calculo que en 10 o 15 años, con la tecnología de la comunicación más adecuada para la participación no presencial la genuina democracia se consolidará a todas las escalas y se iniciará una nueva era: la de la ciudadanía. Se habrá producido una gran transición desde vasallos y súbditos a ciudadanos plenos. De una cultura de imposición, violencia y guerra a una cultura de diálogo, conciliación y paz.
Los Estados se habrán asociado a escala regional (Estados Unidos de Norteamérica, Unión Europea, de América del Sur, de África...) y las Naciones Unidas se habrán refundado de tal manera que, dotadas de los medios personales, financieros y técnicos necesarios actúen como "democracia global", habiendo sustituido a la actual plutocracia en la que los Estados ven mermadas su autoridad nacional e internacional y su capacidad de acción al haber trasladado buena parte del poder real a grandes corporaciones supranacionales. El resultado está a la vista: carentes de instituciones internacionales capaces de regular los distintos aspectos de la gobernación mundial, tiene lugar la concentración progresiva del poder económico, tecnológico y mediático en lo que, junto a la industria bélica, constituye el "gran dominio".
Es inadmisible que se transfieran "al mercado" deberes morales y responsabilidades políticas que corresponden a los gobernantes democráticos. El mundo ha cambiado y muchos mandatarios y pueblos han dejado de ser obedientes y sumisos, capaces de ceder a las presiones que ejercen los más poderosos. Empresas, medios de comunicación, ONG... se sumarán a un movimiento que dará la medida del nuevo "poder ciudadano".
En momentos de gran aceleración histórica, son más necesarios que nunca los asideros morales. Se avecina una nueva era. Como en 1945.
Amartya Sen, premio Nobel de Economía, ha dicho que “el Estado, no el mercado, debe ser el responsable del bienestar de los ciudadanos, sobre todo de los países en vías de desarrollo”. Para evitar la revolución del hambre, activar la evolución a un nuevo sistema económico planetario. La diferencia entre revolución y evolución es la r de responsabilidad.
(*) Presidente de la Fundación para una Cultura de Paz
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