Instituciones degeneradas
Por José Carlos García Fajardo*
La respuesta a la crisis económica parece consistir más en refundar un sistema injusto que en corregirlo.
Los bancos ya saben que no hay poder político capaz de resistir las amenazas a la estabilidad económica. Por eso se frotan las manos, se reparten bonos y stock options y sanean sus cuentas de resultados a costa del erario público.
Altos directivos de Lehman han tenido el cuajo de celebrar en estos días fiestas millonarias. Igual que los de Fortis, que se reunieron en el mejor hotel de Mónaco después de la catástrofe para un increíble festejo. ¿A qué juegan? Saben que tienen la sartén por el mango, y el mango también. Así ha sido siempre en la historia del capitalismo más salvaje. Bajo el indudable progreso técnico ocultaban la miseria, la explotación y el hambre de millones de personas para deslumbrar, como el Príncipe de Potenkín, a la zarina Catalina.
Cuando los financieros hablaban de quiebra del sistema se estaban refiriendo a sus propios balances, y cuando hablaban de confianza en realidad querían decir dinero, escribe Ignacio Camacho. Billones de euros públicos para sanear sus activos, cuadrar sus resultados y continuar como si nada hubiera pasado. Tantas vueltas para eso: las ideologías, el motín de los mercados, el fin de la Historia... todo se reducía a una factura. La cuenta de los platos rotos durante los años felices de la especulación, de la orgía de las hipotecas insolventes y los fondos de riesgo. La mano invisible del mercado era una mano extendida para recibir el importe de los desperfectos que ella misma había causado en sus días de euforia.
Y el Premio Nóbel, José Saramago, denuncia el “crimen financiero contra la humanidad” porque, si nos callamos, nos vomitarán nuestros hijos con merecidos reproches, porque habiendo podido tanto nos atrevimos a tan poco. Y desde el caos de un planeta saqueado y de muchedumbres hambrientas, debido a la explosión demográfica, nos preguntarán atónitos cómo no nos alzamos contra este sistema injusto y tiránico de unos financieros sin entrañas que dejaron exangüe a la economía mientras construían fraudulentas ingenierías financieras.
Llegaron tan lejos que los poderes públicos, las administraciones supraestatales y las instituciones de control como el FMI, el Banco Mundial y los bancos centrales consintieron que el poder real fuera detentado por las oligarquías transnacionales que actuaron como meros ejecutores de las decisiones de los sanedrines.
Los perdedores, escribe el Premio Nóbel, “somos nosotros, que presenciamos, impotentes, el avance aplastante de los grandes potentados económicos y financieros, locos por conquistar más dinero y más poder, con todos los medios legales o ilegales a su alcance, limpios o sucios, normalizados o criminales… mientras que, los banqueros, los políticos, las aseguradoras, los grandes especuladores que, con la complicidad de los medios de comunicación social, respondieron en los últimos 30 años, cuando tímidamente protestábamos, con la soberbia de quien se considera poseedor de la última sabiduría…”.
¿Se van a acabar por fin los paraísos fiscales y las cuentas numeradas?, se pregunta Saramago. ¿Será implacablemente investigado el origen de gigantescos depósitos bancarios, de ingenierías financieras claramente delictivas, de inversiones opacas que, en muchos casos, no son nada más que masivos lavados de dinero negro, de dinero del narcotráfico?
Lo que está pasando, afirma con contundencia, es un crimen contra la humanidad que no son sólo los genocidios, los campos de muerte, las torturas, los asesinatos selectivos, las hambres deliberadamente provocadas, las contaminaciones masivas, las humillaciones como método represivo de la identidad de las víctimas.
Crimen contra la humanidad es también que los poderes financieros y económicos de Estados Unidos y de la Unión Europea, con la complicidad de sus gobiernos, han perpetrado contra millones de personas en todo el mundo.
Ahora sí que ‘un fantasma recorre el mundo’ y no sólo en Europa, pero los responsables de esta hecatombe están dispuestos a “reinventar el capitalismo” con los mismos mimbres e idéntica codicia. No piensan en los seres humanos, en las sociedades, en el medioambiente. Prescinden de las instituciones elegidas democráticamente y convocan a una conferencia en Estados Unidos, claro, a los miembros del G20, basados tan sólo en criterios económicos y no sociales. Saltan por encima de instituciones como la ONU y los gobiernos legítimamente representados en ella, y pretenden reedificar idénticos casinos financieros, una vez que los banqueros, recuperados de sus pérdidas, se disponen a seguir dictando el orden en un mundo cada vez más degenerado.
* Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y Director del CCS